22 enero,2018 8:40 am

Los sedimentos de los antiguos lagos de la Cdmx hacen que se prolonguen los sismos, afirman

Ciudad de México, 22 de enero de 2018. Cada despegue en avión desde la Ciudad de México cautiva al científico Víctor Manuel Cruz Atienza, no por la perspectiva que le ofrece el cielo, sino por la vista del suelo desde las alturas: ése que amplifica las ondas sísmicas como probablemente ningún otro en el mundo.

“Me fascina ver la cuenca de México desde arriba; pretendo hacer una especie de radiografía del suelo desde el avión”, explica el investigador del Instituto de Geofísica de la UNAM, reconocido por Nature como uno de los 10 científicos más relevantes del mundo en 2017.

En un artículo publicado en 2016 por esta revista, Cruz Atienza describió cómo la energía sísmica de un terremoto reverberaría en la cuenca lacustre donde se edificó la capital mexicana.

“Sus simulaciones mostraron qué partes temblarían con más fuerza y durante más tiempo”, expuso Nature al anunciar el reconocimiento del único mexicano que figura en la lista.

El sismo de magnitud 7.1 del pasado 19 de septiembre se comportó así, según la hipótesis del investigador: los sedimentos blandos de los antiguos lagos –asiento de las colonias Centro, Roma, Condesa, Doctores, Xochimilco y Tláhuac, entre otras zonas– prolongó el movimiento intenso de los sismos.

“Uno intenta entender los mecanismos de la física que rigen la propagación de ondas, específicamente en el Valle de México y, a pesar de eso, cada vez que tiembla es algo nuevo”, previene.

A los 11 años, cuando experimentó el terremoto de 1985 –de magnitud 8.0–, Cruz Atienza no intuía su telúrico camino.

“La decisión de estudiar el fenómeno tal vez fecundó ese día, pero no fue una decisión tomada, ni siquiera sospechada, en aquella época. Hasta la licenciatura descubrí la fascinación del estudio de este fenómeno que, como digo con toda sinceridad, es algo extraordinario, una experiencia que apela a los sentidos, a la incomprensión, al asombro”.

Más que predecir los sismos, le interesa comprenderlos, aunque admite que quizá en un futuro puedan preverse.

“Estamos lejos todavía, pero la reflexión, el análisis del conocimiento sobre el comportamiento de las fallas (geológicas) se ha enriquecido tanto en los últimos 15 años, que (hay un) aroma de predicción. Esto, en mi caso, no es el motor; mi motor es entender qué pasa. Por supuesto, ser capaces de traducir este conocimiento en una certeza de esta naturaleza supondría una revolución mundial”.

Pasión es una palabra fundamental en su vocabulario, como propagación u onda sísmica; curiosidad, creatividad y disciplina son otras predilectas, pilares además de su práctica.

“La fuerza que siento en mi vida en general, y en particular en mi materia de estudio (para mí no se diferencian), es la pasión”, enfatiza el especialista formado como ingeniero geofísico en la UNAM, doctorado en la Universidad de Niza Sofía Antipolis, de Francia, quien encuentra en la curiosidad un surtidor de preguntas, más genuinas entre más personal sea la inquietud que las motiva.

“Sólo uno sabe si lo que pretende explicar responde a algo auténtico, que se gestó dentro de uno, o es una pregunta adoptada, que ha sido planteada por otra persona, lo cual per se no es malo: hay gente muy virtuosa que puede formular preguntas que a uno lo persuadan, lo fascinen, y entonces todo lo que viene después es genuino. Pero creo que lo más bonito en términos personales, es cuando este proceso responde a la inquietud –importante o no, eso es intrascendente– que uno tenga. Yo me rijo por necesidades internas”, reconoce.

La pregunta que vertebró la investigación reconocida en Nature llevaba años gestándose: ¿qué permite que dure tanto el movimiento del suelo en la cuenca durante un sismo ? La respuesta: “En la zona del suelo blando la energía sísmica viaja y vive, sobrevive, se recrea, se transforma en las capas más profundas del Valle, por supuesto irradiando energía hacia la superficie, que es donde la sentimos”.

A Cruz Atienza le resulta más complicado entender que los terremotos se liguen en México, indisolublemente, al desastre.

“Los sismos son una fatalidad, eso es indiscutible. Es algo que seguirá ocurriendo, queramos o no. Lo que es inadmisible que se asuma como tal son las consecuencias que eventualmente un sismo puede tener: los desastres son una construcción social, consecuencia de las decisiones que se toman en una sociedad, y notablemente sus autoridades”.

Para que una amenaza natural se traduzca en desastre, señala, debe haber vulnerabilidad ante ella.

“La amenaza tiene que ser capaz de dañarnos, de tirar edificios. Y esa vulnerabilidad depende, como ya dije, de lo que se haga o no para reducirla. La prevención es, precisamente, la estrategia que tiene la capacidad de reducir nuestra vulnerabilidad ante el fenómeno y, por lo tanto, el riesgo que corramos frente a él”.

Texto: Yanireth Israde / Agencia Reforma/ Foto: EFE.