14 diciembre,2017 7:23 am

Alcaldes de Acapulco (VIII)

Anituy Rebolledo Ayerdi.

 

Alcalde, zapatero y organista

Zapatero remendón con su mesa de trabajo en el corredor de la casa de la Ñeca Torres, en la plaza Álvarez, Jesús A. Leyva es organista y cantor de la parroquia de la Soledad (“cantor, no cantante”, aclara). No sabe latín pero tiene bien aprendidas las frases y cantos exigidos por la liturgia católica. Militante leal del POA y por tanto fiel a Juan Escudero, Chucho ha sido regidor hasta en dos cabildos. Durante el segundo, en 1923, le tocará relevar al presidente municipal en turno.

Cierta noche de su mandato, el alcalde Leyva es informado por su jefe de policía que un militar escandaliza en la cantina Salón Rojo y que está acabando a balazos con los faroles del Zócalo. “¿Y qué esperas para traerlo mecateado por violar el Bando de Policía y Buen Gobierno?”, demanda Leyva con voz atenorada. “Es que quizás usted no lo sepa, señor, pero con los guachos es mejor no meterse porque lleva uno las de perder, explica el sargento Pino. ¡“Eso sería antes, conmigo las cosas van a cambiar y quien la haga deberá pagarla!”, replica y diciendo y haciendo. Chucho se faja el arma de cargo, una 38 súper con cachas de concha, y sale decidido a enfrentar al militar. En el camino se entera de que se trata del coronel Luis Moyano Parral, famoso en el norte porque a 100 metros no le falla a una hormiga.

El alcalde abre enérgicamente las persianas del Salón Rojo, como alguna vez vio en el cine hacerlo a Billy The Kid, para toparse con un sujeto vestido con ropa cuartelera dormitando sobre una mesa. Es el único habitante de aquél espacio, pues todos los parroquianos le han huido a su violencia de verbo y plomo. Bueno, también está el cantinero que, tembloroso, riega el tequila que sirve por toda la barra.

–¡Coronel Moyano Parral, soy el presidente municipal de Acapulco y vengo a detenerlo por alterar el orden público. Usted ha violado al Bando de Policía y Buen Gobierno y su lugar es la cárcel! –le advierte el alcalde zapatero y cantor, haciendo gala del bajo más profundo de su registro vocal.

 

El balazo

–¡Ah, chingá, chingá y esta cucaracha de dónde salió? –pregunta el interpelando al tiempo que se acomoda el kepí sobre la testa cortada casi a rape, al tiempo que coloca su 45 sobre la mesa.

–¡Ya se lo dije, señor, y se lo vuelvo a repetir: soy el presidente municipal (bla, bla, bla). –La nueva conminación de Chucho es ahora con voz de barítono.

–¡Pues si el señor presidente municipal es tan macho, como presumen todos los de por acá, por más que sean puros pájaros nalgones, que venga él a sacarme, –reta el coronel al tiempo que soba la pistola con la palma de la mano.

Aquí será cuando un Chucho francamente aterrorizado, se diría que obnubilado, vea cosas que su estado de ánimo le dictan pero que realmente no están sucediendo. Ve, por ejemplo, que el soldado toma su pistola y le apunta directo a la cabeza y ante peligro tan inminente, él, zapatero, organista y cantor de música sacra, desenfunde la suya, apunta y dispara. ¡Jesús María y José!, invoca, Chucho mientras que el coronel cae hacia atrás cuan pesado es. La cabeza le sangra profusamente y no obstante se pone de pie y su actitud ha dejado de ser beligerante. ¿Qué paso?, pregunta Moyano fingiendo demencia.

Y era que su jefe, el general Berlanga, comandante militar del puerto, quien jugaba dominó a un lado, en la cantina de Mazzini (más tarde La Bavaria y El Tirol), aparece en aquel escenario. El mismo ordena a su subordinado acompañar al alcalde en calidad de su detenido. “Además del arresto, le dice, algo ha ganado esta noche mi coronel: ya no tendrá que hacerse la raya de en medio! La carcajada del general sonará como de ópera, esa de ride pagliaccio.

Todo Acapulco sabrá de las calenturas del alcalde Leyva. Son terciarias y dan por el puro miedo, diagnostica doña Petra Murga.

Sastres

 

Además de ser un político natural, don Miguel P. Barrera compartía los oficios de sastre y periodista. Editaba un periodiquito quincenal llamado El Renovador, de información general y tópicos políticos. Necesariamente militante del Partido Obrero de Acapulco, el POA, fundado por Juan R. Escudero, don Miguel logrará su aspiración de ser presidente municipal de Acapulco. Corre 1925. El sastre Barrera, del barrio del Teconche, será relevado del cargo antes de terminar su periodo anual. Lo sustituye ¡otro sastre!: don Heriberto Tapia, quien, como ya quedó anotado, entra como relevista por segunda ocasión.

La gordura corrupta

 

A don Miguel, por cierto, no lo veía con simpatía “el ágora de Acapulco”, así conocida la reunión cotidiana de acapulqueños en el Zócalo, dedicada al chismorreo político y, en síntesis, a “no dejar títere con cabeza”. Se convertirá más tarde simplemente en La Banca del Zócalo. Voces surgidas precisamente de esa tribuna adjudican la salida de don Miguel a una extraña propuesta del Cabildo. La de revivir una antigua ordenanza, dictada quien sabe dónde y cuándo, relacionada con la honradez y el peso corporal. Don Miguel era chaparrito y gordito.

Se trataba de que cada regidor y funcionario del ayuntamiento fuera pasado por la báscula cada mes, en el mejor sentido de la palabra, a efecto de llevar un control estricto del peso de cada uno de ellos. El propósito era detectar los mínimos aumentos de peso corporal, fluctuaciones que delatarían ingestiones opíparas o, en costeño, “comer con manteca”.

Y sabido era que eso resultaba imposible con los salarios de hambre de entonces, llevando a los gordos a cargar con el estigma de corruptos

Es cosa de imaginarse como burócrata en aquella época a don Agustín Cartens, ex director del Banco de México. Seguro que se le declara el hombre más corrupto del mundo.

 

Los periódicos

Los azarosos años 20 acapulqueños, sus liderazgos naturales y prefabricados y sus convulsiones político-sociales han creado la necesidad de que todo asunto público se airee en beneficio de la sociedad. Ello ha traído como resultado la aparición de múltiples hojas escritas a máquina o impresas tipográficamente a las que se les llama periódicos. Regeneración, el quincenario fundado y dirigido por Juan R. Escudero, fue sin duda de los primeros medios serios y respetables del puerto.

Contrapartes de Regeneración, medios nacidos para combatir a Escudero y a su partido, fueron El Pueblo, editado por Juan H Luz Nambo, también alcalde del puerto. Y los semanarios satíricos El Rapé y El Pica Pica, editados por Reginaldo Sutter.

Más adelante, a partir de 1924, El Relámpago de Margarito Gómez Maganda con las colaboraciones de Alejandro, su hermano, Joaquín Adame y varios alumnos del sexto grado de la escuela Miguel Hidalgo. Al año siguiente aparece El Renovador, del alcalde De la Barrera.

TEA se llamó el periodiquito editado por Alejandro Gómez Maganda, Carlos E. Adame, Eustacio Benítez y Lamberto Chávez. Al año siguiente, en 1926, volverá a circular por poco tiempo el periódico de Juan, Regeneración, dirigido esta vez por don Atilano Contreras, respetando desde luego la línea obrerista original.

Regeneración, el final

Compañero de mil batalla políticas de Juan R. Escudero, pero básicamente uno de sus más leales amigos, el ex diputado Santiago Solano emprende en 1929 una nueva temporada de Regeneración, esta vez tabloide dominical con la misma línea del original. Lo dirigen, sucesivamente, don Vicente Espinosa Álvarez y don Manuel Linares Alarcón, maestro y poeta. Lo imprimían el propio Gustavo Cobo Camacho y su ayudante Ventura Solís, en la antigua imprenta del maestro instalada en Progreso número 3.

Echando madres contra los “cagatintas” “que no lo dejan gobernar con sus pendejadas”, el gobernador Adrián Castrejón ordena el asalto policiaco al taller de Regeneración y la destrucción de la pequeña prensa. Como los atacantes no pueden destruirla a marrazo limpio y para no padecer las iras del militar, llevan la impresora a La Quebrada y desde la primera plancha la lanzan al mar.

 Los mejores alcaldes

El alcalde de Acapulco en 1960, Jorge Joseph Piedra, enumera En el Viejo Acapulco a los alcaldes que fueron para él los mejores durante las tres primeras décadas del siglo XX, algunos repetitivos. Estos son:

Don Antonio Pintos y su hijo don Rosendo; Juan H. Luz, Samuel Muñúzuri, Celestino Castillo Carmona, Heriberto Tapia, Ernesto Herrara y Manuel L. López.

 

Don Samuel Muñúzuri

Recuerda que don Samuel Muñúzuri, habiendo entregado la presidencia municipal a su sucesor, la reasume motu proprio cuando aquel contrae la peste negra. Ante la imparable propagación del mal, el alcalde exige a Las Tres Casas españolas entregar al pueblo, gratuitamente, todas sus existencias de víveres. Para evitar cualquier contacto con la población enferma, deberían colocar sus donativos sobre petates y ubicarlos principalmente en la plaza Álvarez. La gente, enferma o no, acudirá en tumulto a obtenerlos. Por otra parte, Don Samuel rescata el reloj público del palacio destruido por el ciclón de 1912 y lo envía para su reparación a la joyería La Princesa, de la Ciudad de México.

 

Los Pintos, padre e hijo

A don Rosendo Pintos, Joseph le reconoce haber iniciado en los albores del siglo XX el empedrado de las calles del puerto, además el haber logrado importantes avances en materia sanitaria y vial. A su hijo Chendo le elogia su apego a la ley, especialmente en materia de culto público. Fue en ese sentido inflexible con el clero católico, acostumbrado a realizar procesiones callejeras y misas en barrios, mercados y residencias particulares. A costa de su popularidad personal, el alcalde hizo respetar la ley suprema logrando que el culto tomará a partir de entonces su cauce legal.

 

Don Enrique Lobato

Enrique Lobato –escribe Jorge Joseph– fue el más querido y popular. Reempedró las calles, hermoseó al jardín Álvarez, mejoró el palacio y el mercado. Era tanta su autoridad moral, magüer su fresca juventud –22 años– que todos le llevaban sus problemas en busca de consejo y solución. Hasta los niños, cuando en la calle jugaban a las canicas o a los trompos, si surgía una discusión y pasaba Enrique, sometían el alegato a su arbitraje. Él decía si hubo o no trampa en el juego. Fue el más humano de los alcaldes. Provenía del Partido Obrero y era orfebre.