3 octubre,2017 5:25 am

Cambiar. Cambiarnos.

Arturo Martínez Núñez

Terminó septiembre dejando tras de sí una estela de destrucción y muerte. Septiembre, el llamado Mes de la Patria, provocó que los mexicanos nos uniéramos en torno a las tragedias. Septiembre será también recordado como el mes en que los jóvenes comenzaron a involucrarse en la vida pública, organizándose a través de las redes sociales pero también encabezando los esfuerzos de rescate y de acopio en tierra.

Poco a poco, los mexicanos intentamos retomar la normalidad. Las familias que perdieron seres queridos y cuyo patrimonio fue afectado, necesitarán más tiempo para sanar pero eventualmente lo harán.

Las heridas nos transforman. La tragedia nos obliga a hacer un alto en el camino y a  valorar lo que tenemos y lo que hemos perdido. También nos hace reflexionar acerca de la vida que queremos llevar y del mundo que queremos crear.

En un solo mes, México fue golpeado por tres ciclones y dos terremotos de alta intensidad. Las instituciones del Estado mexicano fueron sometidas a prueba y salvo algunas excepciones, han salido bien libradas.

Sin embargo algo se movió en la sociedad. Algo se activó entre un grupo de personas que se habían mantenido al margen y que sentían repulsión por todo lo que sonara a política.

Es necesaria una revisión semántica acerca de la vilipendiada política. Aristóteles decía que el ser humano era un Zoon Politikón, es decir, un animal político. Los seres humanos nos organizamos para vivir en comunidades, en sociedades, en ciudades, en habitus. Nuestra actividad cotidiana es por definición política. Necesitamos mucha más política. Necesitamos mayor participación ciudadana. Necesitamos evitar que sean solamente los políticos profesionales a través de los partidos, los que hagan uso y se apropien de la política.

No es lo mismo decir “política” que decir “partidos” o “elecciones”. Siempre que se da un esfuerzo cívico, surgen las voces que llaman a “no politizar” el tema. Al contrario. Debemos de politizar cada vez más todos los temas de interés público. Otra cosa es que se partidicen los procesos. Eso si hay que evitarlo siempre y a toda costa.

Una más: “ciudadano” no es antónimo de “militante”. Pareciera que todos los que se quieren adueñar del término “ciudadano” son lo opuesto a los “políticos”. No es así. Nuestros políticos profesionales también son ciudadanos. Todos somos ciudadanos a menos que perdamos esta categoría al incurrir en uno de los supuestos que señala la Constitución mexicana.

No todos los ciudadanos son independientes, como tampoco todos los políticos son malévolos ladrones. Tenemos que comenzar a abandonar estas visiones maniqueas donde de un lado están los ciudadanos honrados y trabajadores y del otro los políticos corruptos y malhechores. Cada vez que un funcionario público comete un acto de corrupción es porque del otro lado de la mesa tiene a un ciudadano haciendo exactamente lo mismo. Cada vez que un funcionario corrupto recibe dinero a cambio de un trámite, del otro lado hay un ciudadano dando la mordida. Cada que un gobernante corrupto asigna una obra sin observar la ley, es porque está beneficiando a algún ciudadano igualmente corruptor y negligente.

Mientras los mexicanos sigamos esperando que al cambiar al gobierno cambiaremos nosotros mismos, seguiremos sufriendo decepción tras decepción. Los mexicanos seguimos esperando el regreso de Quetzalcóatl. No sabemos vivir en democracia. No sabemos vivir sin un caudillo. En la época precolombina, Mesoamérica era dominada por reinos algunos más y otros menos pero todos absolutistas. Tras la conquista, Mexico vivió cerca de 300 años bajo el yugo de la monarquia a través de los virreyes; a partir de la Independencia, tuvimos primero un emperador fallido y luego una sucesión de caudillos, unos liberales otros conservadores, y de un nuevo emperador esta vez extranjero. Después vinieron los largos periodos de Juárez y de Porfirio Díaz. Tras la Revolución, regresamos al esquema del Hombre Fuerte, hasta que el PRI institucionalizó la monarquía absoluta sexenal disfrazada de democracia. Así, llegamos al año 2000 en el que finalmente se dio la ansiada alternancia y el inicio de una vida democrática. Los mexicanos tenemos menos de 20 años de experimentar la verdadera democracia con medios de comunicación abiertos y con órganos de control, de equilibrio y de rendición de cuentas.

Hoy debemos de profundizar este proceso. Pero el avance no vendrá del régimen que se trata de desmantelar ni de los personajes que pretendemos jubilar. La única transformación posible vendrá de la ciudadanía organizada y actuante: una ciudadanía nueva, política y más politizada.

 

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