14 noviembre,2017 7:17 am

Coincidencias

Federico Vite.

El escritor Richard Flanagan cuenta que el día que puso el punto final a su sexta novela El camino estrecho al norte profundo (Traducción Rita da Costa Random House, España, 2016, 445 páginas) murió su padre. Yo terminé de leer esta novela en una situación similar. El libro de Flanagan obtuvo en 2014 el premio Man Booker. Aborda aspectos históricos que hicieron polvo la voluntad de algunas soldados; mellaron los sueños de otros y dieron al traste con la vida de todos. Obviamente, Flanagan habla de los sobrevivientes, hombres que a pesar de estar libres siguen encarcelados en momentos específicos de su existencia. En su mente presenciaban una y otra vez cómo decapitaron a un hombre. Para bloquear ese hecho, y el miedo a morir, recordaban con intensidad superlativa a la mujer que amaban. En suma, estamos ante un libro que da cuenta del amor, de la guerra y de la muerte.

En plena Guerra Mundial, 1943, los japoneses construyeron una vía de ferrocarril desde Tailandia hasta Birmania, buscaban la manera de abastecer a las tropas niponas asentadas en ese territorio, pero tuvieron algunas complicaciones logísticas. Así que los japoneses obligaron a trabajar a unos 300 mil hombres; 60 mil eran prisioneros. El resto eran civiles tailandeses y birmanos. Murieron cerca de 100 mil civiles y 13 mil soldados. El padre de Richard Flanagan fue uno de los supervivientes de ese terrible pasaje histórico.

Flanagan nos cuenta la vida del cirujano tasmano Dorrigo Evans, lector empedernido de poesía, usaba los versos de Tennyson como mantra; estaba enamorado de Amy, la hermosa mujer de su tío, un octogenario héroe nacional que no pudo contra la guerra, fue inoperante para sacarla de sus recuerdos. En especial, Dorrigo piensa en los hombres maléficos, de quienes aprendió el arte de la humillación, la violencia y la crueldad. Vituperar al hombre por el hombre mismo, esa fue la mayor lección. A su mente arriban constantemente las charlas con el coronel Kota (siempre listo para decapitar a un soldado, quien observaba como poseso el grosor de los cuellos de todas las personas que tenía al frente) y Nakamura, un adicto a la violencia, letal y enfermizo adicto.

Esta novela, homónima al libro de Matsuo Bâsho, habla de la selva, la sangre y las enfermedades con la misma fuerza que describe la belleza del paisaje en los campos de concentración de Tailandia. Bashó hizo del relato de su cuarto viaje (Traducido al castellano como Carretera estrecha hacia el gran norte y al inglés como El sendero estrecho al norte profundo) su obra maestra. Cada mes de noviembre se celebra en Ogaki (prefectura de Gifu), destino final del viaje, un festival en honor al poeta. Flanagan recurre a los haikus de ese escritor para agrandar el contraste entre la vida y la muerte, entre la violencia y la belleza, justamente entre la existencia y la muerte, cada capítulo está marcado por un texto del maestro Bashó.

El autor recurre a la experiencia y al físico de su padre para crear a Dorrigo Evans, el médico cirujano de guerra, coronel del ejército australiano y líder de los prisioneros. Gracias a la profesión de este hombre, el autor nos muestra los horrores de la confrontación bélica, el dolor y la brutalidad. Retrata con bastante fortuna el ejemplar despliegue de energía que invierten los soldados para sobrevivir. Superaron la falta de alimentos, de higiene, de medicinas y de material médico; las enfermedades: cólera, disentería, malaria. Paralelamente a lo atroz, el narrador intercala una historia de amor. Dorrigo, aunque está casado con Ella, acaba teniendo una relación con Amy, la esposa de su tío. El relato agrupa dos vertientes, presente y pasado, y muestra el comportamiento y carácter del protagonista. Hay pocos saltos en el tiempo, básicamente se trata de una novela estructurada de manera tradicional (recurre con acierto e insistencia al racconto y la analepsis). La historia es contada por una voz en tercera persona, pone especial atención a los movimientos de Dorrigo pero también expone con claridad la hondura sicológica de los presos, los guardias, las mujeres que aman a Dorrigo, lo amigos de él. Es curioso que nunca se fije en los hijos del protagonista, salvo para referirlos como austeros, desdeñosos y fríos. Gente que sólo pide ayuda y dinero; gente que nunca brinda, ni siquiera, un saludo amable. Flanagan reconstruye los recuerdos de su padre, uno de los 13 mil militares australianos prisioneros por los japoneses en la Segunda Guerra Mundial. Trabajó infrahumanamente en las obras del Ferrocarril de la muerte. Flanagan lleva este hecho, Ferrocarril de la muerte, a su máxima expresión. Consigue con esta novela un libro que fusiona calidad y altas dosis de ternura, El camino estrecho al norte profundo nos recuerda a El paciente inglés (1992), por tema y por estructura, pero nunca por la voz narrativa, pues hay marcadas diferencias entre lo hecho por el canadiense Michael Ondaatje y lo creado por el australiano Richard Flanagan, una rareza que podría definirse como blockbuster de excelente manufactura y mucha calidad.

Mi padre no fue médico, ni yo escribo una novela sobre él. Pero en la medida que leía este libro en el hospital, mientras la noche golpeaba mis pensamientos, supe que la honestidad es un valor importantísimo en la literatura. Centraba la mirada en mi padre y atendía de vez en cuando la lectura. Diagnósticos, medicamentos, urgencias. La novela de Flanagan detalla la voluntad de los enfermos por recobrar nuevamente la salud. Ocho horas antes de la visita de la muerte, terminé la novela. Una de las frases de Flanagan fue una certeza que yo palpé: “Aquello que siente un hombre no siempre equivale a todo lo que encierra su vida. A veces no equivale a nada. Repitió algo, como si las palabras fueran pavesas que bailoteaban arriba y abajo, como si la propia vela fuera la historia de su vida y él tratara de insuflarla infantilmente”. Llegado el momento, la hora marcada para la partida de mi padre, sentí todo eso que uno conoce (lo oscuro trepando el cuerpo, el llanto, la impotencia primigenia de ser huérfano).

Flanagan trabajó 12 años en esta novela. Hizo cinco versiones, pero no sentía que estuviera bien descrito y capturado el espíritu de su padre. Conversaba una y otra vez con él sobre El camino estrecho al norte profundo. Finalmente escribió la última pagina y llamó por teléfono para comunicarse con Archie Flanagan, quien felicitó a su hijo por haber terminado una empresa titánica. Durante la noche, a los 98 años de edad, con la alegría de que alguien contara su vida, el mayor de los Flanagan dijo adiós. Que tengan un buen martes.