3 octubre,2017 5:34 am

Desarrollo nacional ante la globalización IV

Eduardo Pérez Haro

Por los caídos y los damnificados del 19 de septiembre del 2017.

Apenas dos horas después del simulacro de las 11 de la mañana, increíble e inaudito el 19 de septiembre, nos sorprende con un sismo de proporciones y características destructivas en la Ciudad de México, Morelos y Puebla alcanzando a los estados de México y Guerrero. Paralelamente se procesan las gestiones hacia la tercera ronda de negociaciones del TLC con distancia de los ciudadanos, pasmados unos en tanto que otros volcados en el rescate solidario de los sobrevivientes de los derrumbes donde los jóvenes cobran especial relevancia por su determinación y fuerza organizada que se depura hora tras hora, jornada tras jornada, para lograr una respuesta que se sobrepone al vertical burocratismo de la acción gubernamental. La sociedad civil ejerce una crítica práctica del accionar limitado y torpe del gobierno que, ante el drama en las tareas de rescate, no puede desprenderse de sus afanes protagónicos por la capitalización política y la comparsa de los medios televisivos del duopolio sin escatimar en lo propio, el rating.

El 26 de septiembre, el mes apunta a su término con la denuncia de tres años sin respuesta sobre los 43 normalistas desaparecidos y el 30 de septiembre concluye con la conmemoración de los 252 años del nacimiento del generalísimo José María Morelos que desde los Sentimientos de la Nación imaginara un México independiente y cifrado por la igualdad que nomás todavía no ha podido ser. Así, hemos dejado atrás un septiembre complejo y difícil que tendrá repercusiones diversas sobre el futuro inmediato y mediato. Ayotzinapa vive y 2 de octubre no se olvida. La perspectiva del movimiento de los jóvenes y de la sociedad civil que en general reaccionaron en un eficaz despliegue de ayuda para con los sobrevivientes atrapados y damnificados, enfrenta muchos obstáculos para traducirse en un punto de organización y movimiento contra previsibles perturbaciones por venir en la fase de reconstrucción y las insuficiencias de contenido y forma que socavan la vida de grandes segmentos de la sociedad nacional y condenan, paradójicamente, a quienes ahora se han mostrado sensibles y fuertes pero que están en riesgo inminente de ser sacrificados por la continuidad de la partidocracia que se amaña para asegurarse en el poder en el 2018, sin realmente entender ni asumir su posibilidad política para sacar a México del marasmo histórico y el creciente rezago y deterioro.

México asimila y paga los costos del capitalismo globalizado donde la acumulación y centralización internacional de las principales empresas monopólicas le ha dado lugar al desempleo, la desigualdad y la pobreza en el interior de las otrora ejemplares economías industrializadas y ha dejado en libertad de gobernar a su antojo a las oligarquías nacionales a cambio de su apertura al asentamiento y realización del capital trasnacional con muchas prerrogativas y sin mayores condiciones, pero sobre todo lo acomoda con “Reformas Estructurales” que abren paso al abaratamiento del costo del trabajo a la par del desmantelamiento de los mecanismos colectivos de defensa sobre los derechos laborales mediante las diversas maneras del llamado “trabajo flexible” en el que se halla atrapado el régimen actual del empleo formal e informal y asimismo, se abre la posibilidad de “intromisión” de estos grandes capitales trasnacionales de origen nacional y extranjero, que para efectos prácticos actúan bajo la misma lógica sobre los territorios de los campesinos que por cinco décadas han sido orillados a la subutilización de las tierras, incluso el abandono de las mismas, aspectos, en lo urbano y lo rural, con los que la perspectiva nacional se torna con rumbo definido a la expoliación donde el discurso del desarrollo perfila un fraude al prestar los recursos disponibles de México, incluida su fuerza de trabajo, al apalancamiento de una globalización que apela a la superexplotación del trabajo en los países no desarrollados como el nuestro, en clara incapacidad de descansar sobre el mejoramiento técnico-productivo.

El gobierno de México sirve a los sectores más incompetentes del capitalismo global, esquirol del capitalismo que habría de desarrollarse bajo los cánones de la i) competencia, ii) la productividad y iii) el salario suficiente para cubrir las necesidades de reproducción de la fuerza de trabajo y la seguridad social para su retiro. Empero, nada de eso, lejos de ello, y no conforme con este servicio cabizbajo, el gobierno de México desde hace más de tres décadas se ha entregado a la suerte del comercio exterior con enorme descuido sobre los factores de la inversión pública para direccionar la inversión privada hacia un cambio cualitativo en la producción de manufacturas y alcanzar la generación de medios de producción, a pesar de que en esto radica la fuerza de toda economía avanzada y de la verdadera independencia. Así también, en lugar de la defensa del territorio, éste se concesiona extensivamente a la industria extractiva, aspectos que, de cubrirse a la par de la representación política sustentada en los trabajadores y sus familias, las sociedades de base y los colectivos, y no sólo en el acarreo de los pobres, las corporaciones de los grandes empresarios y la partidocracia, darían fuerza a la soberanía para redefinir el rumbo de un desarrollo efectivo. Mas las cosas no apuntan en esa dirección.

Entonces, tenemos un doble desastre: de una parte, esta gran deficiencia de la capacidad productiva nacional sin la cual no se concretan las bases para el crecimiento y el desarrollo, independientemente de todos los parches que se ocurran a los proponólogos que para todo tienen una ocurrencia, de singular imaginería y terapéutica discursiva, pero que pareciera que desconocen las reglas de la acumulación del capital que opera en la realidad económica a pesar de todas sus perversiones consustanciales como el monopolio, la corrupción y la arbitrariedad que por más extendidas que se presenten no alcanzan a revelar el carácter dominante de las relaciones de producción entre el capital y el trabajo asalariado de las que dependen los procesos de valorización y aun el saneamiento del dinero fiduciario que se emite contra deuda o por especulación.

Y, de otra parte, existe la deficiencia de las sociedades de base que sin lugar a dudas se tornan fuertes y solidarias frente a los cataclismos como probadamente lo han vuelto a mostrar en respuesta al desastre provocado por el terremoto del 19 de septiembre pasado, pero que al no recargar sobre organización y política, corren el riesgo de ser ensombrecidos por la épica que los medios están construyendo de la tragedia con lo que están arrogándose el despliegue de la sociedad civil al enaltecerlo como algo humanitario que empata los sentimientos de su labor de difusión, mientras el gobierno vuela las cifras del desastre que vendrá acompañado de la entrega de los apoyos por su parte, construyendo la mecánica de un accionar de ayudas que se diseminarán por estados clave para efectos electorales y que no incurre en delito mientras suceda pronto, ni precisa de explicaciones y sobre cuyas bases no será cuestionado y así, delante de todos y en ausencia de otros lo harán sin falta ni recato. La reconstrucción entra en campaña legítima y desproporcionada, mientras las negociaciones del TLC se dirigen a la zona de choque.

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