17 noviembre,2017 7:09 am

El dolor que fascina es el placer que mata  

 

Adán Ramírez Serret.

Julián Herbert (Acapulco, 1971) es el primer escritor nacido en el estado de Guerrero que reseño para este periódico. Aunque desde hace un rato vive en Saltillo, en varios de sus libros marca su ascendencia de Acapulco.

Es un poeta, original como todo aquel que se jacte de serlo, que también ha dado el salto hacia otros géneros. La poesía, desde mi punto de vista, siempre es útil para un escritor. Lo es por la relación con el lenguaje siempre atenta, sin duda; pero también porque en la poesía se entra siempre en conflicto con la forma. Así, cuando Julián Herbert escribe poemas, ensayos, viajes, crónicas, novelas o relatos, lo hace siempre poniendo en crisis a los géneros, mezclando todo y creando una obra más que original.

Lleva al menos dieciocho años publicando libros y siendo uno de los escritores que siempre hay que voltear a ver lo que está escribiendo. De manera rápida, puedo citar, El nombre de esta casa (1999), Kubla Khan (2005), Un mundo infiel y al menos 10 libros más. Sin embargo, en 2012 con Canción de tumba, a caballo entre autoficción, biografía y novela (no importa qué sea), nos dejó a los lectores viendo visiones y con los oídos tapados por la contundencia de su contenido y la estridencia de su prosa.

La crítica literaria, fiel a su papel siempre pesimista, se preguntaba qué haría Julián Herbert luego de haber escrito un libro tan impresionante, con una historia que parecía sepultar cualquier futuro. Y resultó, tal como estamos viendo ahora con Tráiganme la cabeza de Quentin Tarantino, que con Canción de tumba tan sólo había puesto una de sus muchas cartas sobre la mesa.

Antes de entrar de lleno a este libro de relatos, es preciso decir algunas palabras del libro anterior, La casa del dolor ajeno.

Se trata de un libro que mezcla los géneros de la narrativa; a la manera del ornitorrinco de la prosa, como denomina Juan Villoro a la crónica, en La casa del dolor ajeno (nombre con el que llaman al estadio de futbol del equipo de Torreón), el autor se da a la tarea de investigar el cruento y olvidado asesinato de más de 300 chinos durante la Revolución mexicana. Sin embargo, esta pesquisa histórica no es más que el primer impulso del libro, pues Herbert, revuelve todo de una manera admirable; los problemas del escritor son parte fundamental de la búsqueda, en la cual los testimonios que más importan a quien escribe, provienen de taxistas y demás habitantes de Torreón, que nada o algo saben de lo que sucedió.

Tráiganme la cabeza de Quentin Tarantino es un libro preciso para el momento, pues me parece que dice mucho, dialoga directo con los mexicanos que han vivido la violencia cara a cara.

Hace algunos años, Herbert hizo un prólogo a una novela que en muchos sentidos inauguró una literatura, se trata de Otras caras del paraíso, de Franciso José Amparán, escrita a finales de los años noventa. Es una historia que expone uno de los problemas de los últimos años en México: la violencia ligada al narcotráfico. Sin duda hubo antes obras importantes, pero a partir de esta, han continuado de manera brillante escritores como Elmer Mendoza, Daniel Sada, Eduardo Antonio Parra, Carlos Velázquez y Antonio Ramos Revillas y sin duda Julián Herbert.

En estos relatos que ahora reseño me parece que hay un paso más, entiende que no hay una posición filosófica, ni política, ni ideológica en ningún sentido hacia el crimen y la violencia; considera que los personajes de relatos como Balada de madre de Teresa de Calcuta o Ninis, no caen en ningún mundo depravado o negro; no habitan un mundo en decadencia, sino que parece podrido desde siempre.

Recuerda el desencanto de Charles Baudelaire que Herbert cita en uno de sus cuentos; una asimilación del mundo en el cual el dolor que fascina, es simplemente el placer que mata. Quentin Tarantino, en México parecería narco.

Julián Herbert, Tráiganme la cabeza de Quentin Tarantino, Ciudad de México, Random House, 2017. 186 páginas.