18 diciembre,2017 6:46 am

Historia del Ayuntamiento XVII

Víctor Cardona Galindo.

Dice Florencio Encarnación Urzúa en su libro Las luchas de los copreros guerrerenses: “Cuando los primeros palmares de la costa comenzaron a fructificar cubriéndose de racimos de coco se inició la ambiciosa y truculenta comercialización de copra y con ello se despertó mayor ambición por extender más y más ese cultivo que avizoraba ser pródigo en los beneficios”.

Los copreros estaban descapitalizados para cosechar. “No te preocupes compadre —les decían— nosotros te prestaremos los centavos que tú necesites y cuando levantes tus cosechas no tendrás que molestarte en andar buscando quién te la compre ni de ir hasta la ciudad a hacer gastos pues nosotros aquí mismo recibimos copra, maíz, ajonjolí o lo que tengas ¡Para acabar pronto!”

Importantes fortunas se amasaron apresuradamente con el habilidoso sistema de prestar dinero con un interés de un 2 y hasta un 5 por ciento mensual, a la vez que hacían descuentos de 10 centavos por kilogramo de copra comprometida y con los romanazos que hacían aparecer hasta 10 kilos menos en cada saco pesado por la romana.

La Segunda Guerra Mundial afectó con mayor crudeza las islas Filipinas donde se produce gran cantidad de copra y destruyó millones de palmeras, eso provocó un alza en los precios de la copra que benefició a Guerrero. “El alza de precios fue vertiginosa precisamente cuando en Guerrero ya había más de 5 millones de palmeras sembradas y cuando una gran cantidad de ellas estaban en producción. Los habilitadores comenzaron a soltar mucho dinero para comprometer a futuro hasta por seis, ocho y hasta 15 años. Pero simultáneamente organizaban bailes públicos con cualquier pretexto donde había derroche de cerveza y vino”, dice Urzúa. Pero además muchos fueron despojados de sus parcelas por otros métodos truculentos.

El periodo de posguerra fue de prosperidad para la Costa Grande. Dice Ramiro Duarte Muñoz en su libro Copra. Una visión social del cultivo coprero en la Costa Grande a mediados del siglo XX, “fue una época dichosa para todos los campesinos que poseían palmares, como bendición del cielo se encontraba en pleno apogeo de fructividad, los hogares no estaban sobrecargados de familia y el vicio acentuó el gasto del dinero llegando hasta el despilfarro, grandes jugadas de gallos brotaron en el más insignificante poblado, los tapetes verdes fueron una plaga, las mujeres vestían las más preciadas prendas adornadas con desproporcionados collares y aretes, en las fiestas o ferias que se hacían por cualquier excusa, cualquier motivo o pretexto o dizque para mejoras de la escuela… Así se habló de personas que ganaban o perdían cantidades fabulosas en los dados. Todo era fiesta. Se trata de casamiento, lo mismo de bautizo”, todo era dicha y fiesta.

Pero pronto vinieron los altibajos, el precio comenzó a caer y vinieron los impuestos, por eso al comenzar el primer lustro de la década de los años 50 estaba prendido el movimiento coprero en el que participaban los nueve ejidos copreros de Atoyac. A la llegada el primero de abril de 1951 a la gubernatura de Alejandro Gómez Maganda alteró las cosas. Sin tomar opinión al pueblo y sin decir agua va, Alejito —como le decían en su pueblo— se sacó de la manga el decreto 24 “que grababa en forma desproporcional desde la palmilla, la palmera en producción y la copra. Los cococultores de la región de Petatlán, donde hay una sola persona poseedora de varios miles de palmeras, dieron el grito en el cielo”, comenta Ramiro Duarte Muñoz.

Los copreros se citaron para protestar el 16 de agosto de 1961 en Acapulco, pero como el gobernador Maganda tenía decretada también una ley orgánica de la Policía Estatal donde entre otras facultades le otorgaba la autoridad de impedir manifestaciones o reuniones públicas que no estuvieran autorizadas, al reunirse los copreros desde temprana hora en la Posada de San Ignacio en el centro de Acapulco, inmediatamente se presentó un pelotón de policías del estado y desbarataron la reunión, por eso los campesinos trasladaron la asamblea a la comisaría ejidal de La Sabana y ahí fue donde nació la Unión Regional de Productores de Copra del estado de Guerrero. En el comité directivo quedó el atoyaquense Jesús Galeana Solís como secretario de correspondencia y archivo. En esa asamblea se acordó exigir la derogación inmediata del decreto número 24.

Luego el primer congreso coprero se llevaría a cabo el 1, 2 y 3 de diciembre en Tecpan de Galeana donde fue notoria la presencia de importantes cuadros del Partido Comunista como Hipólito Cárdenas Deloya, Miguel Arroche Parra y el mismo Florencio Encarnación Urzúa, pero también de importantes acaparadores de copra como Roberto Nogueda y Candelario Ríos. Ahí participaron muchos copreros atoyaquenses, destacaron por su activismo Sixto Barrientos de El Humo y Jesús Galeana Solís de Atoyac.

Pronto los copreros pasaron de las reuniones a la acción. Para protestar por la entrada al país de grasas de origen animal que sustituían a los derivados de la copra organizaron una huelga, para impedir que saliera la copra del estado hasta lograr resultados. “Eran las 5 de la mañana en punto del 24 de abril de 1952 cuando desde Acapulco hasta Zihuatanejo por la Costa Grande y hasta San Marcos por la Costa Chica, la carretera fue seriamente bloqueada por numerosas cuadrillas de guardias y por la comisiones de copreros desesperados y dispuestos a todo. A las 9 de la mañana de ese día ambas carreteras estaban profusamente sembradas con banderas rojas que flameaban al vaivén de la brisa. En cada crucero de caminos, en cada paraje, frente a cada poblado o ranchería lucía gallardo un lienzo carmín”, dice Florencio Encarnación.

En este movimiento las mujeres fueron las más valientes animando a los hombres, pero pronto encontró opositores como el presidente municipal de Coyuca, Rosendo Ríos Rodríguez y los pistoleros encabezados por Nicolás Torreblanca de San Jerónimo de Juárez quienes apoyados por el Ejército al mando del general comandante de la 27 Zona Militar, Álvaro García Taboada rompieron la huelga y apoyaron para que la copra pudiera salir. La huelga terminó con pequeños logros, el gobierno accedió a cerrar la frontera a los sebos.

En 1952 proliferaban los tugurios en el centro de la ciudad de Atoyac. María Huerta tenía un congal disfrazado de billar en el callejón Cuauhtémoc, muy cerquita del río. El cabaret María Luisa estaba en la calle de Reforma, era muy popular, llegaban mujeres muy hermosas que hacían perder la compostura a cualquiera. En ese cabaret quedaron las fortunas de muchos cafetaleros y copreros. Doña Consuelo Olivares instaló otro tugurio en la calle Nicolás Bravo, las meretrices se conocían por sus apodos, una era La Turista, otra La Húngara y La Tilicha que arrasó con todos los hombres del pueblo.

Tenía poco de abierto el primer Jardín de Niños entre Aldama y Emilio Carranza (hoy Juan Álvarez). A esa institución asistían los hijos de los riquillos, pero también Honoria, la pequeña hija de una meretriz que apodaban Carmela La Panzona, ella trabajaba en El María Luisa. Como las madres aconsejaban a las niñas que no jugaran con la hija de la güinsa, la pequeña Honoria se quejó con la maestra Romanita Reyes diciéndole, “Maestra, éstas pinches putas no quieren jugar conmigo”, al conocerse la expresión fue causa de risa en algunos hogares, pero en otros se sonrojaban y hasta llegaron a pedir que no se aceptaran este tipo de niños en tan noble institución. Honoria creció y con los  años tuvo una vida honorable en Atoyac.

Ya para entonces estaba quedando atrás la etapa de los viejos compradores de café, la de los árabes de apellido Zahar y del chino Lorenzo Lugo a quien Concepción Eugenio recuerda porque no podía hablar muy bien el español. En lugar de pronunciar Alcholoa le decía a su chofer, “pasa a cagá a Chiloa”. Y porque comentaba, “Mexicano tonto, porque mexicano gana peso y gasta peso, y chino gana peso y gasta tostón”.

Una legión de voraces y deshonestos compradores nativos se posesionaban del mercado. Alteraban la balanza romana para ganar en cada pesada, además de cobrar al tiempo los préstamos con altos intereses que hacían a los campesinos, con ese método muy pronto se amasaron grandes fortunas.

Corría el primer lustro de la década de los 50 cuando se comenzó a jubilar de manera masiva al viejo pilón como morteadora casera de café y las viejas despulpadoras rudimentarias, como el molino de palo. Isaías Gómez Mesino recuerda que despulpaban el café dentro de un árbol hueco. Cuando su familia comenzó a cosechar café ellos mismos lo pilaban y lo traían a vender a la cabecera municipal donde Gabriel Zahar y Lorenzo Lugo. En ese tiempo se pilaba el café a puro pilón. Lo despulpaban manualmente, a un tronco le hacían un hoyo en medio y le metían un palo con canales y le daba vuelta. Así despulpaban el café.

Dice Andrea Radilla Martínez que “el morteado también tiene su historia y va aparejada a los cambios tecnológicos y a la manera y nivel de inserción de la cafeticultura en ellos. El uso del pilón, un tronco grueso de árbol al que daban forma de un reloj de arena con un hoyo en el centro de la parte superior donde se colocaba el café capulín y era pilado (morteado) por uno, dos y hasta tres personas en un mismo pilón, con una mano —un trozo de madera como de 80 centímetros, con una horadación exactamente a la mitad del mismo de donde se sujetaba con las dos manos—, estos utensilios eran hechos por los propios ejidatarios con machete y hacha”.

Dicha técnica se usó de manera dominante hasta los años 50, combinando con el uso del molino de madera y en muy pocos casos molino manual de acero. A excepción de la familia Pino González que fue la primera del municipio de Atoyac en pilar café en maquinarias, a partir de 1947, a ese proceso se sumaría más tarde José Navarrete y el doctor Juan José Becerra en 1953, Sotero Fierro y Miguel Ayerdi en 1955.

Concepción Eugenio, mejor conocido como Chon Nario, recuerda que uno de los primeros que comenzó a mortear café en Atoyac fue el libanés Wadi Guraieb quien tenía su morteadora en una barda grande de la calle Reforma, donde ahora están las instalaciones de Cable Costa. Una vez la máquina se desgobernó y comenzó a temblar la tierra, se escuchaba el estruendo muy feo. La gente salió de sus casas corriendo y en el centro se hizo mucho escándalo, nadie sabía qué hacer, esa maquinaria era desconocida por todos. El héroe fue Flores Zedeño quien sin medir el peligro se metió y apagó la máquina mientras todo el mundo corría asustado. “Sustos que se llevaba la gente con esos aparatos del Diablo”, comentaría un azorado vecino.

El aumento de los impuestos y en la búsqueda de mejorar su situación los cafetaleros se organizaron y el 6 de mayo de 1952 se fundó la Asociación Agrícola Local de Caficultores de Atoyac de Álvarez Guerrero, la dirigencia quedó integrada de la siguiente manera; presidente, Juan Quinto López; secretario Raúl Galeana Núñez y tesorero Baldomero Téllez. Sus primeras oficinas se abrieron en la casa de Quinto López en la calle Allende Norte y después se trasladaron a Independencia número 13.

Por la inconformidad que había en contra del gobierno estatal algunos costeños abrazaron la causa del general Miguel Henríquez Guzmán quien perdió las elecciones ante Adolfo Ruíz Cortines en julio de 1952.

Muchos ante la derrota electoral optaron por mantener abierta la posibilidad  de una insurrección armada que llevara al poder a su candidato, el general Miguel Henríquez Guzmán quien  prometía hacer efectivas las demandas de la revolución de 1910. Los campesinos henriquistas se integraron a la Unión de Federaciones Campesinas de México (UFCM), al darse una fuerte movilización de henriquistas emergió la figura del general Raúl Caballero Aburto quien fue el principal ejecutor y responsable de la masacre de henriquistas el 7 de julio de 1952 en la Alameda Central de la Ciudad de México, cuando ocupaba el puesto de comandante del Batallón Mecanizado del Ejército.

Había cambios en el ambiente, la última reforma del artículo 34 de la Constitución fue en octubre de 1952 cuando el Congreso de la Unión otorgó el derecho al voto a la mujer, se publicó al siguiente año, por eso en 1955 tendríamos la primera regidora y le tocaría a maestra Genara Reséndiz de Serafín ese honroso cargo.