13 septiembre,2017 7:03 am

* La división de las élites

A LA CARGA

* La división de las élites

Gibrán Ramírez Reyes

Que existen clases dominantes que se benefician desproporcionadamente de la estructura productiva, es un hecho. Que influyen en la política, también, si bien en algunos países lo hacen más y en otros menos. México no es la excepción, aunque la élite política tenga sus propios espacios y dinámicas, así como cierta capacidad de resistir a los embates de los grandes empresarios cuando se conforman en un bloque. Recuérdese, como ejemplo, la reforma de 2007 en materia de comunicación política, cuando quitaron de las manos de los empresarios de radio y tv los jugosos recursos de las campañas por medio de asignar a los partidos tiempos oficiales del Estado con esos fines. No es lo común.

Idealmente, las elecciones son un acto cívico en el cual los ciudadanos acuden, libremente, a manifestar su preferencia; pero la asimetría en poder y dinero resulta determinante en el condicionamiento y expresión de ésta. Antes de llegar a las urnas, los ciudadanos y sus preferencias transitan por diversas instancias mediadoras: sus compañeros de trabajo, los medios de comunicación masiva, amigos, su sindicato –si lo tienen. Antes del proceso de transición a la democracia, muchas de estas instancias estaban subordinadas al poder presidencial en un esquema piramidal –los sindicatos, las agrupaciones de empresarios, los medios mismos– pero comenzaron, con el inicio del siglo, a adquirir autonomía. (Ver “Residuos” de Fernando Escalante, Milenio 2/08/17).

Ya autónomos, dichos módulos de la antigua red de mediaciones pueden venderse al mejor postor, a destajo, por obra, por tiempo. Además, muchas de las organizaciones han perdido peso, particularmente las de trabajadores, pues la tasa de sindicalización en México es ridícula –en 2014, cerca de 13 por ciento– y la mayor parte de los sindicatos son de protección patronal. Así, los empresarios son más poderosos que antes, por sus organizaciones autónomas, su dinero, su dominio del mundo del trabajo y, recientemente, su capacidad de presión radicada en organizaciones de la sociedad civil.

En 2006 esto se vio de manera diáfana y por ello debe ser nuestro punto de comparación con el presente. Recuérdenlo: Coparmex y el Consejo Coordinador Empresarial –el organismo que aglutina al mayor número de empresarios, según ellos mismos– pagaron por una campaña en televisión que infundió miedo y comparó a Andrés Manuel López Obrador con Hugo Chávez. Jumex y Sabritas hicieron lo propio, aunque más a favor de Felipe Calderón que en contra de AMLO; y empresas como Coppel pidieron directamente a sus empleados votar por el PAN –Enrique Coppel difundió una vergonzante carta. Claramente, los empresarios jugaron al margen de la ley y sin lealtad republicana, pero estuvieron todos unidos, aunque muchos de ellos –casi todos– fueran históricamente más cercanos al PRI. Y sólo así, con corporativismo empresarial y dinero ilegal en la contienda, además de las trampas tradicionales, ganaron por algo como 0.56 por ciento y con grandes dudas sobre la legitimidad del resultado –con fraudes, para ser más claro.

Hoy todo es diferente, y lo digo sin entrar a las causas. La división de las élites es un hecho importante por sí mismo como para hacerlo notar. Según no pocos teóricos y estudiosos de la política comparada, esta división es terreno fértil para el cambio político. Tomo unos cuantos ejemplos. A inicios de año, Coparmex se negó a firmar el Acuerdo para el Fortalecimiento Económico y la Protección de la Economía Familiar, de Enrique Peña, argumentando que era improvisado e insuficiente. Ya el año pasado se habían manifestado ¡en el Ángel de la Independencia! para exigir un Sistema Anticorrupción completo –pero que no los tocara a ellos. El Consejo Coordinador Empresarial ha tenido roces similares, pero el síntoma mayor de esta división está en otro sitio.

Claudio X. González se cuece aparte. A estas alturas es un general de oposición. Ha asestado golpes tan fuertes al gobierno que el presidente tuvo que reclamar a su padre, en una reunión, por su activismo –reclamo que llegó hasta la primera plana del New York Times, parcialmente territorio de Carlos Slim. Pero ha golpeado, también, al dirigente del PRI, a sus gobernadores. Y a Morena, mediante Ricardo Monreal. Hay, no obstante, una curiosidad en la que nadie ha reparado: el general González y sus capitanes empresariales y periodísticos no han tocado a Ricardo Anaya y a los suyos ni con el pétalo de una breve investigación original.

Si esto no fuera ya decir, militan con López Obrador integrantes de otro grupo de grandes empresarios, para más señas: de Monterrey y con Alfonso Romo a la cabeza. Quizás estas divisiones explican el nerviosismo de Federico Reyes Heroles, que el pasado 1 de agosto llamó en su artículo, prácticamente, a que los empresarios enfrenten a AMLO con conciencia de clase, o la certeza de Jorge Castañeda, que dijo, en junio de este año, que “Fox le entregó a Calderón el país menos violento de nuestra historia moderna; Peña a López Obrador, el más”.