13 agosto,2018 6:56 am

La República de las Letras

Humberto Musacchio
 
La cultura y el INEGI
En lo que va del año, de acuerdo con una reciente encuesta del INEGI, apenas 51.8 por ciento de los mexicanos mayores de 18 años acudió a algún acto cultural, en tanto que el 2016 y 2017 los porcentajes fueron de 64 y 59 por ciento. Los datos, publicados por el diario La Jornada (30/VIII/2018), resultan extraños o por lo menos discutibles, lo que hace más que dudosa la metodología de las tres encuestas por la gran diferencia de resultados y porque la de 2018 indica que, del total de la población, 86.2 por ciento asistió al menos una vez al cine, lo que echa por tierra el porcentaje mencionado al principio. Por otra parte, 49 por ciento declaró haber ido a un concierto o presentación de música en vivo, lo que permite suponer que se trató, sobre todo, de música comercial e intrascendente. Otra cifra inverosímil es aquella según la cual 26.7 por ciento no va al teatro, lo que si fuera cierto habría que celebrarlo con fanfarrias, pues significaría que tres de cada cuatro mexicanos sí van al teatro, lo que de ninguna manera es cierto.
Recuerdos de Schneider
Nacido en Argentina en 1931, Luis Mario Schneider se estableció en México en 1960 y aquí pasó la mayor parte de su muy productiva existencia. El “museógrafo de las letras mexicanas”, como atinadamente lo llamara Adolfo Castañón, llegó con el título de licenciado en humanidades por la Universidad de Córdoba y aquí se doctoró en literatura por la UNAM, donde fue profesor e investigador y dirigió la Escuela de Letras de la Universidad Veracruzana. Muerto en 1999, dejó tras de sí una extensa bibliografía, el rescate de prominentes figuras de nuestra literatura y la promoción de autores jóvenes, a los que publicó en los Cuadernos de Malinalco y los Libros del Fakir. En buena hora, el también investigador literario Daniar Chávez coordinó Luis Mario Schneider, gambusino de la cultura mexicana, libro publicado por la Universidad Autónoma del Estado de México a fines de 2015 y ahora felizmente reeditado. El volumen reúne testimonios sobre la vida y la obra de un personaje que sigue presente en la cultura mexicana.
No olvide celebrarlos
A quienes, aprovechando la indefensión del recién nacido, buscan un nombre original para imponérselo a la criaturita, van algunas sugerencias sacadas del Calendario del más antiguo Galván: Abdías, Abdón, Acacio, Acursio, Adaucto, Adelfo, Adeodato, Adjuto, Agatón, Agatópode, Agileo, Agoardo, Albuino, Aldegunda, Alodia, Amonaria, Ananías, Anesio, Aniano, Ansovino, Apfías, Apiniano, Argeo, Argimiro, Asterio, Audberto, Audifaz, Austricliniano, Avertano, Azarías, Baraquisio, Cancianila, Carpóforo, Cerbonio, Culmacio, Dioscórides, Dositelo, Dunstano, Ebrulfo, Elesban, Eleusipo, Eparquio, Esmaragdo, Espeucipo, Estacteo, Eudoxio, Eulampia, Euprepes, Evergisio, Exuperancio, Frumencio, Gémino, Gereón, Gontrán, Gundulfo, Hermelando, Hermengaudio, Hormisdas, Hortulano, Iraides, Isnardo, Leómedes, Luquesio, Majencio, Mansueto, Marcionila, Milburga, Nivardo, Nostriano, Pacomio, Pirmino, Plautila, Potamiena, Protólico, Sisebuto, Seleucio, Serótica, Sérvulo, Sofronio, Teonás, Teopempto, Teoprepio, Tesifonte, Tiquico, Trifonia, Troadio, Verecundo, Vérulo, Wenefrida, Wolfango, Yucundo, Zaqueo, Zético y Zótico. No respondemos por el rencor que desarrolle el chamaco.
Vieja guerra a los graffiti
“Deseando apartar de la Iglesia de Dios todas las cosas que son causa u ocasión de indevoción y de otros inconvenientes que a las personas simples hacen causar errores, como son abusiones (sic) de pinturas e indecencia de Imágenes; y porque en estas partes conviene más que en otras proveer en esto por causa que los indios sin saber bien pintar ni entender lo que hacen, pintan Imágenes indiferentemente todos los que quieren, lo cual resulta en menosprecio de nuestra Santa Fe: por ende, Sancto approbante Concilio, estatuimos y mandamos que ningún español ni indio pinte Imágenes ni Retablos en ninguna Iglesia de nuestro Arzobispado y Provincia, ni venda Imagen sin que primero el tal pintor sea examinado y se le dé licencia por Nos o por nuestros Provisores para que pueda pintar, y las Imágenes que así pintaren sean primero examinadas y tasadas por nuestros Jueces el precio y valor de ellas, so pena que el Pintor que lo contrario hiciere, pierda la Pintura e imagen que hiciere”. (Capítulo XXXIV de las Constituciones de el Arzobispado y Provincia de la muy Noble y muy Leal Ciudad de Tenuxtitlan-México de la Nueva España. Concilio Primero, 1555).
Un pial a la Academia
En México, un pial es una suerte de la charrería que consiste en echar un lazo a los pies de animal con el fin de derribarlo. La Madre Academia madrileña consigna en su lexicón la palabra pial como mero localismo mexicano, pero también costarricense, cubano, guatemalteco y nicaragüense. Para la Real, lo correcto debe ser “peal” y con su habitual soberbia colonialista dice que la palabra se deriva del latín pedalis, “del pie”. Pues sí, pero tanto pial como pie recogen la genealogía latina y se escriben con i, de modo que pial tiene tanta o más legitimidad que el pretencioso peal. Habría que echarle un pial a los académicos.