2 julio,2024 6:07 am

Acerca de los perdedores sagrados

 

(Tercera parte y última)

 

Federico Vite

 

Seis meses después de Otis, en este espacio se exigía un proyecto que ayudara a reconstruir bibliotecas y facilitara opciones para el florecimiento de librerías. Aún no existe tal entelequia en la mente de los políticos, ni les interesa. Se pedía también que se pusiera a la cultura como el eje rector de esto, el resquebrajamiento emocional del puerto, pero como ya sabemos, era pedirle peras al olmo. Regresaron las balaceras, los ajusticiamientos, la quema de urvans, de camiones y de taxis, se volvió a sufrir por los problemas en el servicio de transporte, no había urvans porque los “Chicos malos” así lo determinaban. Se veía a la gente en las paradas, en los sitios; estaban de pie, inquieta, consultando el reloj. Las calles se poblaron de transeúntes, iban sudados, porque caminar rumbo al trabajo implica necesariamente perder la imagen de frescura matutina, imagen endeble en el puerto gracias al calor. Y uno suda más, en especial, si no hay seguridad. Seguían, igual que ahora –ocho meses después del impacto del huracán–, los cortes de energía eléctrica. El abierto de tenis había logrado el espejismo de la recuperación y los incendios forestales en Acapulco, y sus alrededores, abrieron los senderos de la normalidad caótica, casi una normalidad sagrada la de este puerto. A la par de esa embestida ambiental aumentaron las balaceras, las persecuciones, los levantamientos forzados; aparecieron decapitados, empezaron a verse los cadáveres en el mar. Nuestra normalidad gatilló otras dinámicas que a la par de las interminables filas para recibir apoyos federales comenzaron a llamar la atención, por ejemplo, el aumento desproporcionado de las extorsiones. A la par de ese hecho, vimos con azoro que la cantidad de militares aumentó y sigue aumentando y la violencia no para.

El señor del Palacio dice que todo va mejor, que seguimos siendo muy felices junto al mar y que sólo los fifís y los conservadores se quejan. Ah, claro, también se dice que quienes trabajan en medios y disienten de ese discurso en realidad extrañan su chayote. Un caldo de cultivo ideal para hacerse una pregunta. ¿Por qué estamos como estamos? Justo por eso traigo a cuento la investigación Estado de Guerra, de la Guerra Sucia a la Narcoguerra (México, Editorial Era, 2014, 191 páginas), de los investigadores Carlos Illades y Teresa Santiago. Este libro es una herramienta útil para entender nuestro presente. Illades y Santiago nos ofrecen un panorama rudo, sumamente deprimente que ilustra muy bien lo que fue la presidencia de Felipe Calderón en materia de seguridad. Y nos habla de algo que hoy se repite, crea usted o no, está documentado que hoy se toman decisiones igual que antes, gracias a las “reuniones de gabinete”. No con estudios ni con partes de guerra, sino con “reuniones”. Hagamos un paréntesis, Calderón –detallan los investigadores– inició la guerra contra el narcotráfico para obtener el respaldo de la clase media. Fue un motor para calmar las aguas después de una elección presidencial sumamente competida. Volviendo al punto de las “reuniones”, ahí se diagnostica la necesidad de militarizar al país, porque se refiere un asunto de seguridad nacional, pero el aspecto esencial (no debemos perderlo de vista) es que estamos ante un grave problema de seguridad pública y en este asunto se requieren policías, no soldados. El caso es que AMLO, cuando candidato, prometió sacar a los soldados de la vida pública; pero ya como presidente les dio permiso de entrar a todo: turismo, aduanas, refinerías, aeropuertos, etc. No se regresaron a los cuarteles y la violencia no para, estamos en el sexenio más violento de nuestra historia. ¿Por qué?

En Estado de guerra se hace un recuento de los daños de todo esto que padecemos día con día. Por ejemplo, se signa lo siguiente: “En Chilpancingo vi cómo despedazan a la gente y la torturan; los compas (los delincuentes) me invitan, me llevan por la carretera y me enseñan cómo tienen a la gente amarrada, cómo le van quitando las manos y los pies, la cabeza y sus partes, y por eso, pensando que ahí se gana dinero fácil, me fui, y ahora me anda buscando en el pueblo (Ayutla de los Libres) el compa que me llevó, pero ya no quiero”. Y el “ya no quiero” es irreversible. Y “el ya no quiero”, sin duda, forma parte de un problema mayúsculo. ¿Qué sigue? Antes de dar una respuesta, pongo sobre la página un hecho, el análisis que se hace en Estado de guerra es sobre la continua presencia militar en el país, y Guerrero tiene un papel protagónico. Y duele saber lo que hay aquí. Estamos en una geografía que tiene muchas actividades informales, pero lo peor no es eso, sino la ausencia legal de Estado que propicia y fomenta la impunidad.

Lo preocupante es que este gobierno hace lo mismo que los anteriores. La 4T repite el esquema y eso, ya lo sabemos, no ayuda en nada. Y si lo que sigue es nada, ¿qué hacemos? Ahh, esa es la tremenda y absurda respuesta de nuestra realidad: Abrazos, no balazos. “Sin entrar a discutir aquí cuánto ha penetrado el crimen organizado a la democracia –financiando campañas, comprando favores, regalando despensas, induciendo el miedo, prestando su maquinaria a algún candidato o asesinando a otro–, lo cierto es que está contaminada de origen por las excrecencias de un aparato autoritario que no ha sido desmontado por la alternancia y que de antiguo trabó estrechos nexos con la delincuencia, incluido el narcotráfico. La policía y el ejército, que actuaron con toda impunidad para acabar con la guerrilla desde la década de 1960, en el gobierno del cambio intervinieron al margen de la ley en la demencial cruzada calderonista contra la delincuencia organizada”, señalan los investigadores. Y si a Calderón le criticamos tanto la inconsciencia de militarizar el país, ¿qué se entiende tras la lectura de este documento sobre los mecanismos empleados por la 4T? El diagnóstico que desata, genera y produce tanta violencia es erróneo. Y si el diagnóstico es erróneo, el plan de acción no sirve.

Este libro también aborda los desplazamientos por violencia, el vía crucis de los desaparecidos, la tragedia de la inseguridad pública y el tremendo clamor de la injusticia en un país que cada vez se vuelve más indiferente en cuanto a materia de seguridad se refiere. Guerrero es un laboratorio, pero obviamente de bajo presupuesto. ¿Qué sigue? Ningún cambio. Queda el recurso de las situaciones peligrosas: Extreme precauciones. ¿Por qué? Déjeme transcribir un párrafo más de Estado de guerra: “En mayo del 2012, el periodista Daniel Lizárraga comentó en un conocido programa de radio (MVS) que había pedido a la Sedena información acerca de cómo se había diseñado la estrategia de combate al crimen organizado durante el gobierno de Felipe Calderón. La respuesta que recibió es que se trataba de ‘conferencias y programas de gobierno que recopilaban acciones’, alegando que se trataba de ‘versiones finales de la estrategia’: ningún documento oficial. Después de presentar un recurso de revisión ante el IFAI, recibió la misma respuesta de la Sedena y el gobierno”. Sin inteligencia ni transparencia, las cosas no van bien. Las pruebas de mi aseveración están a su alcance.