15 junio,2024 5:43 am

Sexenio hegemónico

Héctor Manuel Popoca Boone

 

Si entendemos por hegemonía partidista lo logrado democráticamente en las últimas votaciones por el partido Morena, que conquista con una significativa mayoría de votos a su favor una supremacía o predominio político avasallante, además de la nueva preeminencia de su influencia política sobre los demás partidos políticos, podemos afirmar la existencia de un nuevo hito político en México: el de La Cuarta Hegemonía Política.

Eso le da el derecho de conducir constitucionalmente los destinos nacionales en el marco de la continuidad gubernativa establecida por su máximo líder moral, el actual presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO). También queda bajo la égida del partido Morena, dos de los tres poderes constitucionales federales (Ejecutivo y Legislativo).

La primera hegemonía política de partido habida en el país con tintes de pacificación, estabilización y progreso, se da después de las guerras de Reforma, con el Partido Liberal y la República restaurada, siendo presidente, Benito Juárez, que detentó la investidura del Poder Ejecutivo cerca de 17 años, discontinuos.

La segunda hegemonía partidista, la detenta de nueva cuenta El Partido Liberal, teniendo como líder y gobernante a la vez a Porfirio Díaz, durante 30 años en forma continua. El tercer período histórico hegemónico partidista, se gesta cuando conquistan por las armas el poder nacional, algunos de los protagonistas de la Revolución Mexicana de 1910. Su vigencia empieza cuando se firma el pacto constitucional de 1917 y al conformarse el Partido de la Revolución Mexicana (PRI). La hegemonía del PRI en el poder duró aproximadamente 71 años. La particularidad de este último lapso hegemónico es que no hubo un único gobernante presidencial sino varios, con períodos de mandato de seis años, en acatamiento al pacto constitucional establecido.

La cuarta hegemonía política, en la historia contemporánea del país, la obtiene ahora el partido Morena. Con el apabullante triunfo de su candidata presidencial, Claudia Sheinbaum (CS). Respaldado ese triunfo por aquellos que integrarán las fracciones parlamentarias mayoritarias de Morena en las cámaras de senadores y de diputados federales; además de la conquista de la mayoría de los poderes estatales renovados, que participaron en la justa electoral el pasado 2 de junio.

En términos muy esquemáticos, el triunfo de Claudia Sheinbaum se perfilaba a partir de las amplias simpatías: 75 por ciento de los votos que generó su candidatura en el seno de la clase social pobre de México (según una encuesta de salida de El Financiero del 4 de junio pasado), como reflejo de reciprocidad a los programas sociales de apoyo económico directo, otorgados durante el régimen presidencial de AMLO. Pero también tuvo el apoyo de una parte de la clase media (59 por ciento) y en mucho menor medida el voto minoritario a su favor de la clase social alta del país.

Ya se ha mencionado en este diario que, el mucho poder derivado de una situación política hegemónica de corte democrático (con todos los peros que pueda tener), debe ejercerse con mucha responsabilidad, so riesgo que esa hegemonía se corroa con el tiempo por el desapego con las bases sociales que le dan sustento, sin dejar de tener presente que se debe gobernar para todos. Puede desgastarse rápidamente sin el buen y más fiel conocimiento de la realidad circundante y sólo es vista a través de prismas de privilegio o a partir de burbujas burocráticas de confort), sin tomar en cuenta los aspectos reales de las diversas actividades en que se manifiesta cada segmento social en los diversos territorios regionales que integran nuestro país.

Adquieren importancia implementar programas institucionales descentralizados ad hoc y tener el personal adecuado capacitado; contando, además, con una estructura de administración pública eficaz (hay que restaurar lo que fue desmantelado sin mayor visión) con una dotación mínima de recursos públicos no dadivosos, sino orientados a detonar circuitos virtuosos, pequeños y medianos, de progreso económico y bienestar social.

Termino expresando que no basta la preeminencia política para hacer las cosas, sino también hay que saber dominar el qué, para quién, cuánto, el cómo, con qué, dónde y con quiénes. En pocas palabras hacer efectivos los procesos de planificación nacional y regional, con rendición de cuentas, desglose de gastos y obtención de logros específicos, como estilos de ejercicios de gobierno controlados y medibles; privilegiando la honestidad sobre la corrupción que debe ser efectivamente punible; erradicando la impunidad como forma y/o estilo de gobierno deshonesto. De otra suerte lo hegemónico durará cuando mucho un sexenio más.

 

 

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