17 junio,2024 6:01 am

¡10 de junio no se olvida!

 

Eduardo Pérez Haro (Waras)

Para Yazmín Pérez Haro.

CCH Naucalpan, éramos el segundo agrupamiento detrás de Economía que venía al frente. Aún no se había iniciado la marcha, los estudiantes se estaban agrupando, los compañeros y compañeras estaban llegando en busca de sus escuelas.
Aproveché el momento y me fui a recorrer la ya larga cadena de contingentes alineados en fila india. Uno tras otro los colectivos de las escuelas y facultades de la UNAM y el Politécnico preparaban las mantas que irían al frente de cada agrupamiento y se aprestaban para iniciar la marcha.
Se sentía el entusiasmo de salir de nueva cuenta a la protesta callejera, muchos preparatorianos del 68 ahora en educación superior y otros, que siendo chamacos de secundaria habíamos testificado los hechos de ese histórico movimiento, nos asumíamos como un continuo, extensión generacional de la conciencia crítica.
Nuestros jóvenes maestros del CCH habían participado en el 68 y para entonces eran muy corridos a la izquierda; ahí estaban la querida maestra Anita Ortiz quien fuera maestra de los 68, Raúl Montalvo, Santiago Flores, Yamilé Paz Paredes, Jorge Mondragón, Manuel Miranda, Germán de la Vega y Sergio Yáñez entre muchos otros, mas no sólo eran de izquierda como posición política sino que verdaderamente encarnaban otra visión de la vida y la sabiduría, ilustrados y proclives a una visión que ya superaba las fronteras de la contracultura para perfilarse hacia la organización y participación política.
Recuerdo que en el siguiente periodo del 68 mundial, éramos lectores de Cohn-Bendit con Prohibido Prohibir, Frantz Fanon y Los condenados de la tierra, Allen Ginsberg apropósito de los poetas de Nueva York, el Manifiesto del Partido Comunista de Karl Marx y Frederich Engels, Alma Encade-nada de Eldridgie Cleaver de los Panteras Negras en Estados Unidos, la Carta al Padre y La Metamorfosis de Franz Kafka, Erich Fromm con los Manuscritos Económico-filosóficos de Marx, José Revueltas en El Apando y Los muros de agua, y no podían faltar La tumba y De perfil de José Agustín y el inigualable Parménides García Saldaña con El Rey Criollo y Pasto verde … así, otros tantos textos y libros que nos animaban en el complejo entorno de los 70.
Los Beatles se despedían con Let it be y los CCHeros nos desplazábamos hacia el rock menos melódico y más disruptivo que viniendo ya de los 60 con Los Kinks, Bob Dylan, The Yardbirds, Jeff Beck y su Beck-Ola con Ronnie Wood, Rod Stewart y Niky Hopkins, Rolling Stones, John Mayall y su Blues Breakers y los grupos de Woodstock, The Who, Joe Cocker, Jefferson Airplane, Santana, Jimi Hendrix, Canned Heat (con Fito de la Parra en la batería), Janis Joplin, Blood Sweat & Tears, Ten Years After, y un gran número de rockeros y bluseros más hicieron el preludio de la agitada década siguiente.
En los primeros años de los 70 nos inclinábamos por The Cream, o Jazz Blues Fusión, Allman Brothers Band, Black Sabbath, Jethro Tull, Led Zeppelin, Pink Floyd, Yes, Emerson, Lake and Palmer, Deep Purple, Eric Clapton con Blind Faith, Rory Gallangher con Taste, Paty Smith desde sus inicios con el punk rock que habría de desplegarse en la segunda mitad de esa década y Bodgie dentro del hard rock y heavy metal, y así otros tantos … por supuesto gustábamos de los clásicos del blues, Howlin Wolf, BB King, John Lee Hooker, Muddy Waters, Papa John Creach, Willie Dixon entre otros.
Mientras esta cultura disonante con tonos brillantes se extendía entre nosotros los jóvenes de 16 y 17 años de entonces, el gobierno en su incomprensión y desconcierto reaccionaba con inquietud y nerviosismo alistando golpes de autoridad y mano dura que sobrevendrían de nueva cuenta al verse cuestionado por el giro contracultural de los jóvenes que nos dejábamos el pelo largo y las chavas optaban por las faldas cortas.
En esa turbulencia de burbujas y colores, el ex secretario de Gobernación y ya para entonces presidente de la República Luis Echeverria era presa del temor de que se repitiera la movilización masiva de los estudiantes que tres años atrás habían puesto a temblar al régimen.
En la Universidad de Nuevo León se planteaba la huelga por la defensa de la autonomía universitaria y la libertad de los presos políticos demandando la solidaridad de los estudiantes de escuelas y centros de educación superior, siendo la capital del país un lugar de particular relevancia por albergar a las combativas comunidades de estudiantes y profesores de la UNAM y el Poli que venían de haber protagonizado los acontecimientos del 68, no tardaron en responder con el apoyo a los compañeros y compañeras de la Universidad de Nuevo León y se convocó a la movilización del 10 de junio.
Salíamos del Metro Normal, otros llegaban por las calles transversales a la Avenida de los Maestros, Amado Nervo, Carpio y Sor Juana o entreverando por parques, escuelas y facultades del Casco de Santo Tomás. En cualquiera de las vías de acceso al lugar de la convocatoria se dejaban ver los agentes judiciales, fornidos y no, pero todos con pistola al cinto; conversaban y fumaban recargados sobre sus carros o en árboles y postes mientras caminábamos y pasábamos frente a ellos hacia nuestros colectivos identificados por las mantas de presentación de Escuelas y Facultades.
Nosotros ya estábamos en la Avenida de los Maestros a la altura de Carpio, que era una de las tres calles que desembocaban en esa vía –mis abuelos vivían en la colonia Santa María la Ribera y para mí era más o menos conocida la zona. Los contingentes se alineaban viniendo del Casco de Santo Tomás ocupando el costado oriental de la Normal de Maestros preparándonos para avanzar de un momento a otro hacia la avenida de San Cosme y enfilarnos al Zócalo.
El movimiento estudiantil de 1968 que fuera acribillado el 2 de octubre no se murió y en su desenlace heredó la seguridad y la certeza que en adelante tomaría forma entrelas nuevas generaciones de jóvenes, de las que los CCHeros y preparatorianos éramos parte, y, de una u otra manera, nos enfilábamos para cuestionar los abusos del poder y el estrangulamiento de las libertades.
El pensamiento crítico ya no era sólo de los trabajadores que encarnan la explotación y que pocos años atrás se habían mostrado con los ferrocarrileros, los médicos y los maestros, los estudiantes de la prepa en conjunción con los estudiantes de nivel superior, asumíamos el ímpetu de cuestionar el sistema del nacionalismo revolucionario que ya dejaba ver sus límites.
Desde poco antes del 68 se mostraban síntomas del agotamiento de la fórmula de prosperidad impulsada al término de la segunda guerra mundial tras el dinamismo internacional de la economía norteamericana y, destacadamente, por la fuerte intervención económica del Estado, los Estados nacionales.
En Francia, Italia, Alemania, Japón, Estados Unidos, Checos-lovaquia, etc., y desde luego en México, se desencadenaban desbordamientos de la protesta social de los jóvenes, de los estudiantes, 1968 configuraba un escenario de convergencia internacional de la protesta. El esquema de desarrollo impulsado bajo la influencia del modelo fordista-keynesiano perdía potencia y se advertía un futuro sin las oportunidades de empleo-ingreso de la época de oro del capitalismo de postguerra.
La protesta por la guerra de Vietnam, el movimiento hippie, el ascenso del rock… prologaban el eventual estallido de la inconformidad de los jóvenes que no nos reconocimos a gusto en el patrón clasemediero de los 50, nos vestíamos y comportábamos con peculiaridades incluso extravagancias, nos disponíamos a la rebeldía contra el modus vivendi del romanticismo color pastel que se había fraguado entre la expansión de los estratos medios de las sociedades durante el auge económico de los 50 y que ciertamente alcanzó los primeros momentos de los 60.
Los jóvenes estudiantes hacíamos nuestra lectura de los gobiernos que, desde finales de los 60 y principios de los 70, mostraban su creciente desesperación con el endurecimiento de las formas de poder evidenciando el declive y fin del milagro mexicano, primero contra campesinos y trabajadores, después serían los estudiantes y más tarde sería la persecución, el encarcelamiento y el crimen de las y los disidentes.
Mientras los padres de nuestra generación aún paseaban entre las canciones de Los Panchos, Eydie Gorme y Bill Haley nosotros salíamos a la calle convencidos de no dejar pasar el atropello de los compas de Nuevo León, denunciando a las autoridades y reivindicando el derecho de las autonomías y libertades, ya no éramos adormecidos por la consigna tutelar de “estudia y pórtate bien” en adecuación a la decencia pregonada como garantía de ir bien en la vida. Éramos rebeldes, éramos insurrectos frente al modus del sistema y el visible agotamiento del progreso y el ensanche del bienestar, frente al abuso y por nuestro derecho a disentir.
Comenzábamos a gritar la consigna “¡no que no, sí que sí, ya volvimos a salir!”, calentábamos el momento en la mayor parte de los contingentes y cuando eso pasaba me fui hacia atrás de la fila estimando el tamaño de la concentración y que todo viniera en orden; lo hacíamos varios impostados en la tarea organizativa y de coordinación que toda movilización exige, y así llegué al último agrupamiento que en ese momento era ni más ni menos que la combativa Prepa Popular y llegado a ese punto nos regresamos hacia nuestro contingente de CCH Naucalpan que estaba hasta delante con la Escuela de Economía de la UNAM que venía al frente… pero no llegamos.
Trotando en la lateral de la marcha que estaba iniciando nos aproximábamos por la Avenida de los Maestros hacia la desembocadura de Carpio, cuando sentí el desconcierto de todo mundo… llegaban por esa calle un chingo de “porros” unos conbastones corriendo hacia nosotros, otros lanzando prismas rectangulares de metal que eran verdaderos proyectiles que alcanzaban a descalabrar a varios compañeros y compañeras que sangraban y seguían corriendo, en un principio no percibí detonaciones de bala, poco después empezarían a escucharse.
Descontrolados todos corríamos hacia el frente, pero en realidad estábamos acorralados, por atrás corrían hacia adelante y los de adelante lo hacían de manera inversa, las calles que viniendo de Santa María llegaban a la Avenida de los Maestros eran los accesos del ataque de porros que después sabríamos que eran Los Halcones.
Nosotros ya no alcanzamos a llegar a nuestro colegio y era de suponerse que Economía enfrentaba el ataque de Los Halcones de frente y fue en esa zona que se empezaron a oír los disparos, después se escucharían por todos lados.
En nuestra turbulencia vimos que algunos compañeros y compañeras empezaban a trepar una reja muy alta, no sé de qué altura, pero a mí me parecía de unos cuatro metros, era un portón de dos hojas de herrería retorcida que nos facilitaba el apoyo de pies y manos, era nuestra oportunidad de escapar de la revuelta y el caos de la violencia, me apresuré y a la par de todos los que cabían brincamos al interior de la Normal de Maestros.
Corriendo nos dispersábamos entre aulas y pasillos, varios de los que estábamos en esa estampida nos metimos a un salón y como si nos persiguieran nos arrodillábamos al lado de los pupitres a manera de escudos, poco después, al percatarnos que nadie nos perseguía allí adentro, nos pusimos de pie, pero no podíamos salir porque ahora sí se escuchaban muchos disparos. Nos mantuvimos encerrados al igual que muchos compañeros y compañeras estaban copando la Normal en la misma circunstancia; ahí andaba mi querida y admirada compañera de escuela Josefina Menéndez La Pepa.
Se iba la luz del sol y en el gris de ese trágico atardecer, comenzamos a especular sobre cómo íbamos a salir de ahí, los disparos aún se escuchaban, aunque ya eran esporádicos, empezamos a desplazarnos hacia la puerta que daba hacia San Cosme y en un santiamén me eché a correr cruzando la avenida y al llegar a la acera sur vi la cortina de un taller mecánico que se alzaba unos 70 centímetros del suelo y me deslicé al interior.
Los mecánicos que ahí estaban me recibieron bien y me cubrieron, ya me comentaban que lo grave ya había pasado, sólo eran disparos aislados y sirenas de ambulancias, por supuesto no sabía más de lo pudiera estar pasando. Cayó la noche en forma franca y una media hora después, como a eso de las 8:30 pm, los señores me dijeron que ya podía salir, caminé apresuradamente y en la primera calle me di vuelta a la derecha yendo hacia el sur por el barrio de Santa Julia.
Poco después de las 9:00 pm me crucé a la colonia San Rafael, caminé unas cuadras y viré hacia la izquierda, al norte con rumbo a la colonia Santa María a casa de mis abuelos. Llegué alrededor de las 10 de la noche, ya era el rumor en toda la calle y noticia en los medios. Para efectos prácticos se cerraba ese día oscuro que habría de ser un parteaguas en mi vida.
Al otro día salí de casa de mis abuelos con rumbo al CCH y estaría llegando a eso de las 10 am, me dirigí al salón de usos múltiples donde se estaba organizando la asamblea, cuando entré al recinto hubo sorpresa y alegría entre varios compañeros estudiantes y profesores: me borraron de la lista de desaparecidos y se consideró que yo formaría parte de la Comisión Mixta de estudiantes y profesores que habríamos de coordinar la instrumentación de los acuerdos de la asamblea. Ahí estaba mi querido y muy respetado profesor de física, Santiago Flores “el rompe coches” como lo apodaban sus amigos del periódico La Causa del Pueblo quien me avaló ante la asamblea para hacer parte de esa histórica Comisión que empezaríamos por buscar a los compañeros que aún no se reportaban.
El tema de luchar empezaría a abrirse paso como presagio de lo que vendría a lo largo de la década de los 70. Después de ese golpe represivo se abría un impasse de la lucha abierta y se empezarían a procesar formas prolijas de la denuncia en la literatura y las artes, mientras se discutían formas de organización política con una postura más resuelta. A lo largo de los 70 se sobrevinieron fuertes batallas en el campo y la ciudad de las que pude vivir varias muy importantes, pero eso lo contaré en otro momento…
Hasta aquí la historia, mi historia, de un día difícil, pero como diría mi querido amigo Jorge Veraza, así son los días luminosos del capitalismo.