11 mayo,2018 12:55 pm

Violencia en Río: el drama de las madres que perdieron a sus hijos 

Texto: DPA/ Foto: Xinhua

El próximo domingo, en Río de Janeiro muchas mujeres mirarán al cielo y, absortas y ajenas, volverán a soñar con lo imposible. Sus hijos, muertos en el furor de una ciudad violenta e implacable, no estarán con ellas. Y el Día de la Madre se les consumirá entre llantos inacabados, ausencias y recuerdos.
Los continuos enfrentamientos que involucran a bandas criminales, la Policía, el Ejército, diversos grupos armados y milicias ilegales, y que se reiteran día a día, convirtieron a Río en una ciudad de  atmósfera bélica. Militares armados se pasean por las calles en vehículos blindados, los tiroteos aterrorizan a las favelas y algunos diarios locales ya incorporaron a sus páginas una sección llamada “Guerra”.
Sólo en 2017, en Río mil 127 personas fueron abatidas por policías, más de tres muertes por día. A su vez, 119 miembros de la fuerza pública también fallecieron por la violencia. Y en el medio de la balacera, quedan las madres, sus sollozos, la resiliencia y un nudo en la garganta por tantos hijos perdidos.
El 16 de marzo, Paloma fue a visitar a su madre en el Complexo de Alemão, una de las favelas más populosas de la ciudad. Estaba con sus hijos, Sophia, de cuatro años, y Benjamin, de un año y siete meses. “Paré para comprarles algodón dulce, en la calle, porque tenían hambre”, recuerda a dpa la mujer, y su memoria transmuta en angustia.
“Entonces, oí tiros. Instintivamente intenté proteger al bebé, saltando sobre su carrito. Pero no pude: un disparo impactó en su cabeza y murió en el momento”.
Fábio, su marido, estaba desempleado. El entierro sólo se puedo hacer gracias a donaciones. Ambos abandonaron el apartamento en el que residían, poblado de recuerdos, y viven ahora en un cuarto, en el que duermen en el suelo junto a Sophia.
Imágenes de funerales colectivos, de familias enteras llorando y de gritos ahogados, que combinan impotencia e indignación, se volvieron moneda corriente en los telediarios locales. El asesinato de la concejala Marielle Franco, hace dos meses, se tornó paradigmático. Un año atrás, una bala perdida había matado a María Eduarda, una estudiante de 13 años cuya fotografía llena de vida se revistió de un lúgubre significado de muerte.
Otra de las mamás que habló con dpa es María de Fátima dos Santos Silva. Su hijo Hugo fue asesinado el 17 de abril de 2012, en la favela de Rocinha.
“Él recibió amenazas de policías una semana antes del asesinato. El crimen se produjo a 100 metros de mi casa. Yo oí los disparos, claro, pero nunca me imaginé que la víctima era él”.
Actualmente, María de Fátima vende artesanías para turistas y es una reconocida activista por los Derechos Humanos. “Hugo siempre me obsequiaba flores para el Día de la Madre. Por más que el tiempo pase, jamás superaré lo que sucedió”.
Hace dos días, el 9 de mayo, Luiz Felipe de Castro Moraes fue asesinado. Antes que él, sólo en lo que va de 2018 en Río ya habían muerto 42 policías. En una de las ciudades más turísticas del mundo, los botines que desatan la furia son varios: el control del narcotráfico, la venta de armas, los pagos que los habitantes de los barrios pobres deben hacer para obtener seguridad…
Las fuerzas de seguridad pública combaten a las bandas de traficantes. Sin embargo, en su lucha cometen muchos excesos. No son pocas las voces que afirman que la Policía de Río “criminaliza la pobreza”.
De cada diez asesinados por la fuerza pública, nueve son negros o mestizos. Una mayoría aún superior son hombres. Y al menos el 22% de las muertes suceden en favelas. De las mil 127 víctimas de 2017, sólo 14 vivían en la Zona Sur, la más rica de la ciudad.
Dentro de cinco días, el 16 de mayo, Caio habría cumplido 20 años. Rosilene, su madre, lo tuvo a los 17, y éste será el primer Día de la Madre que pasará sin su compañia.
“Me lo mataron durante una operación que la Policía realizó en Rocinha. Él era honesto y dedicado. Dijeron que reaccionó a un abordaje y por eso le tiraron. Su sueño era ingresar como soldado en la Marina”.
En marzo, después de la intervención militar en Río, el Instituto de Seguridad Pública de la Ciudad y la empresa de encuestas “Datafolha” le preguntaron a los habitantes de la ciudad a qué le temían. Hubo tres respuestas que alcanzaron el 92 por ciento: “ser alcanzado por una bala perdida”, “ser herido o muerto en un asalto” y “quedar en el medio de un tiroteo entre criminales y policías”.
Los testimonios, tristes, melancólicos, se suceden. Araci Gomes, mamá de Carlos, cuenta que su hijo, policía, falleció durante un tiroteo con traficantes en una favela el 28 de abril. Abrazada por otros agentes, todos de anteojos negros, cubierta en lágrimas, vio cómo el cajón con el cuerpo fue sepultado envuelto en una bandera de Brasil.
Janaína, mamá de Jonathan, a su vez evoca: “Le pedí que vaya a buscar un paquete de palomitas de maíz, para llevar a la fiesta de su hermano. Cuando regresaba, recibió un tiro en la cabeza de parte de la Policía”. La pericia, agrega, mostró que el disparo había sido a quemarropa.
La realidad de Río es tan violenta que existe ya una aplicación para celulares llamada “Fuego cruzado”, que avisa en tiempo real sobre los tiroteos en la ciudad, para que los transeúntes eviten las zonas de riesgo: entre el 16 de marzo y el 16 de abril se registraron mil 502 episodios, más de cinco por día.
Paloma, María de Fátima, Rocilene, Araci y Janaína son apenas cinco nombres de los tantos, y tantos anónimos, que componen el sufrimiento de una ciudad con miedo. Son cinco madres que pasarán el domingo sin sus hijos. En un ambiente de hostilidad generalizado, en la que las víctimas se convierten sin más en una mera estadística, es muy difícil decir feliz día.