29 junio,2018 6:52 am

Ambientalistas de plástico

Andrés Juárez
Ruta de fuga
 
Cada viernes en una gran ciudad la tradición se impone: desayunar chilaquiles. La Ciudad de México huele a salsa de tomate verde y cebolla en cada una de sus esquinas. Y no se sabe bien si la tradición de viernes es estar un poco crudo o comer chilaquiles o corromper a funcionarios municipales para poder establecer un puesto en la esquina. Cada puesto parece diseñado en el mismo sitio de utilería. Cada cola de personas esperando su plato parece diseñada en el mismo espacio de creación performativa. En cada esquina, trabajadores de oficinas conversan, fuman, leen sus celulares, mientras les toca el turno de decidir su con todo o nada más con queso y crema. Al llegar ante la persona que despacha con habilidad y táctica de quien sirve alimentos en una emergencia humanitaria, se puede observar la sistematización del proceso: de una columna se toma el recipiente de unicel con totopos y pollo, se le vacía salsa caliente y encima se le pone lo que el cliente diga –todo o queso o crema o cebolla–, se cierra el contenedor, se pone en una bolsa de plástico junto con un tenedor y una cuchara de plástico. Luego otro, y otro, y así por decenas de miles por toda la ciudad en una sola mañana. Una orgía de unicel y polietileno.
Hace poco tiempo tuve el mal tino de contravenir la costumbre. No me abstuve de desayunar chilaquiles, pero decidí llevar un recipiente reutilizable. Las miradas inquisidoras caían sobre mí en la cola de espera. Por un momento sentí que se separaban prudentemente como quien se aparta de un leproso. Al llegar ante la vendedora le pedí que me diera mi desayuno en mi propio traste.
–¿Por qué? –me preguntó ella, mientras sostenía en una mano el recipiente de unicel abierto y blandiendo con la otra mano el cucharón.
–Porque así no ocupo un desechable –contesté, como quien pone el pecho a las balas.
–De todos modos ya está sucio y ya no sirve —me desarmó.
Quise decirle que prefería no usarlo porque así estaría más tranquilo, sentiría menos culpa; pero también explicarle el mucho daño que hace el unicel, la huella hídrica y que sería bueno que hubiera posibilidad de tener el material no listo en recipientes para que alguien o muchos como yo pudiéramos llevar un tupper y aliviar nuestras atormentadas almas. Porque ambientalista que se respeta siempre carga trastos en el bolso. Sin embargo, apenas alcancé a decir que “era por las ballenas”, sonriendo como tonto.
“El problema no es el poliestireno expandible (unicel) sino que se convierta en residuo”, podría haberme dicho algún sagaz e impaciente en la cola de los chilaquiles. Es verdad, puede ser reutilizable, y se convierte en problema cuando adquiere la cualidad de basura. Sin embargo, ante el desastre de los servicios urbanos municipales de limpia, encargados de su manejo y disposición final, grandes cantidades de este material termina contaminando tierras y océanos, con impactos comprobados sobre la fauna marina y costera, principal pero no únicamente.
No hace falta desplazarse mucho para observar cuán plastificada está nuestra vida. La comida empaquetada, los vegetales frescos, las carnes, los jugos para llevar y un gran extenso etcétera. Pero el problema es peor, cuando incluimos las micropartículas de plástico que inundan la industria cosmética para exfoliantes y dentífricos que “eliminan sarro”, difíciles de quitar de las aguas residuales por el tamaño milimétrico. Y luego, cómo explicarle a personas que dependen de una economía informal que hay alternativas como recipientes de papel o de fibras naturales (platos de hojas de maíz, por ejemplo).
Mientras no se avance hacia una economía circular en los municipios y sus ciudades, los residuos sólidos urbanos –dejando aparte los riesgosos o peligrosos– continuarán escapando de sus confinamientos. No es solamente su manejo defectuoso y la contaminación, también son los efectos de la fauna que los confunde con comida o queda atrapada en ellos hasta morir. Además, los tintes que desprenden al llegar a los océanos están causando una contaminación residual a largo plazo sin precedente en la vida marina.
Aunque desde el sector ambiental gubernamental se ha puesto en marcha una seria campaña de sensibilización para que le bajemos al consumo de plásticos, y que las organizaciones no gubernamentales hacen lo propio, e incluso que gobiernos locales han empezado a prohibir el uso de ciertos plásticos –bolsas del supermercado en Hidalgo y Veracruz; unicel en San Bartolo Coyotepec, Oaxaca–, la guerra contra el uso cotidiano de plástico aún parece perdida. ¿Como decirle a la señora de los chilaquiles que uno se preocupa por las ballenas cuando en casa se ve plástico en productos para limpieza, en trastes, en aparatos eléctricos, en adornos? Al ver que el cucharón seguía blandiéndose en el aire y que el rumor de la fila detrás de mí comenzaba a intensificarse, me di por vencido y acepté el cochino recipiente de unicel. Valiente ambientalista. Ambientalista de plástico.
La caminera
Una economía circular contraria a la economía lineal –extracción, producción y desecho– es una posibilidad de salida para la trampa de plástico en la que estamos atrapados. Cuenta también –y mucho– la aportación de cada persona para reducir el consumo de plásticos en los detalles más mínimos y más significativos como popotes, mantelillos, vasos de café, microplásticos en cosméticos. Y sobre todo, lo es una economía basada menos en hidrocarburos, que al final de todo es el inicio de este problema.