2 agosto,2018 4:34 am

Alcaldes de Acapulco (XL)

Anituy Rebolledo Ayerdi
Ike en Aka
Un mes después del triunfo de la Revolución Cubana, en 1959, el presidente de Estados Unidos, Dwight D. Eisenhower, se embarca en su tercera visita oficial a México. La primera había sido en 1948 para recibir la Orden Mexicana del Águila Azteca, la más alta distinción que se otorga a los extranjeros en México por servicios prestados a la nación y a la humanidad. Y en su caso, como héroe de la Segunda Guerra Mundial y gran amigo de nuestro país. La segunda será en 1953, cuando se reúna con el presidente Ruiz Cortines en la Nueva Ciudad Guerrero.
La Casa Blanca difunde que esta tercera visita de Eisenhower a México tiene carácter informal y sin agenda. Sí para reiterar la buena voluntad, comprensión mutuas y respeto que caracterizan el espíritu de las relaciones entre México y Estados Unidos.
Un Ike siempre risueño aborda el Columbia tercero para volar hacia Acapulco, el 24 de febrero de 1959. ¿Por qué Acapulco?
“Donato Miranda Fonseca fue quien escogió el puerto para el encuentro entre los dos jefes de Estado”, presumen aquí los amigos del ex alcalde porteño y en aquel momento secretario de la Presidencia de la República. Versión luego desmentida por la presencia de un aparatoso equipo médico a cargo del cardiólogo personal del mandatario de 69 años. El nivel del mar, ¿Do you know?
El arribo del mandatario estadunidense y su comitiva se produce en el Aeropuerto Internacional. Lo recibe su homólogo mexicano Adolfo López Mateos con su gabinete. El alcalde Mario Romero Lopetegui cumple bien con su bit de entregar las llaves de la ciudad al más grande héroe vivo de la Segunda Guerra Mundial. “Mucho bueno Acapulco”, responderá aquél.
La curiosidad y el morbo actúan en demérito del acarreo al puro estilo priista (but of course). La población entera se lanza a las calles para conocer y, si se puede, tocar con devoción religiosa al presidente mexicano más querido de todos los tiempos y al general con más estrellas en el mundo, cinco. Un imán tan poderoso como la torta de frijol y la Yoli ofrecidas a los ansiosos asoleados de la valla principal.
La muchedumbre y su Ike
Ya en pleno centro de la ciudad, los dos mandatarios saludan a la multitud desde el balcón principal del Palacio Federal, el búnker de Bonilla, presidente de la Junta Federal de Mejoras Materiales, figura del alemanismo que en pleno siglo XX mantiene un poder político similar al de los virreyes de España, facultados, principalmente, para gastarse los recursos destinos al puerto por la federación.
“La muchedumbre (apunta en su crónica don Tomás Oteiza Iriarte) manifestó su regocijo con una prolongada ovación y un coro sonoro repitiendo una y otra vez las tres letras del nombre del visitante: ‘¡Ike, Ike, Ike!’, que el homenajeado agradeció con los brazos en alto”. (Acapulco, la ciudad de la nao de oriente y las sirenas modernas).
Ciertamente, la acapulqueñada coreaba con entusiasmo las porras y consignas en honor del rubicundo César; si bien lo hacía con ganas pero con dificultades idiomáticas. El animador pedía ¡“aik, aik, aik!”, y lo que obtenía eran simples ayes: “ay, ay, ay”, cuya sonoridad y sincronía , no obstante, impactaban al visitante. En el trayecto del Palacio Federal del Club de Yates, donde los jefes de Estado abordarán el yate presidencial Sotavento para sus pláticas ultramarinas, se reproducen los número clásicos en esta clase de sucesos.
a).- La multitud, particularmente mujeres, rompe las vallas de bayonetas para saludar de mano (el beso no se acostumbraba) a los mandatarios. Algunas les entregan subrepticiamente papelitos perfectamente doblados, seguramente solicitando bienes o favores personales, aunque no faltarán los sicalípticos que piensen en citas amorosas.
b).- Una anciana dorada por el sol, chaparrita y patizamba, alza la mano y, como si se tratara de una agente vial, la comitiva hace alto total. La dama se dirige al Cadillac descubierto donde impone collares de cempasúchil a cada uno de los dignatarios. Ambos le facilitan la operación estirando el cuello lo más que les es posible. Aplausos, muchos aplausos.
c)- Una graciosa puchunquita hace lo mismo más adelante. Ella entrega una rosa y un beso en la ajada mejilla de Ike y hasta tres en la tersa del mexicano. Escena emotiva y lacrimógena.
d).- Cuando la comitiva arriba al Club de Yates surge un coro femenino tan sonoro como los demás: “¡Qué chulo estás, papacito!”, que ALM asume inmediatamente agradeciéndolo con ambas manos sobre el pecho. Luego regresa a ver a un Ike colorado de envidia.
¿Submarinos bajo el Sotavento?
Las pláticas entre ambos mandatarios tienen lugar en el comedor del Sotavento mientras navega lentamente en la Bahía. Allí mismo se servirá la comida. No faltarán, porque nunca faltan, periodistas fantasiosos. Aquellos que aseguraban que bajo la embarcación navegan por lo menos dos submarinos pequeños, mientras un tercero cerraba la entrada a la bahía o bocana. Y por si fuera poco, dos destructores disfrazados de yates de recreo aguardan más allá. ¿Fantasías?
Huevo de pípila
Por la noche , al doblar la comitiva el cerro de La Candelaria, esta vez rumbo al Club de Skies para disfrutar del espectáculo de Los Ochoa, desde los más alto del barrio surgen voces disonantes aunque no perfectamente audibles por el estallido de una cohetería. Son las mujeres de la Asociación de Lavanderas de Acapulco, lideradas por doña Carmen Cortés de Deloya. Manifiestan su rechazo a la visita de Ike, ilustrado en cartulinas con leyendas entre la que destaca una: “Vete de aquí sanababiche cara de huevo de pípila, Acapulco no te quiere”. (Así sonaba la mentada de madre, son of a bitch, característica de la playa, en tanto que el huevo de pípila es pecoso, como gringo).
Ya en coro, mujeres y niños recurrirán al universal “¡Yanquis, go home! ¡Yanquis, go home! ¡Yanquis, go home!”.
Es tan agudo el chillido de aquel coro que Eisenhower logra escucharlo, pero sin descifrarlo y algo comenta al oído de su anfitrión. “Así es el pueblo mexicano, cuando se entrega sin reservas y con pasión a los buenos vecinos y mejores amigos”, le contesta un ALM cariacontecido.
No hay alarma entre los servicios de seguridad porque la situación está controlada a partir del anuncio de la visita imperial. La Policía Federal, el FBI y los G-Man mantienen en perfecto resguardo domiciliario a don Emeterio Deloya Cárdenas, quien, junto con el profesor Nicolás Román Benítez, dirigen aquí el Partido Comunista Mexicano (PCM), liderado entonces por Dionicio Encina.
Private party
–No, señor, lo siento. No tengo anotado en mi lista el nombre que usted me dice y si no está aquí es que no está invitado. ¿Me permite su invitación? Lo siento, señor, pero hay personas esperando…
El enojoso suceso se produce a la entrada del hotel Pierre Marqués, sede temporal de la Casa Blanca y donde el presidente estadunidense ofrece una recepción a su homólogo mexicano.
–Le ruego cheque nuevamente su lista, míster –insiste el enviado vestido de guayabera blanca y gafas oscuras– ¡Como no va estar si se trata del señor general de división Raúl Caballero Aburto, gobernador del estado de Guerrero”, deletrea el hombre sus palabras en tono de do mayor.
El santo y seña ofrecido no impresiona para nada al portero quien. siempre risueño y en perfecto español, reitera que tal nombre no aparece la lista de invitados Debe tratarse a un error del staff, infiere, y envía al solicitante con el coronel Hunter, a cargo de los invitados.
Con pensamientos demoledores contra los “pinches gringos ojetes y soberbios” el enviado, francamente indignado, se pregunta si eso mismo le hubieran hecho, por ejemplo, a Pancho Bravo La Guitarra (el matón del régimen). ¡Madres, él solito se habría chingado a varios de esos mastodontes, refiriéndose a los G-Man, custodios del Tesoro de los Estados Unidos y de su tesorito el presidente. Decide, finalmente, darle la queja al presidente Mario Romero.
Lo encuentra en el bar del propio hotel acompañado por varios funcionarios. Lo aparta para comentarle el agravio. Vestido con esmoquin albo y pañuelo negro de seda en la bolsa, el presidente municipal se dirige inmediatamente al salón aludido. Ante el alcalde que le habla en su propio idioma, cambia totalmente la actitud del portero destrabándose en segundos el enredo.
–¿No, cabrones? –comenta el emisario desairado– el culero hasta grado de mayor le dio a don Mario.
El gobernador Caballero Aburto, ajeno a todo, tuvo acceso expedito a una recepción a la que no había sido invitado. Él no, pero sí el Mayor, o alcalde.
Ike, cardiaco
–Para mí whisky con agua –ordena Eisenhower en la cena de despedida,  en el hotel El Mirador.
–Yo prefiero una Coca Cola –opta en su turno ALM.
–¡¿Coca Cola? ! –casi grita el interlocutor– ¿No sabe usted que la Coca Cola es mala? Lo dice mi médico, el doctor White, a quien yo considero el mejor cardiólogo del mundo. El me mantuvo vivo hace cinco años para poder, infartado como estaba, ganar la reelección presidencial.
–Es que si bebo whisky no me haría efecto la medicina que estoy tomando –explica ALM a manera de disculpa.
–Dice el doctor White que yo hubiera podido evitar mi primer infarto si tres horas antes me hubiera tomado un whisky. Desde entonces no las dejo pasar sin tomarme uno.
–Mi cardiólogo, el doctor Ignacio Chávez, que algo sabe sobre el tema, me ha dicho que para el corazón es mejor el vino tinto que el whisky.
–¡Yo que usted me tomaba un whisky!