13 diciembre,2018 7:20 am

Prima donna / 4

Anituy Rebolledo Ayerdi
Carmelita
Carmen Romero Rubio, la prima donna mexicana de más larga data, logra que su esposo Porfirio Díaz (ella 17, él 51 años) abdique a su vocación de garañón insaciable; lo mimo que a otros placeres más arraigados, entre ellos el mole coloradito, el tasajo, las tlayudas, los chiles rellenos de sardinas, los tamales de chipile, la cocada, la leche quemada, el champurrado y el mezcal.
Ella, una caprichosa socialité tamaulipeca, guía de la mano por las rutas de la civilidad al valiente héroe del 2 de abril, hasta convertirlo en un estadista auténtico. Casi mágicamente lo despoja de su apariencia indígena para convertirlo en un caballero blanquito, incluso apuesto, introduciéndolo al afrancesamiento total. Ella, Carmen Romero, lo consigue después de haber llorado pidiéndole a su padre, don Manuel Romero; “por lo que más quieras, daddy, no me cases con ese viejo montaraz”.

Carmen Romero Rubio influyó sobre la conducta de su marido, el presidente Porfirio Díaz, además lo pulió con sus buenas costumbres, le enseñó excelentes modales, lo vestía de colores de moda y estilos afrancesados. Foto: tomada de internet

Fue ella, Carmelita, como la llamó todo  México por tanto tiempo, la que obliga a Porfirio Díaz a cortarse el pelo con un estilista francés y no de casquete corto con el peluquero del Ejército. Fue ella, también, la que quemó todos sus trajes de la milicia regular para vestirlo napoleónicamente, con los mejores modistos galos. Quien otra sino ella la que enseña al oaxaqueño a comer con cubiertos, a no traer las uñas largas y mugrientas, a lavarse los dientes y no a hacer buches de agua para luego lanzarlos a gran distancia.
No pudo la señora Díaz, sin embargo, con algunas manías del increíblemente mandilón de su marido. La de hurgarse la nariz y a veces probar el contenido, la de escupir por el colmillo y a gran distancia, la de juguetear con el palillo de dientes y lanzar “chingaos” en la sobremesa. Sólo en algunos casos  hará  Carmelita concesiones culinarias para el general: cuando pida chiles verdes, nopalitos o salsa molcajeteada para añadirlos a un beef stroganoff, por ejemplo, o bien a un roux a la bechamel.
¿Tú, también?
Terrible fue para el presidente Álvaro Obregón aquel mes de diciembre de 1923 , cuando varios generales decidieron colgársele del brazo bueno. El primero fue el general Adolfo de la Huerta y su rebelión dizque contra los Tratados de Bucareli. Vendrán más tarde volteretas menos espectaculares de los también divisionarios Fortunato Maycotte, Manuel M Diéguez, Rómulo Figueroa y algún otro.
Los periódicos coincidían en sus ocho columnas: “Los generales se le voltean al presidente”, mientras que la gente comentaba en la calle sobre la inminencia de un “volteón” de todo el Ejército.
Una de esas noches de duro cierzo invernal – como catará más tarde el maese Lara– el general Obregón llega a la residencia oficial y su único pensamiento es dormir, dormir. Aquél día ha sido particularmente pesado aunque, garañón presumido, no ha faltado la “entrega” cotidiana. ¡Faltaba más!
Doña María Tapia, la prima donna, tiene sin embargo otros planes. Lo espera luciendo el negligé negro que tanto le gusta a Álvaro (particularmente cuando despojaba de uno similar a Celia Montalván) Así, tan pronto el hombre casi dormido se acurruca bajo las sábanas del tálamo presidencial, la prima donna pone en juego sus probadas artes de seducción utilizando las claves de la
intimidad:
–¿Álvaro, me volteo?
–¿¡Tú también, María!?, estalla el señor presidente– ¡Con una chingada, María!, ¿todo mundo se ha conjurado hoy para volteárseme?!
Bordado a mano
Maderista consumado, el general coahuilense    Eulalio Gutiérrez Ortiz fue nombrado presidente de la República tras la instalación de la Convención Revolucionaria e intentó gobernar por encima de las fracciones revolucionarias. No obstante, Francisco Villa y Emiliano Zapata harán valer su autoridad sobre él permitiéndole apenas dos meses en Palacio Nacional. Gutiérrez abandona en secreto la ciudad capital y huye hacia Estados Unidos. De regreso a México en 1929 se une a la Rebelión escobarista y muere 10 años más tarde en Saltillo.
Decidida a asumir su papel de prima donna , aunque fuera brevemente, Doña Petra Treviño de Gutiérrez se une a un taller popular de costura donde pide aprender a bordar fino. Su intención en bordar las camisas del general y presidente lográndolo pronto ante la admiración de sus maestras y compañeras. Ante la extrañeza de éstas, será necesaria una explicación sobre el por qué el bordado de una “ U”, tipo Bodoni, sobre toda la bolsa de la prenda. Tan sencilla como esta:
–Es que para mí siempre ha sido “Ulalio”.
Indigencia presidencial
-¡Por qué lo hiciste Joaquín!, grita dolorida la prima donna Dolores Alzogaray cuando su marido le informa que ha aceptado por tercera ocasión ser presidente sustituto de México. ¡Por qué, Joaquín, por qué….!
–Lo siento mujer, responde el veracruzano José Joaquín Herrera, pero he de cumplir mi compromiso que echar de México hasta el último de los invasores yanquis.¡Todo saldrá bien, te lo prometo!
A partir de ese día, la prima donna, muy lejana de ser llamada así, tendrá que llevar al señor presidente los tres alimentos diarios   hasta el Palacio Nacional, al que se ha mudado hasta cumplir su promesa. Almuerzo, comida y cena tendrán espacio suficiente en una canastita de mimbre cubierta con una servilleta bordada.
¿Pobre un presidente de la República? Quién sí entendía aquella situación era don Vicente Riva Palacio, quien había visitado recientemente el hogar Herrera-Alzogaray, quedando horrorizado del grado de pobreza en el que vivían. El mandatario rechazará  cualquier gestión del yerno del general Vicente Guerrero, a la sazón ministro de Justicia, para modificar esa situación.
Una vez dejado el poder, el ex presidente Herrera enferma recibiendo su esposa 200 pesos de la Tesorería de la Federación para médico y medicinas. Los recursos se agotan pronto y sobreviene la muerte. Entonces, para enfrentar los gastos del sepelio, doña Dolores deberá de empeñar un reloj recibido como regalo por el señor presidente. Pero como los  recursos obtenidos no son suficientes, la primera dama recurrirá a la caridad pública.  Coloca en la puerta de su vivienda una charola demandando la generosa solidaridad popular: “Para el entierro del general”.
Cinco años atrás, en 1854, el presidente Herrera había firmado el decreto mediante el cual se creaba el nuevo estado de Guerrero, en honor del general Vicente Guerrero, por gestiones de Riva Palacio y Juan Álvarez.
El  ciclón del 38
Al alcalde de Acapulco, general Agustín Flores, le toca sortear con uno de los peores ciclones de la temporada. Y lo hará  exitosamente por contar con el apoyo del comandante de la Zona Militar, cuyo personal   proporciona ayuda oportuna a la población. El calendario marca el 28 de mayo de 1938.   La información sobre las características del meteoro las ha recibido del jefe de la Oficina Local de Telégrafos, a cargo de Jesús Muñoz Vergara, quien ha sido avisado también de la presencia en Acapulco de la primera dama de la Nación, Amalia Solórzano de Cárdenas, acompañada por su pequeño hijo Cuauhtemito, de 4 años. Chucho se siente poseedor de una información que puede cambiar el destino de su vida.
Muñoz Vergara, hermano de un popular peluquero conocido como el “amigo Víctor”, candidato eterno a la alcaldía de Acapulco, no lo piensa dos veces y corre con tal información hasta donde, sabe, se hospeda la esposa del presidente Lázaro Cárdenas. No en un hotel o casa de huéspedes sino en el campamento de la Comisión Nacional de Caminos, bungalows localizados en el barrio de Manzanillo.
Es cosa de imaginarse la movilización que provoca tal anuncio por parte de los miembros del Estado Mayor Presidencial. En un dos por tres la señora y su hijo estarán bajo resguardo en una hospedería segura. Más tarde, la experiencia vivida en Acapulco será tema de conversación en el seno familiar. Se añadirá un hecho no del todo cierto sobre la “destrucción de los bungalows  arrastrados por la corriente y el vendaval”.  Y, claro, la presencia heroica del salvador, don Chucho, el telegrafista,” sin la cual no lo estuviéramos contando”, dramatizaba doña Amalia. No faltará quien meta la pata con un comentario fuera de lugar: ¡Dios es grande, señora!
Quisiera ser diputado
Convocado un día a la residencia oficial de Los Pinos, don Chucho es recibido por la señora de Cárdenas. Desea agradecerle haber salvado la vida de ella, su pequeño Cuauhtémoc, así como de su servidumbre y personal de seguridad.
–“Mi deseo, don Jesús, es materializar mi agradecimiento, le dice. Pídame, por favor, lo que más desee en estos momentos para usted y su familia. ¿Acaso un ascenso en Telégrafos, quizás una casa? …con confianza, don Jesús”
–Yo, señora de todos mis respetos –se atreve finalmente el hombre–, estoy convencido de que sólo cumplí con un deber elemental. Luego, entonces me siento pagado con su palabras y el saludo del señor presidente. Ahora que, si usted insiste, quiero confiarle  un sueño de toda la vida. El sueño, señora, es el de llegar a ser diputado federal para hacer algo por mi pueblo…
Chucho Muñoz, diputado
Y el sueño del telegrafista se hace realidad. El 1 de septiembre de 1949 Chucho Muñoz Vergara rinde protesta como diputado al   Congreso de la Unión, por Guerrero. Será entonces compañero de curul de auténticas “chuchas cuereras” de la política como   Mario Lasso, Rubén Figueroa Figueroa, Amadeo Meléndez, Alfredo Córdova Lara y Antonio Molina Jiménez.
–“Díganme señor diputado y no Chucho, el telegrafista”, exigirá a sus amigos cuando departa con ellos en las cantinas del puerto.
Lo último que se conocerá en Acapulco sobre el diputado Muñoz Vergara será su asesinato  en la Ciudad de México, sin los pormenores del suceso.