5 marzo,2020 4:52 am

Porteñas XVI

Anituy Rebolledo Ayerdi

Acapulco inhabitable. Cédula Real

El virrey don Gaspar Zúñiga y Acevedo, conde de Monterrey (España) se atreve por los caminos del Sur para traer a los acapulqueños una buena nueva. La cédula del rey de España, Felipe III, fechada el mes de octubre de 1603, que ampara la donación ad perpetuam de las tierras ocupadas por los habitantes de Llano Largo, Puerto Marqués e Icacos.

Don Gaspar pone énfasis y casi deletrea el contenido del real documento, particularmente donde se ordena:

Nadie podrá expropiar estas tierras ni adjudicarlas a personas ajenas a las comunidades, fuese cual fuese su condición, quedando aseguradas para siempre jamás en su total dominio.

Vida imposible

Acapulco era a finales del siglo XVI un sitio sucio e inhóspito. El calor, la humedad, el fango, los moscos y la malaria hacían que la vida fuese aquí prácticamente imposible. A los factores naturales se sumaban otros sociales como el flujo intenso de grupos humanos, portadores todos ellos de “humores poco sanos e incluso letales”. Son estos algunos de los contratiempos con los que se topará el viajero napolitano Juan Francisco Gemelli Carreri, llevándolos a la letra impresa:

Estamos en enero y no obstante yo siento más calor que en Europa durante la canícula. Por tal destemplanza del clima y por ser el terreno fangoso, hay que traer de otros lugares los víveres, Son tan caros con ese motivo que nadie puede vivir allí sin gastar en una regular comida menos de un peso cada día, además, las habitaciones, fuera de ser muy calientes, son fangosas e incómodas.

Carreri visita la Nueva España en 1692 atraído por la Feria de Acapulco. Sus experiencias de este periplo están contenidas en su libro Viaje por la Nueva España, que forma parte de Viaje alrededor del Mundo, con ediciones de hasta 16 tomos.

Juan de Herrera

Tantas cosas malas escucha sobre Acapulco que, viajando en la Nao de Manila con destino a este puerto, el español Juan de Herrera Sotomayor decide no permanecer aquí ni un minuto. Así, apenas desembarca en Tlacopanocha toma camino rumbo a La Sabana, a dos leguas del puerto. Lo maravillan los verdes pastizales en los que pacen muchas vacas y caballos, lo mismo que los vastos sembradíos de calabaza y plátano a la orilla del río.

Cuando tenga necesidad de visitar Acapulco, Herrera Sotomayor lo hará de entrada por salida. Será lapidario al bautizarlo como “paraíso de mulatos y sepultura de españoles”. Opinión derivada de la notable población de origen africano y del drama que viven muchos enfermos de lepra pululando como zombies por las callejas del puerto. Al regresar a Manila usará toda una página de su diario para escribir: Acapulco es una ciudad inhóspita para gente de razón.

Pedro Cubero Sebastián

El sacerdote español Pedro Cubero Sebastián, oficiante en Manila, Filipinas, obtiene permiso y recursos para visitar la Feria de Acapulco. Se embarca en el galeón San Juan Bautista el 24 de septiembre de 1678, cuyo arribo al puerto es saludado con salvas de artillería y repique de campanas. Son ya los primeros días de enero de 1679. Durante su estancia aquí, el padre Cubero confesará a sus hospitalarios anfitriones: “Acapulco es uno de los puertos más hermosos del Mar del Sur”.

Sin embargo, cuando regrese en mayo a Filipinas, el propio Cubero escribirá en su diario:

Acapulco es una ciudad muy pequeña y de malísima temperatura. Su tierra es tosca y seca de agua. No tiene más que la de los pozos que es mala por pesada y salobre. A poca distancia se localiza una fuentecilla muy tenue de la que apenas sale un hilo de agua llamada El Chorrillo (da nombre hoy mismo al barrio en el que se localiza, vecino del Pozo de la Nación). Allí, para llenar una botija son necesarias dos horas, cuyo costo en el mercado es de un real. Los habitantes de Acapulco son negros de constitución fuerte y gran talla. En medio de la plaza hay una iglesia pequeña que es parroquia, además de dos ermitas, una de San Francisco y otra de San Nicolás.

Alonso O’Crowley

Acapulco ya es conocido como Ciudad de los Reyes cuando en 1774 lo visita el español Pedro Alonso O’Crowley quien ejecuta una famosa litografía de la bahía porteña. Coincide con otros visitantes: “El clima extremadamente caliente frena el desarrollo del puerto”. Y lo retrata:

Un pueblo pequeño, un caserío alineado sobre la costa. Sus casas son de madera. Los únicos edificios importantes son el Fuerte de San Diego, la iglesia Parroquial, el convento de Los Hipólitos, convertido en hospital Real para vecinos y soldados, y el convento de los Franciscanos. La población está formada por negros, mulatos y filipinos. Prácticamente no hay indios.

(Mala información o mala fe de don Alonso. El censo levantado en Acapulco en 1777, tres años más tarde de su visita, arrojó una población indígena de 154 familias, sólo por debajo de la negra, mayoritaria, efectivamente, con  280 familias).

Las autoridades en orden jerárquico son: El Castellano o Gobernador, los Oficiales Reales (un contador y un tesorero), quienes controlan la oficina de auditoría o intervención, un capitán de guardia, algunos almacenistas, recaudadores y contadores de impuestos de su majestad; tenedores de libros, un cura y un vicario. Los funcionarios mayores, como los dos primeros mencionados, residían pasajeramente en el puerto, lo visitaban únicamente durante la feria comercial. La guarnición del Fuerte de San Diego contaba con 30 artilleros y un artillero mayor.

Humboldt

Alejandro de Humboldt llega al puerto a bordo de la fragata Orue, el 23 de marzo de 1803. El sabio germano sí hablará bien de Acapulco.

El puerto de Acapulco forma una inmensa concha cortada entre peñascos graníticos, abierta al S:S:O:, que tiene de E. a O. más de 6000 metros de ancho. Pocos sitios he visto en ambos hemisferios que presenten como Acapulco un aspecto más salvaje, y aún diré más lúgubre y romanesco. El puerto comprende la parte más occidental de la bahía entre la playa Grande (Larga) y la ensenada de Santa Lucía, (hoy Club de Yates), allí muy cerca de tierra encuentran los buques un excelente fondeadero.

La Roqueta o El Grifo

La islita de La Roqueta, o del Grifo, está situada de manera que se puede entrar al puerto de Acapulco por dos canalizos; el primero que se llama Boca Chica que no tiene más de 240 metros de ancho desde la punta de Pilar hasta la del Grifo. El segundo, Boca Grande, comprendido entre la isla de La Roqueta y la punta Bruja, tiene milla y media de abertura y en el interior de la ensenada por todas partes se encuentran de 24 a 30 brazas de fondo Se distingue el puerto por su grande ensenada llamada bahía, en donde el mar del SO se deja sentir con violencia a causa de la anchura de la Boca Grande.

Al examinar el estrecho istmo que separa al puerto de Acapulco de la bahía de la Langosta del Abra de San Nicolás (Quebrada), parece que la naturaleza ha querido formar allí un tercer canalizo semejante a los otros dos (Boca Grande y Boca Chica).

Los bajíos

La bahía de Acapulco, en su vasta extensión, no presenta más que un solo bajío que no tiene sino 40 metros de ancho, y se llama Santa Anna por la pérdida inesperada, en 1781, del navío Santa Anna, perteneciente al comercio de Lima (Perú). Los bajos, que son las piedras que hemos rasado a nuestra entrada por la Boca Grande (farallón del Obispo y la islita de San Lorenzo, cerca de la punta de Icacos), no representan ningún riesgo porque son escollos visibles.

El Marqués

Al sureste de Punta Bruja está el puertecillo del Marqués el cual forma una bahía de una milla de ancho con entrada de 18 a 20 brazas y en el interior de 8 a 19 de fondo. Se trata de un lugar solitario y salvaje que en poco tiempo, si estuviera situado en la costa oriental, se formaría en él una ciudad populosa.

Vendavales y terremotos

Los vendavales son tempestuosos, duros, acompañados de espesas nubes que, cerca de tierra se descargan con aguaceros que duran de veinte a veinticinco días. Vendavales que destruyen las cosechas y arrancan de raíz árboles muy grandes. Yo he visto cerca de Acapulco una ceiba cuyo tronco tenía más de seis metros de circunferencia, que había sido arrancada de cuajo.

En Acapulco los estremecimientos (terremotos) se propagan en tres diferentes direcciones: a veces vienen del O por el istmo; a veces vienen del S. De algunos años a esta parte, estos últimos son los más fuertes, y vienen  precedidos de un ruido sordo, tanto más espantoso cuando es extremadamente prolongado. Los terremotos que se experimentan en la dirección del S se atribuyen a volcanes submarinos.

La Feria más famosa

El ramo de comercio más antiguo e importante de Acapulco es el trueque de mercancías de las grandes Indias y de China con los metales preciosos de México. Este comercio limitado a un solo galeón, es sumamente sencillo; y aunque yo he estado en el mismo paraje en que se celebra la feria más famosa del mundo, poco añadiré a las noticias que ya se han dado antes de ahora.

Galeón

El cargamento del galeón de Manila consiste en muselinas, telas pintadas, camisas de algodón ordinarias, seda cruda, medias de seda de China, obras de platería labrada por los chinos en Cantón o en Manila, especias y aromas.

Según las leyes actuales, el valor de los géneros que lleva el galeón no debería exceder de 500,000 pesos, pero generalmente asciende a millón y dos millones. Ordinariamente el número de pasajeros es muy considerable y de cuando en cuando es aún mayor por las colonias de frailes que España y México envían a Filipinas. El galeón de 1804 llevó a setentaicinco religiosos y por eso los mexicanos dicen que la nao de China carga de retorno “plata y frailes”.

(Alejandro de Humboldt. Ensayo político sobre el reino de la Nueva España, Tomo IV, Libro V, París, 1822. Selección).