3 septiembre,2020 5:12 am

El Masiosare

Anituy Rebolledo Ayerdi

 

Creado en 1843, el Himno Nacional será decretado como tal hasta 1943, en tanto que su interpretación fue regulada en 1984.

 

Traumas

El Himno Nacional nace bajo los auspicios del dictador Antonio López de Santa Anna, a pocos años de la invasión norteamericana y con ello la pérdida de más de la mitad del territorio mexicano. La convocatoria para el canto patrio será emitida por el ministerio de Fomento Colonización y Comercio a cargo de Joaquín Velásquez de León, uno de los notables cretinos que traerán más tarde a Maximiliano. La idea y su desarrollo fueron en realidad del oficial mayor de la dependencia, Miguel Lerdo de Tejada.

Un México derrotado, humillado, traumatizado por las dramáticas experiencias vividas, lleno de agravios y sin ninguna esperanza reivindicatoria, encontrará falsa la pretensión del nuevo canto como un elemento de identidad y unificación nacional. ¿Cómo es que hoy nos convoca a morir por la patria quien apenas ayer corrió cobardemente ante el invasor norteamericano, entregándole más de la mitad de México?, se preguntaba la gente indignada.

Por ello, 10 años más tarde, frente a las bayonetas francesas, pocos mexicanos se sentirán aludidos con aquello de más si osare un extraño enemigo y mucho menos con lo de piensa, oh, patria querida, que el cielo un soldado en cada hijo te dio. Muchos, por el contrario, y absurdamente, morirán por la bandera napoleónica.

Osadía

Serán tiempos en que algunas notas del poema patriótico traspasen los muros de palacios y teatros para llegar a la gente común. Lo harán a través de los músicos callejeros, pero no como una solemne oda santanista, sino como una tonada irreverente, burlona y relajienta. La llamarán El Masiosare, contrayendo el verso que dice: “más si osare un extraño enemigo” y como tal se vulgarizará en calidad de canción festiva.

–“Orale músicos trompas de hule, échense el Masiosare–, será una demanda común en fandangos, piqueras y pulquerías.

Un canto patrio

Gobiernos con períodos breves entreverados en la larga y alternada dictadura santanista (de 1833 a 1859) como los de don José Joaquín de Herrera (1944-1845) y de don Mariano Arista (1851-1853), habían intentado con poca fortuna dar a México un canto nacional. El presidente Joaquín de Herrera, creador del estado de Guerrero, auspicia a través de la Academia de San Juan Letrán un concurso para obtenerlo.  Resulta ganadora la letra del compositor estadunidense Andrew Davis, musicalizada por el austriaco Henry Hertz. Decía así:

Truene, truene el cañón/ que el acero en las olas de sangre se tiña/ al combate volemos y que ciña/ nuestras sienes el laurel inmortal.

Nada importa morir si con gloria/ una bala enemiga nos hiere/ que es inmenso placer del que muere/ ver su enseña triunfante ondear.

El presidente Mariano Arista no convoca propiamente a ningún certamen, sino que recibe como regalo de cumpleaños, el 8 de septiembre de 1850, el obsequio de un proyecto de himno patrio. Se lo ofrece desde un escenario teatral el compositor operístico Antonio Barilli, italiano, interpretación que, se dijo, el mandatario no pudo escuchar porque roncaba como fuelle viejo. Y vaya que don Mariano tenía el sueño tan pesado, tanto como velador. Soldados franceses lo sorprenderán durmiendo en plena batalla, igual que a Santa Anna los gringos en San Patricio, con un epílogo increíble. El general Arista despertará engrillado y con ganas de vomitar a bordo de una nave francesa.

México, no obstante los malos tiempos, era una plaza magnífica para artistas extranjeros, particularmente compañías operísticas italianas. Cubrían una intensa actividad escénica en foros como el Gran Teatro y el Teatro Santa Anna, más tarde Teatro Nacional. Algunos de aquellos autores ofrecerán a los mexicanos obras que pudieran servir al propósito buscado. Entre algunos el poeta cubano Juan Miguel Lozada y el compositor europeo Karl Bochsa; los músicos Max Maretzek, húngaro, e Ignacio Pellegrini, italiano, así como el poeta hidalguense José María Garmendia. Este último propuso:

A las armas valientes indianos/ a las armas corred con valor/ el partido seguid de Iturbide/ seamos libres y que no haya opresión.

Granados Maldonado

La búsqueda de un himno para México llega a su fin el 12 de noviembre de 1853, al conocerse el resultado de convocatoria oficial. Resulta ganador, entre 24 concursantes, el poeta Francisco González Bocanegra, de San Luis Potosí, con un lema tremendista: “Volemos al combate, a la venganza, y el que niegue su pecho a la esperanza, hunda en el polvo la cobarde frente”. La obra constaba de diez 10 estrofas con este estribillo:

Mexicanos al grito de guerra/ el acero aprestad y el bridón/ y retiemble en su centro la tierra/ al sonoro rugir del cañón.

No obstante la seriedad y respetabilidad del jurado –José Bernardo Couto, José Joaquín Pesado y Manuel Carpio–, no faltarán las protestas y acusaciones de favoritismo por parte de algunos perdedores.

Aunque derrotado, no estará entre aquellos el joven poeta y dramaturgo de Chilpancingo, Francisco Granados Maldonado (1811-1872). Y no podía estarlo porque, además de tocayos, lo unía con González Bocanegra una amistad de años. Fruto de ella era un libro de poemas al alimón titulado Semana de las señoritas. Ambos cuates, ahora en terrenos sicalípticos, le darán vuelo a la hilacha en las noches ausentes de recato de una época recatadísima. La vía será un nombramiento a favor del poeta potosino como censor capitalino de espectáculos.

La música

El concurso para musicalizar el poema de González Bocanegra, con 12 participantes, lo ganará un año más tarde el músico catalán Jaime Nunó, inspector de bandas militares de la Ciudad de México, llegado de Cuba.

El estreno

El Himno Nacional será estrenado la noche del 15 de septiembre de 1853 en el Teatro Santa Anna, dentro de los festejos de la Independencia nacional. Lo interpretará una compañía italiana de ópera dirigida por el maestro Juan Bottessini, llevando como solistas a la soprano Claudia Florentini y el tenor Lorenzo Salvi.

La sala empezará a vaciarse durante el discurso oficial, a cargo del propio González Bocanegra, una vez confirmada la ausencia del presidente. El viejo lépero había preferido atender una pelea de compromiso en un palenque cercano. El mismo amarrará su gallo filipino adquirido durante su última visita a Acapulco.

(Santa Anna había estado seis meses atrás en este puerto. Cuando vino, según su vitriólica amenaza: “dispuesto a partirles la madre en 10 minutos al general Juan Álvarez y los conjurados de La Providencia”. Diego, el hijo de don Juan, se encargará de hacerle tragar una a una sus palabras para luego dale “una corretiza de cuche en callejón”, como festejó la tropa.

¿Acaso se refiere a mí?

La función se repetirá la noche del 16 de septiembre, esta vez con la asistencia del dictador, oficializándose así el canto patrio.  Fue interpretada por la soprano Balbina Stefennone y el propio tenor Salvi. Un Santa Anna condescendiente y de buen humor felicitará a los autores e intérpretes:

–¡Magnifico, poeta, magnífico! –le dice al potosino golpeando amistosamente su hombro– No es la Marsellesa, ciertamente, pero es un buen himno, ¿no? ¡Magnífico, sí, magnífico!… Dígame, poeta, me queda una duda: cuando usted menciona en una estrofa al “guerrero inmortal de Zempoala” ¿se refiere acaso a mi humilde persona?

La socarronería del Pata de Palo, provoca una estruendosa carcajada de los aduladores circunstantes.

  • ¡Ah, que mi general tan ocurrente!, –se adelanta uno de aquellos– ¿ Quién otro podría serlo sino usted, señor? Aunque a mi entender, señor, dicho con todo respeto, el poeta Bocanegra se quedó corto al cantar sus hazañas…

El fatídico histrión se refería a la cuarta de las 10 estrofas originales del poema. La que, según la acusación de los poetas derrotados, había dado el triunfo al sanluiseño.

Del guerrero inmortal de Zempoala/ te defiende la espada terrible/ y sostiene su brazo invencible/  tu sagrado pendón tricolor.

El será del feliz mexicano en la paz/ y en la guerra el caudillo/ porque supo sus armas de brillo/ circundar en los campos de honor.

Álvarez, presidente

El triunfo del Plan de Ayutla echará a su ridícula Alteza Serenísima pero no al Masiosare. Volverá a ejecutarse al asumir la presidencia don Juan Álvarez. Ello después de que don Benito Juárez, ministro de Justicia, Negocios Eclesiásticos e Instrucción Pública, le meta mano al texto. Tachará dos estrofas de 16 versos, 88 palabras en total. Las dedicadas a  Santa Anna y al cursi Agustín I. Estas:

Si a la lid contra hueste enemiga/ nos convoca la trompa guerrera/ de Iturbide la sacra bandera/ ¡mexicanos, valientes, seguid!

Y los fieros bridones le sirvan/ las vencidas enseñas de alfombra/, los laureles de triunfo den sombra/ a la frente del bravo adalid.

Con todo, Juárez presidente usará la marcha Zaragoza para sus ceremonias oficiales.

Miguel Miramón

Miguel Miramón presidente de México entre 1859 y 1860, el más joven de la historia, le encarga al propio González Bocanegra la glorificación de sus hazañas en un poema. Sin embargo, lo breve de su mandato imposibilitará  musicalizarlo, quedando entre los recuerdos de  su viuda.

Porfirio Díaz

Para las fiestas del centenario de la Independencia, el presidente Porfirio Díaz autoriza que se cante el himno de Bocanegra y Nunó pero luego de cercenarle el estribillo: Mexicanos al giro de guerra.  Le endilga esta mamada como hoy se diría:

Pero nunca ese grito de guerra/ entre hermanos repita el cañón/ solo cante ya libre la tierra/ un himno santo de paz y de unión.    

Torrentes de sangre

Para especialistas, el mexicano es el único himno nacional que no es radicalmente guerrero y señalan como ejemplo de ello las estrofas que hablan de paz y de la vuelta a los hogares. No faltan quienes se pronuncian por una reinterpretación del canto, capaz de actualizar su lenguaje decimonónico o por lo menos que los maestros expliquen a los niños el significado de las palabras incomprensibles. Un tercer segmento, por el contrario, iría más allá. Demandaría cambios en el texto para matizar su tremendo belicismo y eliminar los torrentes de sangre brotando de sus versos:

*En sangrientos combates los visteis

*Ya no más de tus lujos la sangre

*En las olas de sangre empapad

*Tus campiñas con sangre se rieguen

*Sobre sangre se estampe tu pie

*A su espada sangrienta enlazada.

Himno por decreto

El presidente Manuel Ávila Camacho emite en 1943 un decreto que regula el canto y la ejecución del Himno Nacional, prohibiendo alterar, corregir o modificar su letra y música.  Sobre la interpretación del canto establece cuatro estrofas y el estribillo. Más tarde, en 1984, el gobierno del presidente Miguel de la Madrid emite la ley que regula la ejecución del Himno Nacional.