17 agosto,2021 5:36 am

Ausencia de don Ausencio

Florencio Salazar

Al ocupar la presidencia del partido prometí que acabarían los vergonzosos acarreos.

Carlos A. Madrazo.

Don Ausencio Garzón Chávez, nació en Ayutla de los Libres, fue orfebre y vivió 91 años. Su nombre es poco resonante en la entidad. Fue alcalde de Chilpancingo en 1966, después de triunfar en las elecciones internas implementadas por Carlos A. Madrazo, quien como presidente del Comité Ejecutivo Nacional del PRI, aspiraba “a integrar una militancia espontánea, inteligente y razonada. No queremos rebaños que van y vienen según las circunstancias, queremos convencidos, no forzados”.

Don Ausencio más que político era un ciudadano comprometido. Antes de ser primer edil, fue presidente de la Junta de Mejoras Cívicas, Morales y Materiales de la ciudad capital. La Junta era un organismo ciudadano reconocido en la ley, cuyos miembros colaboraban de manera honoraria. Había logrado, como principal obra, la pavimentación de la calle Morelos, que desemboca en el panteón, ahí donde se lee la frase de don Agustín Aragón: Descúbrete ante la augusta paz de nuestros muertos, aquí donde terminan las ambiciones humanas.

En el Chilpancingo de aquellos años –más modesto, menos habitantes– la gente respondía al llamado a trabajar en favor de la comunidad. Los vecinos, por ejemplo, barríamos el frente de nuestras casas; así estaba establecido en el Bando de Policía y Buen Gobierno. Prácticamente todos nos conocíamos. De pronto, a los niños y a los adolecentes, nos estremecía una voz que salía de la nada: “Vas a ver, le voy a decir a tu papá que te fuiste de pinta”.

Pues ahí donde terminan las ambiciones humanas –en la calle Morelos– empezaron las legítimas ambiciones de don Ausencio. El comité de su campaña estaba integrado por don Alejandro Pardo, comerciante; Juan Alarcón Hernández unos de los líderes del Movimiento de 1960; profesor Pedro Catalán Encarnación, Guadalupe Lobato Arizmendi, dirigente de la CTM; Justiniano Peralta Alday, uno de los líderes de la burocracia; y yo, campeón estatal de oratoria de escuelas secundarias.

Recorrimos los barrios, las pocas colonias y los principales pueblos del municipio. Los oradores hablábamos de las virtudes del precandidato y de la importancia de que el pueblo eligiera libremente. En aquellos días, todo el pueblo se reconocía o se le registraba como priista, de modo que convocábamos a elegir al pueblo, no solamente a los militantes.

Juan Alarcón Hernández, quien fuera el primer y único presidente vitalicio de la Comisión Estatal de los Derechos Humanos en Guerrero, era un orador de masas, culto, carismático, con la experiencia  gestual y de entonación para atraer y convencer al auditorio;

El profesor Pedro Catalán tenía un discurso electrizante, sabía tocar a la gente, y al hablar parecía que se le reventarían la venas del cuello. El maestro Pedro usaba una metáfora recurrente y efectiva. En el momento culminante de su intervención, cuando ya pardeaba el día, con voz potente afirmaba: “Vamos a ganar. Miren al cielo, ahí está escrito con estrellas: Chencho Garzón, amigo del pueblo”.

Yo era el benjamín del grupo, hacía mi mejor esfuerzo.

Con ese trajín, don Ausencio llegó al Palacio Municipal y se ganó el respeto del gobernador Raymundo Abarca Alarcón.

A los 17 años fui nombrado Jefe de Prensa del Ayuntamiento, en el que duré unos cuantos meses porque preferí dedicarme a la organización de las direcciones juveniles municipales del PRI, al lado del director estatal, Hugo Pérez Bautista. El ayuntamiento era raquítico de recursos presupuestales. El sempiterno tesorero don Luis Luna –honrado hasta las cachas– nos ponía en fila en las puertas de su oficina. Una vez que llegaba don Benito Adame, cobrador del mercado, hacía pilas con las monedas y algunos billetes para pagar quincenas.

El edil Garzón Chávez se la jugó, en la sucesión del gobernador Abarca Alarcón, y después en la del gobernador Nogueda Otero, con el profesor Vicente Fuentes Díaz. No le pegó al premio mayor, pero sí tuvo oportunidad en el Congreso del Estado. Fuentes Díaz le ofreció recomendarlo con el gobernador Ruiz Massieu, pero pasaban los días y nada.

Ruiz Massieu me citó a una reunión en las oficinas que tenía en el aeropuerto, en la que iba a estar Fuentes Díaz. Llamé a don Ausencio, le dije de la reunión recomendándole: vaya al aeropuerto y diga al maestro que ahí, en presencia de usted, lo recomiende con Ruiz Massieu, es ahora o nunca porque vienen los registros de candidatos. Fuentes Díaz y don Ausencio habían hecho una sólida amistad y Ruiz Massieu tenía en alta estima a don Vicente. Mi primer jefe en el gobierno, don Ausencio Garzón Chávez y yo, fuimos compañeros legisladores.

El inicio político de don Ausencio Garzón Chávez, fue también la primera oportunidad que perdió el PRI para modernizarse, es decir, para democratizarse. Carlos A. Madrazo buscaba, como refiere Ricardo Pozas-Horcasitas, “restituirle al PRI su función como la más importante institución mediadora entre sociedad y Estado, al convertirlo en el ámbito legítimo de la participación política de los individuos convencidos de su militancia”.

Con don Ausencio Garzón Chávez nos veíamos poco, hablábamos lo suficiente y fuimos amigos toda la vida.