23 diciembre,2023 8:08 am

Desahoga el sociólogo Abelardo L. Rodríguez la intensidad de sus experiencias en el próximo libro “El halcón naranja”

El investigador ganó el Premio Nacional de Artes y Literatura 2023 en el campo de Historia, Ciencias Sociales y Filosofía

Ciudad de México, 23 de diciembre de 2023. En la madrugada del 30 de enero de 1980, el gobierno de Baja California ordenó abrir las compuertas de la presa Abelardo L. Rodríguez, el agua acumulada mató mucha gente. Entre las víctimas estaban seis de los siete integrantes de la familia Rueda Solís. Cuatro eran niños, incluida Caritina.

La niña duró seis horas parada sobre el techo de una casa con una gabardina y un crucifijo en alto hasta que el agua colapsó el inmueble. Su cuerpo llegó hasta San Diego arrastrado por la corriente junto con otros.

Una historia terrible que vinculó al sociólogo José Manuel Valenzuela (Tecate, 1954) con el movimiento popular urbano en una tarea de acompañamiento.

“Me he movido, por mi trabajo, en entramados límites, dolientes”, dice en entrevista el investigador emérito de El Colegio de la Frontera Norte (Colef).

Valenzuela convirtió en cuento la historia de Caritina. En El halcón naranja, libro de próxima aparición, el sociólogo recrea en forma literaria sus experiencias académicas.

“Es mi manera de exorcizar estas condiciones intensas que he vivido”, recalca Valenzuela, un académico atípico, merecedor del Premio Nacional de Artes y Literatura 2023 en el campo de Historia, Ciencias Sociales y Filosofía.

Algunas vividas en Tijuana, pero otras en las favelas de Brasil entre 1994 y 1995 para su libro Vida de barro duro, en portugués, que confronta al lector no solo con “el doloroso olor de la pobreza, de las favelas y cinturones de miseria” sino también de la adrenalina de los jóvenes perseguidos por la policía o los escuadrones de la muerte.

Con los cholos llegaba con una camarita al tanto de que en casi cada barrio había un mural, un “legado muy difuso del muralismo”, y en poco tiempo estaría rodeado. Tomaba aire y en cuanto lo increpaban: “¿qué onda con esa madre?”, él sabía que tenía unos segundos para “berrearlos”: conversar con ellos y convencerlos de lo que estaba haciendo.

“Siempre les hablé con la verdad, de que estaba haciendo un libro sobre su propia historia”, relata. “Problemas no tuve con ellos, tuve más problemas con la policía, pero así ha sido en casi todos los trabajos”.

De ahí surgió su primer libro A la brava ese: Identidades juveniles en México: cholos, punks y chavos banda (1988), que no sólo toma la experiencia en un barrio cholo de Tijuana sino también de los barrios y bandas en Culiacán, Mazatlán, Guadalajara, Ciudad Juárez y la Ciudad de México, en 1985, antes del terremoto.

Hubo un congreso sobre los cholos organizado por el Instituto Cultural Bajacaliforniano. Era un momento de gran persecución contra los cholos, al grado de que se llegó a proponer reducir la edad penal y expedir amparos para quien matara a un cholo en caso de conflicto.

Involucrado en el trabajo comunitario y consternado por la persecución, Valenzuela cedió su turno en el Congreso para que un joven cholo leyera un manifiesto. Guarda un recorte periodístico con el pie de foto: “Hubo aceptación unánime que los cholos son personas normales, dentro de cuyo grupo hay jóvenes buenos y negativos”.

Valenzuela encontró la manera de retribuir a los cholos. En el programa radiofónico Complacencias, de Ramón Quiñones, al que llamaban los cholos para pedir canciones y mandar saludos, el académico respondía cada lunes a sus preguntas: ¿De dónde viene el paliacate? ¿Por qué el número 13? ¿De dónde viene la palabra cholo?

“Era como una retribución a todo lo que ellos nos habían aportado, yo les regresaba sistematizado en gran parte todo lo que ellos me habían venido informando”, relata.

Descifrando conceptos

La palabra cholo es de origen ópata, proviene de la palabra pochico, que significa arrancar la hierba con todo y raíz. Todavía se usa en Sonora pocho o pochi para decir cortar, corto o rabón: “se pochó una mano”.

“Esto fue un concepto para describir a la población que fue ‘pochada’ del territorio nacional, pero que posteriormente tuvo una connotación como pérdida de identidad, agringamiento, desnacionalización.

“Aquí lo interesante es que a final del siglo XIX y principios del XX se empezó a utilizar pocho como pérdida de identidad y ese fue el concepto que utilizó José Vasconcelos y otros para referirse a la gente de la frontera”, abunda.

La idea de la frontera, argumenta, se construyó con una serie de estereotipos donde se veía a la población como desnacionalizada y sin identidad.

Sin embargo, Valenzuela plantea que en las últimas décadas vivimos una “centralidad de las fronteras y los mundos fronterizos”.

“Ahí se articularon dos grandes ejes de mi trabajo de investigación: el tema de la frontera y el tema chicano, vinculado con los procesos de la población mexicana que fue cruzada por la frontera”, abunda.

Texto: Érika P. Buzio / Agencia Reforma