3 junio,2024 9:30 am

Reivindica el poeta Juan Domingo Argüelles la vigencia de la obra de Franz Kafka, a 100 años de su muerte

 

Compara el escritor las elecciones con el absurdo en las novelas del autor de La metamorfosis. “Vivimos en el mundo aceptando esas reglas que, por otro lado, nos llevan siempre a una puerta sin salida”

 

Ciudad de México, 3 de junio de 2024. ¿Qué puede ser más kafkiano que votar teniendo que elegir entre lo malo y lo peor?

El poeta, ensayista y crítico literario Juan Domingo Argüelles lo plantea así para referir cuán vigente sigue siendo la figura, obra e ideas de Franz Kafka (1883-1924), célebre escritor checo del que este día de resaca postelectoral se cumple su centenario luctuoso.

“¿Por qué son kafkianas muchas cosas?, porque son absurdas, son absolutamente incomprensibles, son absolutamente estúpidas. Y, sin embargo, nosotros vivimos en el mundo aceptando esas reglas que, por otro lado, nos llevan siempre a una puerta sin salida”, expone el autor en entrevista.

Así, continúa el también editor, si bien lo lógico sería que el electorado determinara no votar por una opción mala u otra peor, “tomar esa decisión de no votar por nadie ocasiona una culpa, y ocasiona también un sentimiento de no participación en ese mundo. Y aceptas participar a sabiendas de que de todos modos te va a ir mal.

“Y eso es absolutamente lo que muestra la obra de Kafka; es decir, no tienes salida”, prosigue Argüelles. “Acabas siendo siempre Gregorio Samsa (el protagonista de La metamorfosis, quien un día sin más despierta convertido en insecto), y acabas siendo siempre aquel que pierde, aquel que no tiene modo de salir de ese laberinto, y que ahí seguirás por los siglos de los siglos”.

A 100 años de la muerte de Kafka por tuberculosis, con apenas 41 cumplidos, un homenaje virtual celebrado en la página de Facebook de la Casa Universitaria del Libro (Casul) reunirá hoy las reflexiones de Argüelles con las de la escritora Margo Glantz y las de Otto Cázares, artista plástico que considera que cada lector encuentra en las páginas del autor checo una suerte de espejo.

“Hay quienes se acercan y ven un pronóstico del destino del siglo XX, de la aniquilación, la desaparición, la tragicidad histórica, y hay otros que leen en sus páginas una proverbial tristeza. Otros creen ver en sus páginas un reflejo del absurdo de lo existente”, apunta Cázares en entrevista, refiriendo la insignificancia de una humanidad reducida a cifras y documentos en el burocratismo que sobrevuela las historias de Kafka.

“Y otros, en cambio, yo me incluyo entre ellos, vemos una gran sátira de la vida humana”, agrega el también académico de la UNAM. “Hay quienes lo quieren trágico, hay quienes lo quieren melancólico, hay quienes lo quieren absurdo, pero hay otros que lo queremos divertido. Probablemente, no hemos estado entendiendo el sentido satírico de sus relatos”.

También en entrevista, la propia Glantz reconoce el sentido del humor que permea las páginas del escritor nacido en el antiguo gueto de Praga, al señalar su enorme resonancia hoy día; “sigue siendo tan vigente La metamorfosis porque es una alegoría de lo que le puede pasar a cualquiera que de repente se da cuenta de que no tiene el más mínimo valor y que se despierta como se siente”.

Lo mismo, continúa, con la novela El proceso y esa angustiosa maraña legal y jurídica en la que se ve envuelto el protagonista; “también seguimos viviendo un mundo donde no sabemos por qué nos está pasando lo que nos está pasando, y, sin embargo, nos están persiguiendo y juzgando.

“Son todas metáforas, alegorías, visiones proféticas que Kafka vio con una claridad impresionante, y al mismo tiempo con un gran sentido del humor”, remarca Glantz.

“Porque la única forma de soportar esos pesos tan espantosos es con sentido del humor, un humor negro”, precisa. “Es decir, va combinando lo lúdico y lo trágico en sus textos a la manera de un sabio impresionante como muy pocos escritores han logrado”.

Y pese a haber erigido un corpus literario lleno de relatos fascinantes y perturbadores, además de los diarios y cartas que revelan la dimensión más personal, la historia de Samsa parece ya sentenciada a ser siempre la puerta de entrada al universo kafkiano. Así fue, cuando menos, para Argüelles, Glantz y Cázares.

En el caso de este último, relata que sucedió cuando iba en la secundaria y se lo habían dejado de tarea a una novia a la que no le gustaba leer.

“Yo lo leí por ella, y fue el mejor obsequio que pude haber recibido”, estima Cázares, rememorando el efecto indeleble de aquel libro que no pudo soltar una vez iniciada la lectura. “Me causaba una sensación de repulsión y de atracción al mismo tiempo. Esa noche recuerdo que yo tuve sueños relativos a la transformación”.

Lo que más se le quedó, comparte ahora, es aquella imagen del bicho Samsa con una manzana incrustada en el lomo, el crujir de su caparazón con el impacto de esa simbólica fruta de la que años después encontraría reflexiones que la refieren como “la manzana del conocimiento, la manzana del Edén.

“Es, probablemente, el inicio del fuego en la consciencia, el hacernos una pregunta del sentido de la existencia; ésa la lleva incrustada en el lomo el bicho Samsa, y ahí se está descomponiendo.

“Es una imagen indeleble, se me quedó grabada para siempre”, reitera Cázares. “Es una obra muy poderosa, y que pienso se seguirá leyendo en los próximos siglos porque es tremebunda”.

 

Texto y gráfico: Agencia Reforma