7 septiembre,2024 9:13 am

“El Eco” no romantiza el campo, porque la vida en el campo es dura: Ernesto Pardo, fotógrafo

El más reciente largometraje de la directora Tatiana Huezo gira en torno a la vida de un grupo de niñas y niños que quieren dejar su comunidad rural y “mirar otros horizontes”, resume quien estuvo a cargo de la fotografía y ha sido nominado al Ariel en una de las siete categorías en las que El Eco podría obtener el máximo premio de la industria cinematográfica mexicana y cuya ceremonia de entrega tendrá lugar la noche de este sábado

El Sur / Ciudad de México, 7 de septiembre de 2024. El documental El Eco, de la cineasta Tatiana Huezo, es el retrato de unos niños y niñas en el campo, de su forma de imaginarse en el futuro, de cómo entienden sus tradiciones, a sus abuelos y a sus padres, pero también muestra que no todos abrazan la tradición de seguir cultivando la tierra.

La reflexión es de Ernesto Pardo, el fotógrafo de la película que está nominado al premio Ariel por Mejor Fotografía. En entrevista con El Sur, Pardo cuenta que El Eco –reestrenada el fin de semana pasado en México– sigue la infancia de quienes quieren salir del campo y “mirar otros horizontes. Es un retrato muy bonito, pero no es folclórico ni romantiza la vida en el campo, porque la vida en el campo es dura”. Él recomienda verla en la pantalla grande, pues “sentir la película en el cine es algo sabroso por el sonido, la imagen y la música, que es muy poderosa”.

Las más reciente cinta dirigida por Huezo –salvadoreña nacionalizada mexicana y creadora de las reconocidas Tempestad y Noche de fuego– trata sobre crecer y aprender acerca del amor, el trabajo y la muerte, a partir de la mirada de un grupo de niñas y niños que habitan en un pueblo llamado El Eco, donde ellos cuidan de sus abuelos y enfrentan las peripecias de su cotidianidad. Su objetivo es reflejar, así, lo extraordinario dentro de lo ordinario.

–¿Cuál es tu proceso para involucrarte y conectar con una comunidad tan compleja como la presentada en el documental? —se le pregunta a Ernesto Pardo.

–Hay muchos tipos de películas. Por suerte, en las de Tatiana yo siempre estoy involucrado en la investigación. A la gente de la comunidad la conozco desde hace muchísimos años también. Este es un trabajo ganado, en ese sentido. Hay otro tipo de películas en las que no tengo la oportunidad de estar cerca de la investigación y entonces es distinto: tengo que hacer el proceso de confianza con la gente de modo más rápido. En este caso fueron muchos años. A los niños los conocí cuando tenían seis, siete, y ahora tienen 12, 13 años. Creo que parte de la cercanía que se siente con los personajes tiene que ver justamente con este proceso tan largo, de que nos conocemos hace tantos años”.

Contar desde una mirada “más abajo”

El Eco obtuvo el premio al mejor documental en el Festival Internacional de Cine de Berlín, uno de los más prestigiosos del mundo, y está nominado en siete categorías de la edición 66 del premio Ariel, el más importante a nivel nacional, otorgado por la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas (AMACC) y cuya ceremonia se realizará este sábado 7 de septiembre. Entre las categorías por las que compite el filme de Huezo figuran Mejor Película, Mejor Dirección, Mejor Documental y Mejor Fotografía para Ernesto Pardo.

Egresado del Centro de Capacitación Cinematográfica, Pardo ha dirigido, fotografiado y editado diversos proyectos de ficción y documentales. Ganó el Camerimage en 2023 por El Eco y el Ariel por Mejor Cinematografía en 2017 con Tempestad.

–¿Cuál fue tu propuesta para retratar un pueblo que parece aislado, como tantos otros que hay en México?

–La propuesta fotográfica, en el caso de El Eco, es algo que se empieza a construir desde las primeras sensaciones al llegar al lugar. Es una comunidad que está muy alto, a 3 mil y pico metros de altitud, pero no hay un horizonte donde se puedan ver las montañas a lo lejos. Esa forma geográfica del lugar nos dio la primera sensación de que era un lugar aislado del mundo, donde no había horizonte y donde estas familias podrían parecer como las primeras familias en el mundo o las últimas que existen sobre la Tierra. Después, poco a poco, mientras íbamos trabajando, teníamos claro que el punto de vista iba a ser el de los niños, las niñas. Eso lo tenía muy claro Tatiana e implicaba algunas cosas técnicas: la cámara siempre está a la altura de los ojos de ellos. Es una cámara que no está a la altura de un adulto, sino que está más abajo.

Ernesto insiste en la importancia de permanecer “muy cerca de los rostros de estos niños, porque Tatiana quería que el público sintiera que mirábamos el mundo a partir de sus ojos. Para eso filmé muchas veces a los niños, las niñas. Mirando cómo matan a los animales, cómo sus papás trabajan, cómo ellos mismos trabajan en el campo. Ese fue uno de los principales apuntes que fuimos desarrollando.

“Cuando colaboras en las películas, lo que haces es una mezcla. Los directores son los que dirigen. Tienen una idea inicial primera, muy fuerte, y a partir de esa idea se van alimentando con lo que uno piensa y siente del lugar. En el caso de Tatiana, ella es fotógrafa. Tiene muchas certezas de qué es lo que quiere visualmente de la película y para mí es mucho más fácil aportar ya con un marco, el que ella plantea en un principio. Es un trabajo de colaboración que va creciendo y va haciendo que el imaginario de la película, la imagen, tenga más certeza, más poder”.

Un reto, filmar el día a día de los personajes

Ernesto Pardo ha fotografiado otras películas que se desenvuelven en el ámbito rural, como Dioses de México, de 2022. “Me gusta mucho el retrato de estos espacios y cómo los seres humanos nos regresamos a entender los procesos del día y la noche, de la siembra, de la lluvia, cuando vivimos en el campo”, explica.

Huezo tiene una fascinación por el mundo rural, agrega el cinefotógrafo. “Ella vivió hasta los 11 o 12 años en el campo, pero sí, muchas otras pelis que he hecho, documentales y de ficción, también son en el campo. Yo no elijo. Los directores son los que tienen la idea de las películas. Tatiana tenía claro que la naturaleza y los cambios en el clima iban a ser la estructura sobre la que se iba a apoyar la narrativa de El Eco.

“Teníamos muy claro que íbamos a filmar las lluvias en El Eco. Ahí el clima es muy extremo, las lluvias son muy fuertes. Cuando viene la seca, es brutal el calor que hace. Los animales mueren, falta agua. Cuando llega el frío, es muchísimo frío.

“Nos dedicamos mucho tiempo a filmar la naturaleza desde diferentes lugares. Ver cómo las milpas iban creciendo, ver el trabajo del campo, ver cómo se alimentan los animales en diferentes épocas. Filmar el espacio donde está la comunidad, los bosques; era muy importante, porque era la única estructura que teníamos para contar esta película.

“Las obras anteriores de Tatiana tenían otra estructura, se basaban en eventos dramáticos del pasado. A partir de ahí, de entrevistas, ella hacía una estructura que es la que seguíamos a la hora de filmar. En El Eco, la única estructura era el clima y toda la trama ocurre en el presente de los personajes. No se cuentan historias del pasado sino que se cuenta la vida diaria, cotidiana”.

–Fotografiaste Tempestad, de Huezo. Imagino que siempre existe un interés previo cuando se te plantea el proyecto.

–Yo he tenido la suerte de trabajar con directores que hacen películas que les gustan muchísimo, que les importan muchísimo. Y ese deseo de hacer una película poderosa de los directores con los que he trabajado, me lo pasan a mí y me emociono. Todas las películas en las que he trabajado hablan de temas que me tocan, directamente o tangencialmente, pero me importan.

Desde ahí, dice Pardo, “es donde construyo la relación con los directores. Intento estar muy cerca de lo que se imaginan; quieren contar el mundo que quieren retratar. En este caso, Tatiana quería hacer una película muy distinta. No quería hablar sobre temas tan dolorosos y, sobre todo, no quería tener entrevistas. Sus películas anteriores tenían muchas entrevistas, aunque no eran a cuadro, sí en sonido.  Fue un reto también poder construir una película filmando el día a día de los personajes”.

“En lo común hay un poder enorme”

En 2006, Pardo se graduó como director y documentalista con el mediometraje documental Barrio, premiado en el Festival Internacional de Cine de Morelia. Desde entonces, el documental es parte inamovible de su carrera.

–El documental es parte del trabajo que has hecho desde que comenzaste tu carrera, pero además retratas la ficción. En ambas hay decisiones creativas similares. ¿Es lo mismo cuando la idea es clara?

–Hay mucho cine y muy distinto. Creo que la forma del documental no habla de la calidad cinematográfica de lo que se cuenta. Si hablamos de las películas de Tatiana, en El Eco ella utiliza todas las herramientas del cine, no del cine documental, sino del cine: el sonido, la imagen, la corrección de color, la mezcla de sonido, para hacer la experiencia cinematográfica lo más poderosa posible. En este sentido, digo que El Eco es un documental, porque los personajes que aparecen ahí son ellos mismos, se representan a ellos mismos. En la ficción hay actores. Y hay elementos que tienen que ver con la puesta en escena.

En esta película, pone de ejemplo Pardo, al no tener entrevistas en audio, toda la información oral que se necesitaba para la cinta se dio mediante los diálogos, en la conversación entre los personajes.

“A partir de una situación, como cuando la niña y la madre hacen queso, Tatiana provocaba una plática. Le decía a la niña que le preguntara algo a su madre acerca de su infancia. Así, en esta acción, más esta provocación que hace Tatiana, la niña le pregunta por qué se casó tan chiquita. Estos elementos ayudan a que los personajes hablen de cosas que a Tatiana le interesan, eso alimenta la película y la idea que tiene la directora sobre la película.

“Las películas de ficción y las de documental son sólo una opinión, un punto de vista muy subjetivo sobre la realidad que se cuenta. Creo que la diferencia entre documental y ficción está en que uno cree que un documental es más verdadero o más real o más parecido a la vida. Y yo tengo serias dudas acerca de eso”.

–Una de las ideas que maneja El Eco es encontrar lo extraordinario dentro de lo que consideramos ordinario. ¿Qué aprendiste tú?

–El Eco se hizo en una comunidad. Nos tocó filmar muchos eventos que me hablaron a mí, como Ernesto, desde lo comunal. Yo también vivo en una comunidad pequeña, Amatlán de Quetzalcóatl (en el municipio de Tepoztlán, Morelos) y filmando El Eco entendí cosas que sé, pero que estoy muy alejado de ellas por mi forma de vivir. Que tienen que ver justamente con lo comunal, con cómo te puedes relacionar y apoyar para poder tener una vida menos solitaria, menos individualista. Es de lo que más me llevé de hacer la película. Sentir que en lo común hay un poder enorme, sí, de abrazo, de empuje, de solidaridad, que a veces echo en falta por la forma en que vivo.

Texto: Guillermo Rivera