Alina Navarrete Fernández
Tixtla
Rosalí Bahena Hernández lleva 40 años horneando el pan artesanal que le enseñaron a preparar su padre Anselmo Bahena Pérez y su madre Alicia Hernández Torres, fundadores de la panadería San Salvador.
En la panadería ubicada en el centro de Tixtla, Rosalí aprendió el oficio a los 14 años, memorizó la receta de la familia que lleva harina artesanal y manteca de cerdo y en estas fechas, se prepara para la venta de panes por el Día de Muertos.
Aunque es abogada de profesión y ejerció como trabajadora en la cárcel de Chilpancingo, para Rosalí ser panadera es un oficio “bonito”, que la llena de orgullo por tratarse de una tradición familiar.
En entrevista mientras prepara diversos panes que se cocinan en horno de leña, la mujer recordó que aun cuando ejercía la abogacía, nunca dejó de dedicarse a la elaboración de panes, entre ellos el bolillo que Anselmo y Alicia comercializaron por primera vez en Tixtla.
A Rosalí no le avergüenza su oficio, al contrario, con los bajos salarios a los que aspiran los profesionistas, ser panadera le ha dado recursos suficientes para vivir y pagar los estudios de sus hijos, incluso ellos aprendieron a elaborar el pan.
Su hija estudió Relaciones Públicas, pero su pasión es la repostería, después de algunos cursos, sumados al conocimiento tradicional de la familia, abrió su propio negocio.
Para Rosalí es más valiosa la receta artesanal del pan que heredó de sus padres y a su vez, les entregó a sus hijos, que las cosas materiales, al final de cuentas, “la herencia no te la llevas y esto lo disfrutas”.
En los últimos días de octubre y los primeros de noviembre, se enfoca en la venta de pan de muerto para las ofrendas, el de almendra, decorado con cuerdas encima, y las cemitas, así como el pan blanco con forma de muñeco adornado con azúcar de colores brillantes, son los que más se venden.
En San Salvador la jornada empieza a las 3 de la madrugada y termina, a veces, hasta las 11 de la noche, dependiendo del trabajo que Rosalí tenga, hay panes que requieren de mucho tiempo para la decoración. Por ejemplo, hacer un muñeco puede llevar de 5 a 10 minutos.
Aunque esta temporada es la más alta, “hay mucha competencia”, por lo que Rosalía calcula hornear unos 20 o 10 kilos de pan, si hace más de lo que puede vender, pierde su materia prima y se arriesga a que los panes se echen a perder.
Con ayuda de tres trabajadores más, Rosalía completa la jornada y vende los famosos panes por un costo desde 6 hasta 50 pesos, el tamaño determina el precio.
En estas fechas recuerda a su padre, porque fue “muy católico” y además de la receta artesanal del pan, también le enseñó a poner la ofrenda para los Fieles Difuntos, en la que no pueden faltar agua y comida.
Para Rosalí esta tradición cobra sentido cuando después del 2 noviembre se levantan las ofrendas y ni la comida ni los panes conservan su sabor, señal de que los difuntos vinieron a disfrutar de todo.
A la ciudadanía, Rosalí pide que “valoren el trabajo de todas las panaderías, de los panaderos, nosotros lo hacemos con gusto, para que se lleven un sabor rico a la boca”.
Y aunque el huracán John no dañó la panadería, sus vecinos que viven cerca de la laguna siguen inundados, mientras que la ciudad necesita apoyo para recuperarse.