Juan Angulo Osorio
El artículo de Jorge Zepeda Patterson “Dinamitar el barco” (El País y Milenio) es una versión actualizada de aquel “Echeverría o el fascismo”, que lanzaron en los albores de ese gobierno algunos intelectuales, entre ellos Fernando Benítez y Carlos Fuentes.
Encapsulado en una realidad circunscrita a las élites de la política, Zepeda cree que todo se mueve por lo que digan o hagan los de arriba. Ya sea los que están en el gobierno que sus opositores, incluidos sus comentaristas.
Y les advierte a éstos que si siguen por ese camino de “dinamitar” al naciente gobierno de Claudia Sheinbaum favorecerían un ambiente de inestabilidad social y política que terminaría por afectarlos a ellos. En un artículo anterior les dice que pavimentan el camino para un gobierno de “mano dura”.
Exactamente el mismo razonamiento de quienes, también desde las élites del pensamiento, llamaban a apoyar a un gobierno, el de Luis Echeverría, que se inauguró con la matanza de estudiantes el 10 de junio de 1971 en la Ciudad de México.
Comparo un razonamiento, no a las personas de Sheinbaum y Echeverría.
Pero así como Benítez y Fuentes tenían en el horizonte el surgimiento de organizaciones guerrilleras y la emergencia de movimientos sociales incluso en el cerrado y represivo mundo del sindicalismo –como finalmente ocurrió–, Zepeda teme que la polarización actual desemboque en algo muy cercano a un estallido social.
Lo escribe de la siguiente manera: “En el hipotético caso de que en verdad se desplome el gobierno (de Sheinbaum) entre dudas y pérdida de legitimidad, ¿qué impediría que el país sea destrozado por la intervención de cientos o miles de comunidades, agrupaciones vecinales, gremios, sindicatos, organizaciones de padres de familia, etcétera, movilizados para tomar instalaciones, vías de comunicación, espacios públicos? Es decir, por una epidemia de movilizaciones encaminadas a hacerse justicia, convencidas de la incapacidad del sistema para resolver sus agravios”.
Zepeda identifica a la movilización social con “destrozar” el país, un señalamiento impropio de un pensador con ideas democráticas, y que va a contracorriente de la historia de México y del mundo.
Yo pienso exactamente lo contrario. Lo que falta en México es más movilización social, la misma que el proyecto de la 4T ha tratado de impedir de todas las formas, desde los tiempos de Andrés Manuel López Obrador como candidato y hay abundantes ejemplos de ello.
En realidad Zepeda ha sido consistente en su argumento. Ha escrito que el sistema debe agradecer que haya surgido un liderazgo como el de Andrés Manuel porque ofreció “una salida pacífica por la vía de las urnas a las mayorías inconformes que exigían un cambio”.
También ha elogiado que AMLO haya preferido rodearse de políticos provenientes del PRI y haya marginado en puestos secundarios a quienes vienen de las luchas de la izquierda.
Y la 4T ha sido asimismo consistente con su idea de que todo cambio debe venir desde arriba, de lo que se decida en el gobierno, con el pueblo como justificante y referencia escénica, como un actor al que solamente le toca el papel de votar el día de las elecciones. Y en esto en nada se distingue el obradorismo de sus opositores políticos. Si el pueblo votó por un personaje como Enrique Peña Nieto, éste tenía el derecho de promover su proyecto de gobierno. Y eso es lo que están haciendo ahora Morena y aliados.
Se dirá que comparo a un presidente que llegó con votos ilegítimos, comprados, con una presidenta que lo hizo con el apoyo de 36 millones de mexicanos conscientes. Pero son las prácticas las que los equiparan; la idea de que el fin justifica los medios.
Todo ese capital político que le fue concedido a la 4T por los votos de millones de mexicanos empobrecidos por el neoliberalismo, que agradecían así el oxígeno de los programas sociales; o de mexicanos de clase media que prefieren a Morena que a las opciones confirmadamente corruptas y premodernas del PAN y del PRI, toda esa fuerza ha sido usada con las mismas prácticas y los mismos métodos de las formaciones políticas que fueron repudiadas por los electores y derrotadas espectacularmente en las elecciones del 2 de junio pasado.
Yo creo que hace falta que los obreros se movilicen por democratizar sus sindicatos y por mejores salarios y condiciones de trabajo; que los campesinos hagan lo propio ante el gran capital agropecuario, por mejores precios para sus productos, mayores subsidios gubernamentales y por una agricultura sustentable; que los colonos se organicen para exigir una vivienda digna y mejores servicios públicos; que los estudiantes universitarios recuperen su espíritu crítico, convoquen a asambleas y marchen y hagan lo que quieran para tener una educación de calidad y que se solidaricen con las luchas populares, con los normalistas de Ayotzinapa, con el pueblo palestino, contra la destrucción del planeta.
De esta movilización social, que puede expresarse en las formas que decidan sus protagonistas –mujeres, madres buscadoras y ambientalistas también– saldrán nuevos liderazgos que segura-mente serán mejores que los que ha dado la partidocracia en los últimos 36 años de democracia solamente electoral.