14 mayo,2020 11:05 am

A lo mejor en China existe, pero acá no lo vemos, dice bolero del Zócalo del Covid-19

 

Acapulco, Guerrero, 14 de mayo de 2020. La historia de un bolero (lustrador de zapatos) es amplia, tanto como el paso del cepillo y el trapo por un zapato o el número de clientes en el día.

Don Faustino lo sabe luego de 30 años, por lo que a pesar de la pandemia del Covid-19 y las restricciones para salir a la calle, es de los dos o tres que aún salen a trabajar a mediodía en un Zócalo desolado.

“Yo pienso que a lo mejor en China existe (el Covid-19), pero pues acá no lo vemos”, asegura mientras empieza con nosotros, su segunda boleada del día.

Dijo que es de los pocos que le sienta mejor quitarte el calzado para trabajar; “claro si el cliente no lo quiere pues no, luego uno se agüita, no le gusta traer frescos los pies un rato o ya no le entra el zapato de nuevo y pues qué pena con él”.

De voz calma y pulso firme, afirma que “sí, esto (la pandemia) nos ha venido a partir la madre, nos afecta mucho pero dijéramos, aunque sea para las tortillas me está saliendo”.

“Arroz, frijoles y queso, eso hay al menos y si no hasta yo pido comida (en las cocinas) pero sí, hay todavía mucha gente que en realidad no tiene ya para las tortillas y menos para el alcohol”, dijo.

De hecho, Don Faustino alza la cara y saca la mirada de los zapatos que limpia y nos revela: “mira, ahorita ya está en 70 pesos la caguama, hace unos días fui a comprar una a 50 y pues ni modo, hay gente que se aprovecha porque se está acabando”.

Hoy en día, quizá para mucha gente, sentarse en el banco o silla de un bolero es ya impensable. El uso de zapatos más informales o tenis niega a los jóvenes interactuar con personajes que desde hace mucho tiempo se establecieron en plazas y calles del puerto.

“Somos dos o tres boleros ahorita viniendo de 25 que somos siempre; en realidad muchos no vienen, no aguantan la chinga así, sin gente; tienen familia y no les sale venir; nomás de puro pasaje son 20 pesos y súmale la comida, las tortillas y otro pasaje para su casa y pues no, no a todos nos sale”.

Mire usted, añade, “mejor a mi hermano que también viene (es bolero) lo puso su mujer a acarrear grava y pues ahí le da de comer”.

“Antes de esto en un buen día, cuando hay, hacía unas ocho boleadas –cada una a partir de 35 pesos– pero ahorita ni dos al día y de repente”, dice.

Su ventaja, presume, es que desde hace 25 años se separó de su esposa y vive sólo en Ciudad Renacimiento; “tengo como 30 años de bolero, 54 de edad, pero me veo más viejo por el ambiente, la vida”.

Así, entre bochazo, cepillo y trapazo Faustino recuerda algunos episodios de su vida: sus orígenes allá en Zitlala, sus viajes de niño a la cosecha de café con sus padres en Costa Grande y su paso por Acapulco, del que se enamoró.

“Tenía yo como 7 u 8 años, estaba cursando primero de primaria y yo me les pegué y ya no me solté (…) Aquí me crie, aquí me hice, en Acapulco, pero pues las amistades, luego unas te echan a perder”, recuerda.

Fue aquí en el puerto donde incluso se enlistó sin querer en el Ejército, y estuvo tres años pero de inmediato, y con el dedo sobre la boca, nos indica que será en otra ocasión que nos cuente esa historia.

Así y ahora, el padre de dos hijos ya grandes, el que en sus tiempos de joven aprendió este oficio para trabajar tres o cuatro días, juntar 300, 400 pesos y disfrutar la vida en Acapulco, nos regresa al tema y nos cuenta entre risas que entre sus clientes hay dos bandos que opinan sobre la pandemia.

“Los profesionistas, los licenciados, abogados, dicen que sí existe ¿será que tiene dinero y no se quieren ir al panteón?”, nos pregunta.

Por otro lado, señala divertido, “hay otros hay gente de por acá, del pueblo, la gente mayor, las viejitas, hasta los borrachitos que dicen que no creen, que lo están inventando”.

“Yo pienso que a lo mejor en China existe pero pues acá no lo vemos”, asegura mientras termina y nos cobra finalmente su segunda boleada del día.

Texto: Óscar Ricardo Muñoz Cano / Foto: Carlos Alberto Carbajal