23 noviembre,2017 6:35 am

Acapulco y sus alcaldes (V)

Anituy Rebolledo Ayerdi.

Hugo: los güindures nunca podrán con un León. ¡Que minguen su chadre!

 

El retorno de Escudero

 

Juan R. Escudero regresa al puerto al poco tiempo de haber sido echado por órdenes del gobernador Silvestre Mariscal, a pedido nada desinteresado de las Tres Casas españolas. Viene seguro de que su vida no peligra por la sencilla razón de que Mariscal ha muerto y lo mismo Carranza, su protector. ¿Y el Poder Gachupín, Juan?

El recién llegado se pone en contacto con sus viejos amigos y compañeros de trabajo. Sus primeras charlas versarán sobre la necesidad, imperiosa, de una organización política y gremial que luche contra la explotación gachupina, con poderes omnímodos. Su experiencia en el tema era actual y muy sólida. No en balde había convivido con los puntales del anarcosindicalismo en México, anfitriones de la Casa del Obrero Mundial. Y diciendo y haciendo.

Juan Escudero, bien llamado un “sembrador de rebeldías”, se convierte en el heraldo de la buena nueva para los obreros de Acapulco. Orador formidable, voz de grave profundo y gran amplitud, no pasa por alto ninguna oportunidad para su catequesis. Cualquier reunión pública o social es buena para hablar sobre las formas de explotación capitalista, todas aplicadas en el puerto, y la urgencia de desterrarlas. Célebres serán sus arengas aprovechando los intermedios en el cine Salón Rojo. Respuestas vibrantes de buena parte del público, sin faltar por supuesto los abucheos e incluso los insultos. Un último pasaje no lo pasan por alto los hermanos San Millán, propietarios de la sala, y acuden a la gendarmería. A partir de entonces se le negará el acceso.

Acapulco no era al despuntar los años 20 –calificados en Estados Unidos como rítmicos y sensuales– el pueblecito somnoliento de pescadores, reseñado por los fabulistas. Era, por el contrario, una comunidad cargada de tensiones sociales, severas tensiones clasistas, estimuladas por un antiguo estudiante del Saint Mary School, de Oakland, California. Allá, Juan hace a un lado la carrera de comercio que planeaba y adopta la mecánica, particularmente los motores marinos, en cuyo conocimiento se adentra con pasión. Tanto que una vez en el puerto, destripado por enfermedad, armará su propia lancha. La bautiza Adelina, en honor de su amiga Adelina Lopetegui,

Era ley que las familias acomodadas enviaran a sus hijos a estudiar a Estados Unidos, más que por afanes clasistas, por la comodidad y la prontitud de hacerlo por la vía marítima. Y era que viajar a la Ciudad de México resultaba menos que imposible, transitando por una brecha sólo para un vehículo y sin puentes para cruzar los ríos. Por lo demás, las únicas embarcaciones que proporcionaban ese servicio pertenecían a las Tres Casas, que era como decir la “divina trinidad”. Empresas cuyo poder económico e influencia política mantenían aquí un estatus insular, sin comunicación por tierra con el exterior.

 

Partido Obrero de Acapulco

Al poco tiempo del zipizape en el cine Salón Rojo, el 7 de febrero de 1919, queda constituido el Partido Obrero de Acapulco (POA), cuyo lema “Que se mutilen los hombres por los principios y nos los principios por los hombres” resultará trágicamente premonitorio para Escudero. La directiva la encabeza el propio Juan, (lanchero), acompañado por Ismael Otero (zapatero), Juan Santiago (herrero), Sergio Romero (herrero) y los empleados José Tellechea, Pablo Riestra y Lamberto Chávez.

Acapulqueño el pie fundador del POA: Tomás, Julio y Lalo Diego, Heriberto Tapia, Praxedis Lobato, Enrique Lobato, Nicéforo Rico, Martiniano Díaz, Pánfilo y Francisco Dorantes, Francisco, Fulgencio y Felipe Escudero, Amadeo y Baldomero Vidales, Julio Barrera, Felipe Castillo, Mucio Tellechea, Juan Pino y Lorenzo Sánchez

El naciente partido adopta en 1920 un programa mínimo de trabajo:

1) Jornada laboral de ocho horas y pago justo por ellas. 2) Promover la educación entre sus militantes. 3) Conseguir tierras para los campesinos. 4) Defensa de los derechos de la población. 5) Gestionar la carretera México-Acapulco. 6) Campañas contra las enfermedades. 7) Participación en procesos electorales.

Juan, candidato

Acatando este último acuerdo, el POA decide participar en las elecciones municipales de ese año llevando a su líder Juan R. Escudero como candidato a la presidencia de Acapulco. Lo sustituye en el partido Tomás Vejar y Ángeles. La asamblea se manifiesta consciente de que enfrentarán a un candidato de las Tres Casas, que no dudarán en usar sus poderes económico y político para robarle el triunfo. A propósito, el alcalde en ese momento, Celestino Castillo, había lanzado una cacayaca en el sentido de que: “no permitiremos que ningún bolsheviqui traidor entre al palacio municipal”. Bolchevique ya era entonces en la Ciudad de México sinónimo de comunista.

Castillo mismo, peón de brega de los gachupines, se atreverá a comunicar telegráficamente al presidente de la República la existencia de un desembarco de armas en San Jerónimo de Juárez. “Investigaciones personales, acusaba, me llevan a la conclusión de vienen dirigidas a un tal Escudero, conocido agente extranjero en Acapulco”. Obregón, que era una “chucha cuerera”, ordena al alcalde el decomiso inmediato de tal armamento y su remisión a él mismo. “Sólo que le manden los rifles y pistolas de palo con las que desfila los chamacos el 5 de Mayo,” comentó un paisano sanjeronimeño.

 

Escudero, alcalde

Aquí sucede hoy lo apenas ayer inimaginable. Los trabajadores organizados en torno al Partido Obrero de Acapulco derrotan, ahora sí que “voto por voto y casilla por casilla”, a sus seculares explotadores. El poder cerrado y siempre brutal de las Tres Casas, se derrumbaba ante la decisión de los acapulqueños de cambiar las cosas, ¡pero ya! La decisión de hacer alcalde a Juan no tenía vuelta y mucho menos en estos tiempos en los que el poder, al decir de las buenas conciencias, tenía que conseguirse a chingadazos.

El candidato de las Tres Casas, Juan H. Luz, conocido por su lengua floja, mitotero, pues, había comentado en una cantina que el día de la elección las urnas desaparecerían como por arte de magia. Mi triunfo es seguro, alardeaba. El POA toma sus previsiones. Encarga a la Costa Grande cientos de tallos de cañas de azúcar para repartirlos, en calidad de macanas, a sus militantes y simpatizantes. Ante aquella arma dulcísima, nadie se atrevió a robar ninguna urna. Todo mundo chupará caña ese día.

Así, el primero de enero de 1921, se inaugura en Acapulco el primer Ayuntamiento producto de la voluntad genuina de sus hombres y mujeres. Lo encabeza Juan Ranulfo Escudero, acompañado por un Cabildo integrado por Ismael Otero, Gregorio Salinas, Plácido Ríos, Emigdio García, Jesús Leyva y Maurilio Serrano. A partir de aquel momento se planteaba la lucha en términos de poder a poder, entre el POA y la burguesía gachupina acostumbrada desde siempre a imponer su santa voluntad.

“La gleba de los muelles”, “la plebe alijadora”, “la raspa del Rincón” (La Playa) y otras frases pretendidamente hirientes, usaron los gachupines para designar a la nueva Comuna. “Qué bueno, ¡Dios bendito!, que al príncipe de Gales no le tocó presenciar un espectáculo tan bochornoso”, comentarán emperifolladas matronas a punto del soponcio. Se referían las ceceantes damas a la estancia en el puerto, apenas el año pasado, del príncipe de Gales, futuro Eduardo VIII, a bordo del buque Renau.

El nuevo Cabildo se encuentra con un ayuntamiento sin pies ni cabeza. De hecho inexistente, porque todo obedecía a dictados externos, acatados por alcalde sin objeción alguna. Ni bandos, ni ordenanzas, ni organigramas habían necesitado los gachupines para gobernar al puerto por conducto de una “criollada contlapachista”, Hubo, pues, que hacerlo y reorganizarlo todo. Juan estaba decidido a restituir a la comuna sus legítimas funciones en bien del pueblo.

Regeneración

La función pública no impedirá a Juan Escudero atender como redactor y responsable el periódico Regeneración, dedicado a la memoria de los Flores Magón. Una “hoja independiente de información y política, sale los jueves y los domingos y vale un centavo o bien seis hojas por cinco centavos”, son sus lemas “¡Labor pro pueblo, labor por patria, siempre! Por la defensa de los derechos del pueblo” y “Contra los abusos, por la verdad y la justicia”.

Los salarios

Las primeras reuniones de Cabildo serán dedicadas a poner orden en aquel desgarriate. Se emite un primer Bando de Policía y Buen Gobierno. El documento obliga a los propietarios a pintar sus casas, mantener limpios sus frentes y a recoger su basura y quemarla. Impedir que animales vaguen sueltos por las calles: caballos, burros, perros, cuches. Se negaba el acceso de iletrados a la policía. Por lo que hace a los salarios, se acuerda que los ediles ganen cinco pesos mensuales, en tanto que el alcalde percibirá seis pesos, también al mes, más dos pesos para gastos de representación. Juan renunciará a estos últimos argumentando no necesitarlos.

Activista y deportista formidable, Juan R. Escudero acostumbra caminar todos los días por diversos rumbos de la ciudad, saludando y platicando con su gente, recibiendo observaciones sobre distintos tópicos urbanos. Fue en uno de esos recorridos que el alcalde recibe la queja de una anciana, doña Felipa Buenaga, de haber sido mordida por un perro callejero. Le muestra los colmillos marcados en su pierna izquierda y le pide ayuda para curarse. Cuando la mujer revela el nombre del dueño del animal, don Francisco Escudero y Espronceda, su señor padre, un Juan con el rostro encendido no tendrá más que declarar: “el buen juez por su casa empieza”. Ordena el arresto de don Francisco, si bien momentáneo, pero no escapa de pagar una multa de 100 pesos. Juan los envía a doña Felipa.

Para beneficiar directamente a los trabajadores del puerto, el alcalde establece en el propio palacio municipal una tienda llamada El Sindicato, en la que se expenden víveres a precios más bajos que las casas españolas. Por ejemplo, un jabón que afuera vale ocho centavos, en la del sindicato, seis. Los españoles lo bajan a un “tlaco” (un centavo y medio) y Juan lo reduce a medio centavo. Y así hasta la rendición de los gachupines.

“¿Cómo acabar con este poder brutal que mantiene a Acapulco en calidad de isla perdida en el Pacífico?”, se pregunta Juan Ranulfo. Y él mismo se responde: “¡la carretera, la carretera!”. El alcalde insistirá ante el presidente Álvaro Obregón sobre la necesidad urgente de que se abra la vía Chilpancingo-Acapulco. El mandatario sonorense aprueba finalmente un presupuesto de 75 mil pesos para emprender la obra. Los hermanos Vidales, presencias fundamentales en el POA, participarán con su gente en los primeros trabajos de la futura vía.

 

El ataque

La sesión de Cabildo del 11 de marzo de 1922, prolongada hasta las 2 de la mañana de día siguiente, será definitiva en la vida de Juan R. Escudero. Cirilo Lobato, inspector del rastro municipal, denuncia que el síndico Ismael Otero autoriza al carnicero Juan Osorio la introducción reses robadas. Todo mundo espera que el síndico ofrezca, a pedido del acalde, una explicación, exculpatoria por supuesto. Pero no, lo que hace Otero es sacar su pistola para dispararla contra Juan, quien logra felizmente evadir la agresión. Sólo un policía, ayudante del alcalde, resulta lesionado de un brazo.

Regidores, empleados, todo mundo, emprenden una peligrosa desbandada provocando tropezones y caídas en la larga escalinata del palacio municipal. La tropa federal, al mando del mayor Juan Flores, llega avisada de que el alcalde, perturbado, dispara contra los soldados que resguardan el palacio. “¿Dónde está ese cabrón asesino?”, pregunta.

Quedaba así al descubierto un plan siniestro concebido por el coronel Sámano, al servicio de los españoles, para que, ante la presunción de que alcalde atacaba a los soldados, él, Flores, lo ejecutara sin ningún miramiento. Un iracundo Flores toca con la cacha de su pistola la puerta del privado de Juan, pero como no abre, ordena a su tropa rociarla con petróleo, encargándose él mismo de prenderle fuego. Para entonces, Escudero había llegado a la barda posterior de palacio con la pretensión de escalarla y llegar a la calle Progreso y refugiarse en los barrios cercanos.