15 junio,2021 5:06 am

Acerca de una novela resonante

Federico Vite

 

En 2009, Ornhan Pamuk estuvo a cargo del seminario Charles Eliot Norton en la Universidad de Harvard; dictó una serie de conferencias acerca de la apreciación de la novela. Así que El novelista ingenuo y sentimental (Traducción de Roberto Falcó Miramontes. España, Debolsillo, 2013, 163 páginas) reúne las charlas que Pamuk dio en Harvard. Tomo del escritor turco un concepto que me atrae por su aparente simplicidad, me refiero a un asunto que desmenuza en la sexta conferencia, titulada El centro. Para efectos prácticos transcribo parte esencial de esa cátedra: “El centro de una novela es una opinión o una idea perspicaz sobre la vida, un punto de misterio arraigado en lo más profundo, ya sea real o imaginario. Los novelistas escriben para investigar este tema, para descubrir sus implicaciones, y somos conscientes de que las novelas se leen con ese mismo espíritu”.

Después de haber leído esta definición, pienso en los ecos que Las palmeras salvajes (1939), de William Faulkner, generó en una generación de escritores latinoamericanos. Escritores, como Juan Carlos Onetti, que aparte de leer y traducir al sureño estadunidense se dieron a la tarea de mostrarnos cómo debe leerse la obra de Faulkner y cuáles son las aportaciones de un proyecto escritural como ese.

Borges tradujo a Faulkner para que el lector argentino entendiera la proposición estética del sureño estadunidense. El problema, me temo, es que no estaba convencido de que Las palmeras salvajes fuera el mejor libro para presentar al público latinoamericano la obra de un gigante. De hecho, en la revista argentina El hogar, Borges publicó en 1939 un par de aseveraciones interesantes sobre el eje toral de este artículo. Cito al poeta y cuentista argentino: “Que yo sepa, nadie ha ensayado todavía una historia de las formas de la novela, una morfología de la novela. Esa historia hipotética y justiciera destacaría el nombre de Wilkie Collins, que inauguró el curioso procedimiento de encomendar la narración de la obra a los personajes; de Robert Browning, cuyo vasto poema narrativo La sortija y el libro (1888) detalla el mismo crimen diez veces, a través de diez bocas y de diez almas; de Joseph Conrad, que alguna vez mostró dos interlocutores que iban adivinando y reconstruyendo la historia de un tercero. También –con evidente justicia– de William Faulkner. Éste, con Jules Romains, es de los pocos novelistas a quienes interesan por igual los procedimientos de la novela y el destino y carácter de las personas.

En las obras capitales de Faulkner –en Luz de agosto, en El sonido y la furia, en Santuario– las novedades técnicas parecen necesarias, inevitables. En The wild palms son menos atractivas que incómodas, menos justificables que exasperantes. El libro consta de dos libros, de dos historias paralelas (y antagónicas) que se alternan. La primera –Wild Palms– es la de un hombre aniquilado por la carnalidad; la segunda –Old man–, la de un muchacho de ojos descoloridos que trata de asaltar un tren, y a quien, después de muchos y borrosos años de cárcel, el Mississippi desbordado confiere una libertad inútil y atroz. Esta segunda historia, admirable a veces, corta y vuelve a cortar el penoso curso de la primera, en largas interpolaciones. Es verosímil la afirmación de que William Faulkner es el primer novelista de nuestro tiempo. Para trabar conocimiento con él, la menos apta de sus obras me parece The wild palms, pero incluye (como todos los libros de Faulkner) páginas de una intensidad que notoriamente excede las posibilidades de cualquier otro autor”.

Borges traduce Las palmeras salvajes por insistencia de Victoria Ocampo. No fue una decisión que tomara a la primera. Puedo intuir que Ocampo le pidió que, aunque fuera un libro imperfecto, hiciera el esfuerzo por darle cuerpo en castellano a Las palmeras salvajes. Así que en 1940, un año después de que Borges publicara la reseña en El hogar, la editorial Sudamericana ya tenía la novela circulando en las librerías. La versión de The wild palms que tomó Borges como base para la traducción fue la publicada en Londres a cargo de la editorial Chatto & Windus, versión, por cierto, “limpia”, que a diferencia de la de Random House, para el público de Estados Unidos, carecía de palabras que asustaran a las buenas conciencias.

También refiere Pamuk que el escritor estadunidense John Updike no entendía una cuestión que le quitaba el aliento: ¿por qué todos los escritores de tercer mundo estaban influenciados por Faulkner? Tal vez no lo sepamos, pero la certeza es que actualmente ya no se lee tanto. Parece que a uno que otro autor, después de la generación del boom, le atrae el sureño gótico. Pienso en Juan José Saer, por ejemplo, un lector serio y estudioso de la obra de Faulkner. Me parece que Las palmeras salvajes se lee mucho menos que antes. Quizá lo que sigue llamando la atención del lector latinoamericano es El sonido y la furia, novela que Faulkner no consideró importante porque la hizo sólo por dinero, y Mientras agonizo, libro que sigue generando admiración por la estructura que el autor utilizó para narrar el peregrinaje de una familia de blancos pobres.

En la segunda mitad del siglo XX aparecieron novelas que engulleron literalmente todo para sobrevivir. La novela se convirtió en un híbrido, en un todo terreno que lo mismo acepta la receta de cocina que la descripción minuciosa de una alfombra como un capítulo o como elemento fundamental de la estructura.

El académico Emir Rodíguez Monegal, de la Universidad de New Haven, señala en la ponencia A game of shifting mirrors: The latin american narrative and the north american novel que no todos los libros de Faulkner tuvieron el mismo impacto en la ficción latinoamericana. Cito: “Después de Intruder in the dust (1948), la ficción de Faulkner se volvió bastante parroquial y, por lo tanto, en cierto sentido, de interés exclusivo para los norteamericanos. Pero la producción de sus años verdaderamente creativos –desde Mientras agonizo hasta Absalom– siguió interesando a los latinoamericanos. En esos libros sombríos y trágicos, repentinamente abrumados por el humor más grotesco, los escritores latinoamericanos descubrieron un mundo de ficción, completo y desafiante. Su influencia en el curso de la narrativa latinoamericana puede compararse con la de Edgar Allan Poe sobre los simbolistas franceses y sobre los poetas y prosistas modernistas latinoamericanos. También es similar a la tentadora presencia de Walt Whitman en los poetas posmodernistas, y especialmente en la poesía de Borges y Pablo Neruda. Pero fue en la ficción contemporánea donde su influencia fue, como la de Zola y Dostoyevski en épocas anteriores, omnipresente”.

A mí me parece que hablar del centro de Las palmeras salvajes implica sensibilidad y sutileza para encarar los cimientos de la novela contemporánea. No sólo se trata de hilos narrativos que no se tocan sino de un ensamble que nos recuerda una certeza de este oficio: nada está prohibido. Las técnicas narrativas de dispersión y de fragmentación de Faulkner son elementos que ni de broma se tomaban en cuenta en ese entonces. Siguen siendo sumamente actuales.

Las novelas que siguieron a Las palmeras salvajes, dice Pamuk, transformaron el placer de la lectura en la búsqueda de un centro. Por ejemplo, Pálido fuego (1962), de Vladimir Nabokov; Rayuela (1963), de Julio Cortázar; Tres tristes tigres (1967), de Guillermo Cabrera Infante; En un Estado libre (1971), de V. S. Naipaul; Si una noche de invierno un viajero (1979), de Italo Calvino; La tía Julia y el escribidor (1977), de Mario Vargas Llosa; La vida, instrucciones de uso (1978), de Georges Perec; La insoportable levedad del ser (1984), de Milan Kundera e Historia del mundo en diez capítulos y medio (1989), de Julian Barnes.

Sirva este breve recorrido narrativo para ilustrar las virtudes de un libro imperfecto y raro que logró producir en una generación de escritores latinoamericanos un eco impresionante. Hablo de las resonancias de una innovación que sigue en curso.