20 febrero,2023 5:17 am

Ahora que Dios está de su lado

 

Silvestre Pacheco León

Aún está lejos el amanecer cuando en la banqueta de la avenida comienzan a formarse en una larga fila los derechohabientes del Seguro Social que van al servicio del laboratorio al hospital.
Todos con su carnet y la orden médica en la mano, aunque nunca falta alguien por las prisas olvidó algo, y no recuerda dónde, entonces tiene que regresarse a su casa sabiendo que irremediablemente perderá su cita.
Todos los solicitantes del servicio a quienes con sobrada razón más allá de su padecimiento físico les llaman “pacientes” saben dónde formarse, y solo algunos preguntan dónde termina la cola para ocupar su lugar porque el orden de la formación depende de la hora en que cada quien se integra a la fila con el cubre boca como pasaporte.
El otro día un joven sin nada con qué cubrir la nariz y la boca corría de una puerta a otra desesperado por conseguir permiso de los vigilantes no encontró otro medio que gritar a todo pulmón para hacerse escuchar gracias a que había quién corriera la voz.
Cuando la cola casi llega a la esquina el vigilante abre la reja y la fila penetra al patio interior del hospital con la luz del día que comienza a alumbrar. Entonces en la calle comienza el bullicio de la gente que se arremolina frente a la parada de combis comprando en los puestos de tortas, tacos, atoles y tamales para el almuerzo y luego hacer el transbordo a sus centros de trabajo.
Las golondrinas que duermen en los alambres de la red eléctrica se despiertan con su peculiar chillido mañanero ( o trisando dice el diccionario) y comienzan a revolotear preparándose para irse de aventura como lo hacen cada día. Entonces en el interior del hospital se encienden las luces que son la señal de que el servicio de toma de muestras de sangre inicia la jornada.
Los derechohabientes del IMSS dicen que el servicio del laboratorio es de los más eficientes y eso todo mundo lo puede ver cada mañana. Sus empleados comienzan labores antes de la hora oficial, como si su tarea de succionar la sangre de los pacientes no fuera un trabajo.
–¡Son unos buitres! –dice equivocadamente uno de los pacientes tratando de exaltar la labor de los químicos.
–Vampiros, más bien –le corrige otro aludiendo los piquetes que practican con la aguja en los antebrazos.
A veces el silencio generalizado de la sala lo rompe el encuentro entre algún familiar, amigos o conocidos y, callados, los demás están a la expectativa de lo que platican porque en ese ambiente no falta quien quiera dar su opinión para matar el tedio de la desmañanada y hoy no será la excepción porque la señora que encabeza la fila se encuentra con su sobrina y luego del saludo se queja con ella de las continuas visitas que hace a la farmacia tratando de surtir la receta para seguir su tratamiento.
Esa es la pauta para que la señora diabética platique su historia quejándose de lo que tarda la farmacia en surtir su medicamento.
–Nomás vengo de balde a gastar en pasaje lo que no tengo para que me digan que no hay nada, que me de otra vuelta. ¡Ya me traen mareada!
–Pues sí, la quieren atarantar, mejor llame por teléfono jefa, opina el vecino de la fila.
–Ni contestan niño, nomás sacan coraje.
–Y qué medicamento es? –tercia otro.
–Ha de ser uno caro para que la gente enferma gaste lo que no tiene para favorecer a la medicina privada, comenta otro en voz alta como hablando para sí mismo.
–Aquí traigo la receta porque quiero aprovechar que vine a lo de la sangre para preguntar.
–Citalopran –lee la sobrina.
–Oiga pero esa medicina no es para la diabetes –dice una mujer de las que luego saben más que los médicos.
–Pus yo no sé –responde la diabética. El médico me recetó dos medicinas, dijo que una era para curar la ansiedad, que eso es lo que tengo porque me preocupo de todo.
–Mire, esta es la otra receta –dice extendiendo el papel.
–Dopagliflocina.
–Ah, esa sí es para la diabetes porque yo también la tomo. Es que somos muchos diabéticos, por eso los medicamentos se acaban pronto. Yo la última vez tuve que suspender mi tratamiento por un mes. No tenía los más de mil pesos que cuesta en la calle.
–Con más razón no deben faltar –sigue hablando el que parece que lo hace para sí mismo, y agrega que eso es parte de las reumas.
–¿Qué reumas? –pregunta la enferma.
–Las del elefante responde sonriendo un muchacho de la tercera fila.
–Tiene que ir a reclamar a la Dirección de la clínica para que se la compren en la calle – dice enfática una muchacha joven.
De pronto la plática sobre el problema de la paciente se ha generalizado.
–Es más fácil ver al presidente de la República que al director –comenta alguien que no alcanzo a distinguir.
–¿Pus no dice el gobierno que los funcionarios deben estar más en el territorio que en el escritorio? –comenta el que comenzó la plática.
–Pero eso es nomás un decir, como no hay nadie que los acuse, aquí no llega el cambio.
La plática que ya está encaminada a la protesta se suspende porque a todos llama la atención una señora que entra con suma dificultad a la sala auxiliada por un bastón en cada mano, los cuales parecen no ser suficientes para su desplazamiento porque a falta de algún familiar la acompaña el vigilante que con timidez la toma del brazo.
que para justificar su salida de la fila dice en voz alta que no aguanta estar parado, que se tiene que sentar porque le duelen mucho las rodillas, lo dice a todos y a nadie, pero su vecino en la fila lo secunda, le dice amable que se quede sentado y que espere descansando a que lo llamen.
entonces comienza a divulgar su historia. Se trata de un comerciante de ganado, de esos que van ranchando por los pueblos de la sierra buscando becerros de oportunidad, y cuenta.
–Yo de veras sufro para caminar porque estoy enfermo de las piernas, las dos me duelen, no puedo estar mucho tiempo parado ni caminar. Así que estoy jodido de veras- le dice al que le sigue en la fila para que lo considere y respete su turno.
–¿Y por qué no va con el traumatólogo paisano?
–Ya me sacó todo el dinero que tenía, primero que 15 mil, después que 10 mil. Cada ahorrito que tengo nomás es para él.
–Pero, ¿por qué va usted con el privado? El IMSS tiene también ese servicio.
–Sí, pero es muy tardado.
–Pero vale la pena esperar porque esas operaciones son muy caras.
–Es cierto lo que dice –reconoce el hombre– en el IMSS me operaron de los riñones y salí bien. Ya había yo vendido mi camioneta que uso en el negocio porque pensé que hasta ahí llegaba mi vida, pero ahora que Dios se puso de mi lado quiero curarme de las piernas, pero no me animo.
–¿Por qué no se anima a que lo operen? –pregunta curioso su vecino.
–La verdad es que me da miedo la operación porque me platican que a muchos les va peor.
–¿Qué más peor le puede ir a usted si casi no puede caminar –le comenta secamente otro de la fila?
–Yo digo que le conviene arriesgarse que lo operen, más mal no le puede ir, anímese.
–Aproveche que ahorita Dios está de su lado para que todo le salga bien, le aconseja otro con sorna.
Con esos últimos consejos de consenso el señor del bastón que se ha quedado sin contestar escuchando las opiniones de consenso para que se opere se siente salvado cuando lo llaman por su nombre y entra al módulo con sus dos tubos de ensayo en la mano.