23 marzo,2023 5:19 am

Alabanza del acarreo

Humberto Musacchio

 

Los politólogos lo ignoran, pero el acarreo tiene muy loables consecuencias para la política, la economía, la historia, el gobierno y la gastronomía, todo lo cual quedó ampliamente demostrado el domingo anterior en el mitin de apoyo al máximo líder de la 4T, quien supo corresponder a los aplausos regalando a los presentes la magia de su verbo durante más de una hora.

No faltará quien acuse al autor de estas líneas de faltar a la verdad, de ser panegirista del actual gobierno o propagandista del sindicato de camioneros. No hay tal: todo periodista responsable ha de aceptar los hechos como son, y el acarreo tiene inmensos beneficios sociales que han de sopesarse en la implacable balanza de información.

El acarreo, ya se sabe, es la “acción de acarrear”, pero también es el “coste de esta acción”, pues acarrear ganado, materiales, mercancías o gente, como en el caso que nos ocupa, cuesta, y no poco. Para la Wikipedia, acarreo es “el nombre utilizado para describir un recurso mnemotécnico en una operación aritmética, principalmente en la suma. Se usa cuando un dígito ha sido transferido de una columna de dígitos a otra columna de mayor potencia en un algoritmo de cálculo”.

Por supuesto, el firmante del presente artículo ignora todo sobre la ciencia matemática, pero no deja de considerar eso de transportar de un lugar a otro dígitos, números que se suman al total. Se trata de un recurso mnemotécnico, de memoria pues, el que resulta indispensable cuando los caporales, los que trasladan ganado o, en el caso que nos ocupa, “mandan alguna gente”, como dice doña María Moliner, deben saber cuántos semovientes llevan de un lugar a otro, pues han de recibir el pago que corresponde al coste de la acción.

Precisamente en torno a este punto es que los partidos “neoliberales y conservadores” exigen que se informe a la ciudadanìa sobre lo gastado, e incluso sugieren que el trasiego de seres humanos se pagó con recursos públicos, lo que nos resistimos a creer, pues en varias ocasiones ha dicho muy enfáticamente el líder de la 4T: “no somos iguales”, lo que es absolutamente cierto, aunque se parezcan mucho y sus métodos sean idénticos.

El hecho es que el acarreo mostró que los funcionarios federales, estatales y municipales del gobierno de Morena, al igual que sus diputados y senadores y los líderes de ese partido, tienen capacidad política (y dinero en abundancia) para traer a la Ciudad de México a miles de mexicanos, lo que agradece la llamada industria turística, pues para muchos de ellos fue una buena manera de conocer la capital de su país, en la que algunos se quedaron varios días, además de que regresan a sus lares como participantes y testigos de un hecho histórico.

Sobra decir que el multitudinario (y multimillonario) movimiento de personas ha sido una poderosa inyección financiera a la economía de los transportistas, a las gasolineras, a los fabricantes de refrescos (“chescos”, se dice en el lenguaje de los acarreadores), a los productores de tortas y a quienes elaboran camisetas y cachuchas decoradas con logos y leyendas, lo que en conjunto representa un aporte de altísima importancia para la economía, que ciertamente ha estado de capa caída durante el presente sexenio.

Lo cierto es que estar en el montón aporta sentido de pertenencia y hasta de una indefinida relación sentimental, pues algún asistente dijo: “¡Me acarreó el amor por mi Presidente!”. Si hiciera falta, hubo quien atribuyó consecuencias terapéuticas a la concentración dominical, pues alzó una pancarta que decía: “AMLO es la medicina”.

El mitin monstruo –así se decía antes– igualmente permitió ratificar la eficacia de la oratoria presidencial y sus campañas de odio, pues hubo un grupo de seguidores de Ya Saben Quién que incineró en efigie a la ministra presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, quien ha sido repetidamente denostada en las mañaneras. Lo siguiente, suponemos, será quemar en persona a quien no aplauda al tlatoani.

El hecho es que el gobierno morenista mostró su inmensa capacidad de movilización –claro, con apoyo del erario– y el inenarrable carisma del beneficiario mayor del acarreo, quien marcha al frente de la República, aunque bien a bien nadie sepa hacia dónde.