12 junio,2024 6:08 am

Alborada, mediodía y ocaso del PRD

 

Saúl Escobar Toledo

El Partido de la Revolución Democrática perdió su registro nacional según lo ha notificado oficialmente el INE. Ahora, sus dirigentes y activistas se verán obligados a adherirse a otro partido o a tratar de reagruparse bajo una modalidad distinta para mantener su presencia en el escenario político. De cualquier forma, podemos afirmar que el partido fundado en 1989 ha dejado de existir.
Durante estos 35 años, el PRD conoció diversas etapas que, para fines de esta nota, podemos separar en tres momentos: la primera, la de su nacimiento y consolidación que abarca desde fines de los años ochenta hasta 1997, cuando la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas logró conquistar la Jefatura de Gobierno del entonces Distrito Federal. Los primeros años fueron sumamente difíciles ya que fue objeto de una severa represión, particularmente en las luchas municipales en Michoacán y Guerrero, que costaron la vida a cientos de militantes y simpatizantes. El régimen de Salinas de Gortari buscó aniquilar al partido para consolidar un régimen bipartidista. Posteriormente, ya con la presidencia de Zedillo, la persecución contra el partido bajó de tono, pero tuvo que enfrentar las políticas neoliberales. Sus resultados electorales oscilaron entre el 8 y el 17 por ciento en las elecciones de 1991 y 1994, en un momento en que el neoliberalismo se consolidaba a nivel mundial como el paradigma dominante de las políticas públicas. El PRD se veía como una opción discordante y sus propuestas programáticas fueron calificadas como obsoletas, impracticables y ajenas a la realidad. Durante esos años fue el partido político más consecuente en la lucha por la democracia; sin embargo este reclamo fue ignorado por las elites dominantes bajo la consigna de que representaba un nacionalismo “trasnochado”. No obstante, la crisis de 1994 y el desgaste del PRI abrieron una coyuntura favorable para una nueva etapa. En las elecciones de 1997, no sólo se logró el triunfo en la capital, además, por primera vez en la Cámara de Diputados el PRI perdía la mayoría absoluta y el PRD se convertía en la segunda fuerza política nacional. De esta manera, surgía como una alternativa viable para gobernar el país: había logrado romper el cerco del bipartidismo y la estigmatización ideológica y política.
A partir de ese año, el partido conoce sus mejores años, su mediodía, a pesar de la derrota en las elecciones presidenciales del año 2000, ya que logra el triunfo de nuevo en la capital y en las gubernaturas de Zacatecas (1998); Tlaxcala, Baja California Sur y Nayarit (1999); Michoacán (2002); Guerrero (2005); Oaxaca (2010); Morelos (2012);Tabasco (2013), entre otras. Además, resultó victorioso en cientos de gobiernos municipales.
Durante esos años, la vida del partido se caracterizó por la inestabilidad ya que sus elecciones internas fueron a menudo conflictivas lo que dio lugar a la consolidación de un esquema de corrientes o “tribus” que se repartieron las candidaturas y los puestos de dirección del partido. No obstante, el partido parecía consolidarse como una opción que podríamos ubicar dentro del espectro socialdemócrata y al mismo tiempo como parte de la nueva ola de partidos de izquierda de América Latina que, durante la primera década del nuevo siglo, lograron triunfos importantes en nuestra región, como en Venezuela, Brasil, Argentina, Bolivia, Uruguay, El Salvador, Nicaragua y otros más.
En 2006, el PRD, con la candidatura de López Obrador, estuvo muy cerca de conquistar la presidencia de la república. El partido alegó un fraude electoral y desató una enorme movilización popular para defender el triunfo de su candidato. Los reclamos del partido nunca fueron satisfechos debido a la negativa del PRI y del PAN para limpiar la elección.
En 2012, López Obrador se presenta de nueva cuenta como candidato del PRD. A pesar de la derrota, el partido se coloca como la segunda fuerza electoral en la Cámara de Diputados.
Sin embargo, en septiembre de 2014, la desaparición de los 43 normalista de Ayotzinapa sacude al partido. Hay que recordar que el presidente municipal de Iguala había sido electo como candidato del PRD, lo mismo que el gobernador del estado. La tragedia mostró la existencia de una red de corrupción y complicidad con el crimen organizado que involucraba al partido. Tocaba entonces emprender un cambio de fondo. Lamentablemente esa transformación no fue posible, entre otras cosas, debido a que la dirección del partido había participado en el “Pacto por México” propuesto por Peña Nieto, sin el aval de su Consejo Nacional. Su complicidad se reflejó en indiferencia con el caso Ayotzinapa.
A partir de entonces el PRD conoce un declive que se manifiesta en la renuncia de Cuauhtémoc Cárdenas en noviembre de 2014 argumentando “profundas diferencias (con la dirección del partido) de cómo enfrentar los problemas internos del partido, en particular las medidas que deben adoptarse para recuperar la credibilidad de la organización y de manera especial de sus dirigentes ante la opinión pública”. Pocos meses antes, en julio de 2014 el INE aprobaba el registro de Morena como partido político nacional. Con ello, López Obrador sellaba su rompimiento definitivo con el PRD.
El ocaso del partido estaba a la vista. Sus opciones para sobrevivir se angostaban. Aunque su dirección y la corriente dominante (Nueva Izquierda) propuso una alianza con el PAN rumbo a las elecciones de 2015, ésta fue rechazada por el Congreso Nacional. Sin alianzas, el PRD logró un lejano tercer lugar con el 11.5 por ciento de la votación. Los resultados dejaron claro que el PRD enfrentaba una perspectiva muy desfavorable por el crecimiento de Morena. Sus alternativas consistieron, en ese momento, en procurar una reforma a fondo del partido para presentarse como una nueva opción de izquierda; tratar de pactar una alianza con Morena; o buscar el cobijo del PRI o del PAN. Para entonces muchos miembros del partido lo habían abandonado, sobre todo, después de la renuncia de Cárdenas y la ruptura de AMLO.
Así las cosas, la dirección del partido, ya sin oposición interna y sin rubor alguno decide aliarse con el PAN en 2018 y apoyar a su candidato a la presidencia de la república. Esa Coalición dejó al PRD una ganancia de apenas 21 diputados mucho menor que lo obtenido en 2015 (55 curules). Pero lo más importante es que el PRD desapareció desde entonces como un partido de izquierda y sus opiniones acerca de la situación nacional fueron intrascendentes. Sin embargo, ya no dieron marcha atrás, adoptando una postura “democrática” frente a Morena y la presidencia de AMLO. Esa estrategia, que se refrendó en las elecciones de 2024 ahora en alianza con el PRI y el PAN fue derrotada ampliamente. El reclamo por la democracia de esa Coalición fue confuso y hasta contradictorio: sus exigencias y denuncias no acertaron a definir un rumbo claro para la transformación del país. Al mismo tiempo, el PRI y el PAN fueron identificados como los responsables de un régimen de corrupción y políticas antipopulares que había gobernado los últimos 24 años. Además, esos partidos han asumido un papel que los ubica en la derecha del espectro político nacional; para muchos electores que tradicionalmente se han identificado con esa postura, no tuvo sentido votar por un partido que provenía de la izquierda.
La pérdida del registro del PRD fue resultado de un periodo de decadencia que comienza en 2014. No obstante, los factores estructurales más importantes que propiciaron su debacle fueron su accidentada vida interna que, al final de cuentas, sólo sirvió para enquistar a un grupo en la dirección del partido; la corrupción existente en diversos gobiernos e instancias de dirección perredistas que nunca fue sancionada; la ausencia de visión política para entender que los electores deseaban un cambio y no la continuidad de la hegemonía PRI-PAN; y la inexistencia de autocrítica y voluntad para transformar al PRD. Ese conformismo, vinculado a fuertes intereses personales y de grupo, llevó a un lamentable suicidio político.

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