LA POLÍTICA ES ASÍ
Ángel Aguirre Rivero
En nada le agradó cuando la periodista soltó el día de ayer en la mañanera la pregunta: “¿Qué pasa en Guerrero, presidenta? En Tecpan de Galeana hubo 34 muertos; en Atoyac, la situación es similar. La policía comunitaria asesinó a dos hombres y se prepara una manifestación para exigir justicia por el asesinato de Alejandro Arcos, el alcalde de Chilpancingo”.
El gesto de la presidenta se volvió adusto y sólo alcanzó a decir: “El gabinete de seguridad se reúne las 24 horas y estamos trabajando sin descanso”.
La periodista fue incisiva: “Oiga, pero su secretario de Seguridad Pública, Omar García Harfuch, dijo que el alcalde se trasladaba solo a una reunión…”.
La presidenta atajó: “Eso fue hace como un mes, ¿verdad?”.
Y ya no dijo más.
¿Qué esperábamos los guerrerenses?
Una respuesta del por qué un asunto tan delicado y que nos ha dolido a todos no ha sido atraído por la Fiscalía General de la República, como se hizo en Chiapas con el asesinato del sacerdote Marcelo Pérez, defensor de causas indígenas, donde ya se tienen los primeros detenidos.
Alejandro luchó por la tranquilidad y por construir la paz para Chilpancingo. Era un joven que tenía los mejores anhelos de servirle a su comunidad.
Lo conocí siendo un adolescente en un evento en Casa Guerrero. Después de dirigir unas palabras, lo llamé y le pregunté:
–¿Cómo te llamas?.
–Alejandro –me contestó.
–¿Y qué quieres ser cuando seas grande?
La respuesta no se hizo esperar:
–Gobernador, como usted.
A partir de ese momento, me asumí como su tutor. Me acompañaba en algunas giras, siempre diligente, cordial, atento y con su sonrisa invariable.
Cuando ganamos el gobierno constitucional, lo nombré responsable del programa de adultos mayores, para después impulsarlo a la diputación local por Chilpancingo, donde ganó amplia y contundentemente.
Alejandro fue siempre un hombre dedicado al servicio. Con cargo o sin cargo público, gestionó apoyos para sus paisanos en colonias y poblados, ayudando a la gente más necesitada.
Fue un promotor de la paz, y en ese empeño perdió la vida. La delincuencia nos lo quitó.
Con este crimen se atenta no solo contra el hijo, el esposo, el padre de familia, el amigo. Al privarlo de la vida, se atentó contra el anhelo de paz de los guerrerenses, se atenta contra la libertad de elección de quienes lo llevaron al poder. Se atenta contra el orden municipal de gobierno.
Tal vez un día Alejandro hubiera alcanzado su sueño, ese que un día me compartió: ser gobernador de su estado.
Nos duele, nos duele. Hoy solo exigimos: justicia, justicia, justicia.
Del anecdotario:
Como en todos los pueblos, existen personajes populares que son más conocidos por sus apodos que por sus verdaderos nombres.
En el caso de mi amado Ometepec, es muy común que aquel que vende mariscos le llamen Chava Mariscos; el dueño del cine le llamaban Paco Cine; el vendedor de telas, Manuel Trapitos, etcétera.
En mi niñez abundaban personajes de los cuales nos reíamos al jugarles bromas para hacerlos enojar o que nos siguieran con un garrote o un palo.
Vienen a mi mente: Capitán Pollo, Juan Garabato, Cuatro Adobes, Chico Mudo, Caracha, Laco, María Bule, Chincopetos, entre otros.
Había uno en particular con quien me encantaba conversar: “Pachuca”, el primer marinero que tuvo Ometepec, quien llevó sus primeros tatuajes a nuestro pueblo, los cuales eran espantosos.
Un día, conversando con él, le pregunté qué países había conocido y me respondió que casi todos. Entonces le dije: “¿Conociste Canadá?” Y me dijo que sí, “Canada Dry”, que era un refresco de moda en ese tiempo. Me contestó que también lo había conocido.
Pero donde se voló la barda fue cuando me compartió que él había tenido muchas mujeres en sus diferentes travesías y que acababa de recibir un telegrama de Shanghái donde le comunicaban que le había nacido un nuevo hijo, cuando “Pachuca” llevaba viviendo más de 15 años en Ometepec.
Otro día, muy entusiasmado, me platicó que estaba haciendo un injerto de mangos y lo felicité: “Fíjese, licenciado (yo apenas era estudiante), que estoy haciendo un injerto de mango petacón con checos”. Le contesté: “¿Con mangos checos? ¿De Checoslovaquia?”. No (me dijo). “con checozapotes”… Y no pude contener la risa.
A esos personajes dedico estos párrafos de un poema de Alberto Cortez, por todas las burlas y bromas que hacíamos a estos hombres y mujeres que nos hicieron una niñez más feliz:
Aunque inocentes, a veces,
que malos somos de niños.
Nos burlábamos, me acuerdo,
de Rosa Leyes, el indio.
Un día se fue despacio,
como abrazando el olvido,
con un poco de tabaco
y una limosna de vino.
No hubo ni llanto ni duelo
por Rosa Leyes, el indio.
Un día se fue despacio,
como abrazando el olvido,
con un poco de tabaco
y una limosna de vino.
No hubo ni llanto ni duelo
por Rosa Leyes, el indio.
Su muerte, toda la vida,
se la fue llorando el mismo.
La vida es así…