11 mayo,2024 5:49 am

Algunas verdades sobre las mentiras

AMERIZAJE  

Ana Cecilia Terrazas

 

En época de campañas electorales y de elecciones, cuando hay tanta tensión mediática y política, se usan frecuentemente la palabra verdad o la palabra mentira. La mentira es, en términos llanos, lo opuesto de la verdad, pero la verdad de la verdad, en sí, representa un hondo problema que no es tan sencillo de abordar en periódicos, radio, televisión o redes.

En los orígenes del filosofar humano está, cómo no, la pregunta sobre la verdad –también lo está en la metafísica, epistemología, lógica y ética– y las posibilidades que tenemos para conocerla.

Las y los periodistas, en teoría, siempre estamos en búsqueda de la verdad o por lo menos de la veracidad; siempre trabajamos por encontrar esa correlación entre lo real y su relato, lo dicho y lo que es, lo que ocurre y lo que se cuenta que sucede.

Y vale mucho la pena recordar que, si bien la intuición de verdad puede ser tan transparente como el cuento de Andersen sobre El rey desnudo, la verdad siempre estará afectada o mediada por quien la percibe, por el contexto en que se busca y por el fin último de su persecución.

Se dice tradicionalmente que, en filosofía, “la verdad involucra inevitablemente hablar del vínculo entre una persona o sujeto (con su inteligencia y capacidad de abstracción, sea cual fuere) y un objeto a abordar, esto es, una referencia de realidad. En consecuencia, la verdad sería la concordancia de lo que esa persona piensa con esa realidad expuesta. Si no coinciden, pues se trata de algo falso, algo mentiroso, que no es”.

Los ejercicios de verificar la información de los debates electorales, por ejemplo, son sumamente interesantes por obvios y complejos. Se dice que algo es cierto si se puede sostener con cifras, datos, documentos, estudios, resultados, pero también si se puede sentir en la piel, en la vida cotidiana, en los hechos no documentados pero a vistas.

No obstante, un ejemplo sencillísimo para ver cuán difícil es verificar, sería la afirmación que dijera: la gente está muy segura.

En ese momento se tendría que apuntalar la sentencia, para poder ser explorada en su parte verdadera y en su parte falsa, desde distintos abordajes como: quién afirmó esto, en qué contexto lo dijo, cuáles pueden ser sus pretensiones para decirlo, de qué gente habla, cuál momento o fecha del calendario está considerando, cuáles son los indicadores de seguridad que se quieren y se deben considerar, cuáles fuentes son las consultadas para sostener y para verificar la información, cuáles son las fuentes que deben ser tomadas en cuenta, cuál es el contexto externo en el que esto se dijo, cuáles son las posibilidades de presión que haya sobre quien dijo esto, cuál puede ser el porcentaje de inconsciente que no se sabe respecto de dicha frase, respecto de qué parámetros de seguridad se está midiendo o comparando.

Ahora bien, hay más factores, aún más subjetivos, que también colorean la posibilidad o percepción de verdad o mentira de lo dicho. Por ejemplo: cómo se expresó tal premisa (si de manera contundente, de tajo y fuerte o titubeante, larga y débil, o con una mezcla de ambas); qué tan bien nos cae o cuánta afinidad tenemos respecto de quien lo expresa, qué tanto queremos creerle a ciertos temas, qué tanta madurez tenemos para escuchar información con la que no estamos de acuerdo, qué tanto compromiso con la verdad queremos tener o tenemos, en dónde están nuestros sesgos cognitivos al abordar una frase dicha por tal o cual persona.

No son esas las únicas líneas o parámetros que intervienen directamente en la posibilidad de verificar la verdad o falsedad de cualquier premisa; hay otras muchas más o puede haberlas, pero el ejemplo funciona para traducir la complejidad de un asunto que muchas veces se tacha como saber si es cierta o falsa alguna frase.

Hablando también de las características de las verdades –y por ende las mentiras–, sabemos que pueden ser absolutas o relativas –si bien las absolutas también han sido cuestionadas– y, en su mayoría, dependen de la sinceridad, honestidad y franqueza con las que se digan, con las que se escuchen, con las que se puedan comprobar.

Verificar la información es lo que toca ya, cada vez más, en este universo cotidiano tan infodémico, plagado de datos y conversaciones, pletórico de mentiras, de verdades a medias, de propagandas y falacias; en un mundo, además, muy desprovisto del sentido común que antes se tenía más a la mano, cuando era quizá más sencillo discernir entre verdades y mentiras.