9 junio,2020 5:13 am

Alien, Conrad, SpaceX, el Tren Maya y la narrativa colonial

TrynoMaldonado

Metales Pesados

Tryno Maldonado

 

El 27 de mayo pasado tuvo lugar el lanzamiento del primer viaje espacial de una empresa privada. El cohete Falcon 9 puso en órbita al Crew Dragon de la empresa SpaceX. Con este evento se inició la era de la privatización del espacio y, con ésta, su colonización en el más amplio sentido. La empresa de la exploración espacial es, por fuerza, una empresa colonial.

En El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad, su narrador, Charles Marlow, capitán de una compañía mercante de marfil, reconoce que siempre ha sentido una pasión por llenar los espacios vacíos del mapa. Qué delirio y qué anhelo más perseguido desde el inicio de la carrera espacial de los Estados-nación de posguerras que llenar también esos espacios vacíos del cosmos.

“Y también este ha sido uno de los lugares oscuros de la Tierra”, dice Marlow a bordo de su nave, el Nellie, mientras contempla Londres. Hace referencia a la antigua Londinium y al oscuro pantanal que eran esas tierras antes de la colonización y despojo que sufrieron por parte del Imperio Romano. “Y también este ha sido uno de los lugares oscuros del universo”, podría parafrasear el magnate sudafricano Elon Musk en este mismo impulso colonialista que empareja a ambas empresas: la del Nellie y la de su compañía SpaceX.

El comparativo no es gratuito. Marlow se refiere África como “el corazón de las tinieblas”, y a las violentas potencias trasformadoras y de “progreso” que la extensión de los dominios del imperio habían traído consigo. El delirio imperialista positivista en Conrad y el nuevo delirio capitalista liberal encarnado en Elon Musk.

El Nellie es la nave en la que Marlow y la tripulación viajan al Congo. Se trata de una embarcación privada con permiso y convenios con la corona británica. El Crew Dragon es la cápsula espacial de la empresa privada SpaceX que fue puesta en órbita el pasado 27 de mayo bajo el nuevo programa de vuelos espaciales comerciales de la agencia del imperio estadunidense, la NASA.

La película Alien, el octavo pasajero puede leerse como el vaticinio del Crew Dragon de Elon Musk y la proyección en el futuro del Nellie de Conrad.

El nombre de la nave espacial –de una empresa privada de carga– de los protagonistas de Alien se llama Nostromo. En honor a Conrad y a su novela sobre la condición colonial sudamericana en la ficticia Costaguana. El ente originario que la nave recoge de una colonia espacial –como todos los subordinados en situación colonial– no tiene derecho a una voz en esta narración. Ni siquiera, como Viernes de Defoe, tiene derecho a un nombre. Alien: extranjero. Xenomorfo: de xénos, extranjero. Cuando los verdaderos extranjeros son los colonos que despojan su planeta. La cosa. La criatura. El bicho. Es únicamente como los colonizadores de la metrópoli se dignan a nombrarlo.

En las narrativas coloniales como estas –contemporáneas o victorianas–, los indígenas no dejan de representarse como amenazadores, aunque no amenacen directamente a nadie. Son el Otro para el despojador sólo por su potencial amenaza.

El neoliberalismo en nuestros días mantiene sus formas de explotación y control social en una situación colonial sin necesariamente hacer uso de ejércitos. A los gobiernos de los Estados-nación colonizados les conviene preservar las narrativas de una clara línea entre lo humano y lo categorizado. Entre los criollos/mestizos y los aliens. Los sin nombre. Así, los cuerpos feminizados y racializados o representados como bárbaros o como monstruos, suelen ser vistos como menos que humanos. Ni las vidas racializadas ni las vidas feminizadas se ponderan ante los épicos megaproyectos.

No en vano el novelista nigeriano Chinua Achebe tilda a Conrad de racista por deshumanizar totalmente a la población originaria del continente africano. Y, en palabras de Edward W. Said, estas narrativas del poder silencian al Otro. Las dos únicas ocasiones en que los originarios se pronuncian en El corazón de las tinieblas lo hacen con “palabras ininteligibles”. El alien, en la analogía de la odisea espacial, lleva mucho más allá la alteridad radical de la empresa colonial: el nativo aquí ni siquiera posee voz, sólo gruñidos bestiales, amenazantes.

En tres novelas contemporáneas sobre la condición de las plantaciones de algodón en Estados Unidos durante el siglo XIX que he releído estas semanas (Beloved, de Toni Morrison; La canción de los vivos y los muertos, de Jesmyn Ward; y El ferrocarril subterráneo, de Colson Whitehead), a los esclavos raptados de África se procura separarles de otros de sus mismos pueblos: los barcos esclavistas y las plantaciones se vuelven grandes torres de Babel donde las lenguas originarias son segregadas para evitar la amenaza de la organización y de una probable insurrección contra los patrones.

Así el Estado mexicano ha ido promoviendo una Babel de las lenguas originarias con su campaña de unificación del castilla y su eventual exterminio iniciado en el porfiriato. Los grandes proyectos de desarrollo privado-estatal como el Tren Maya y el Corredor Interoceánico encuentran su justificación narrativa de despojo en esa misma épica mercantil y colonial y de supuesto progreso positivista que fueron motor tanto del Nellie y como del Crew Dragon: conquistar esos “grandes espacios vacíos en el mapa” aun a costa de las voces y de las vidas que habitan en ellas.