21 septiembre,2018 11:12 am

Amar a la Cdmx con inquina

Adán Ramírez Serret
Hay libros que nos llevan a diferentes lugares. Por medio de la literatura descubrimos el mundo y sin haber puesto un pie fuera de casa, estando tan sólo enfrascados leyendo en soledad, podemos con autores como Salgari o Verne viajar por los océanos o por los aires; ir al centro de la tierra o al fondo del mar.
También, sin duda, es posible conocer ciudades a fondo, sus recovecos y personajes singulares por medio de las páginas de los libros. El Londres de Dickens, el París de Balzac o el Dublín de Joyce. Las visiones de las ciudades de estos autores fueron tan potentes, que ya es casi lugar común decir sus nombres y ligarlos a ellas. A tal grado, que aquello que antes fue grotesco ha dejado de serlo por lo populares que son estos relatos. Hablar de prostitutas, vagabundos y estafadores comenzó siendo escandaloso y ahora esto es parte fundamental del color de estas ciudades.
Otro de los lugares comunes sobre la lectura es que los libros son grandes amigos. Y hay autores como Montaigne, para quienes el detonante primordial para tomar la pluma fue mantener la conversación con su amigo del alma, Étienne de La Boétie, y así no sólo inventó un género sino que creó una de las obras, cargada de humor y conocimiento, más vivas de todos los tiempos. Leer es en muchos casos conversar con los mejores amigos.
La mezcla del viaje y la amistad es lo que me sucede cuando leo los libros de JM Servín (Ciudad de México, 1962), en donde descubro formas nuevas de ver el mundo junto al humor más negro, entrañable, que describe de manera certera nuestro presente.
En su más reciente entrega, Nada que perdonar, escribe: “A mediados de mayo de este año el Partido Verde Ecologista denunció al gremio del ambulantaje acusándolo de propiciar la proliferación de fauna nociva y basura. Para como están las cosas en este país, esta acusación podría revertírsele a este partido político”.
En este libro de crónicas, Servín se sumerge en el pasado y el presente de la Ciudad de México, escribe sobre Valentino, el asesino de curas de mediados del siglo XX; sobre el investigador Quintana, alter ego de uno de los detectives más importantes de la ficción policiaca mexicana, Filiberto García; a la vez que nos adentra en su autobiografía que cuenta mucho sobre la Ciudad de México. Aquí, vamos como con los autores mencionados arriba, descubriendo la ciudad. Pero no las partes maquilladas para el turismo, los sitios importantes para la historia del país; sino vagabundeamos por las preparatorias plagadas de abusos, por hospitales que no atienden sin cita; por la cultura del ponc en los años 80 y sin duda por las cantinas de la ciudad.
Es evidente que usualmente se maquilla el mundo para poder sobrevivirlo, para aceptarlo; pero con Servín, al leer estas crónicas, descubro que es mejor ver la realidad sin olvidar la agresividad, la arbitrariedad y los prejuicios. JM los evidencia, escribe en una de las crónicas autobiográficas, “me entrego a la desazón y al dolor de la misma manera en que me entrego al placer. Lo que queda, es lo que escribo”.
Así, mientras la ciudad se cae a pedazos por políticos corruptos y ciudadanos gandallas, disfrutamos de la realidad con humor negro y, claro, nos ahogamos en el caos del DF enfrascados en la lectura desde la comodidad del sillón con una ginebra con tónica en la mano.
(J.M. Servín, Nada que perdonar. Crónicas facinerosas, Random House, Ciudad de México, 2018. 250 páginas).