6 febrero,2023 5:31 am

Ante la violencia cultural, la educación

Jesús Mendoza Zaragoza

 

Johan Galtung, sociólogo noruego, uno de los fundadores y protagonistas contemporáneos del estudio y la investigación sobre la paz como un tema transversal en el horizonte de las ciencias sociales, quien ha intervenido y contribuido de manera sustancial en conflictos en muchos países, ha hecho aportes inmensos para la comprensión del conflicto y de la paz. En ese sentido ha mostrado que la violencia es una mala solución a los conflictos sociales que suelen tener raíces económicas, políticas y culturales. Galtung ha elaborado una comprensión de la violencia y una comprensión de la paz que mucho nos pueden ayudar en México. Si no tenemos una visión precisa de la violencia tampoco podemos tener la capacidad para afrontarla y para superarla. Eso es lo que nos ha pasado en México.

Una de sus conceptualizaciones clave para entender el fenómeno es lo que él ha llamado el “triángulo de la violencia”, que explica la dinámica que generan las violencias sociales en tres vertientes que la explican. Habla, en primer lugar, de la violencia directa, ya sea física o verbal, muy visible –es como la parte que se ve del iceberg– y se realiza contra personas, pueblos y naciones.

Otra vertiente es la violencia estructural, aquélla que niega la satisfacción de necesidades y oportunidades de vida a través de las estructuras y de las instituciones. Violencias como marginaciones, corrupción, exclusiones, discriminaciones, impunidad, etc. Esta violencia suele ser invisible y se puede reconocer mediante el análisis social.

Y la tercera vertiente es la violencia cultural, que incluye actitudes que legitiman las dos vertientes anteriores mediante prejuicios, fobias, ideas distorsionadas transmitidas en la familia, en la religión, en el arte, en la cultura y en el derecho. Esta es, también, una violencia invisible porque se ubica en la conciencia y en el tipo de relaciones.

Dice Galtung que se suele confundir los conflictos con las violencias, confusión que desarrolla más violencias. Los conflictos son naturales, son parte de la condición humana y del desarrollo de los pueblos. Los conflictos siempre están ahí, latentes o patentes. Los conflictos pueden ser tratados de dos formas: una, como oportunidades de transformación social y, otra, de manera violenta. Por lo mismo, el problema fundamental es atender el conflicto ya que la violencia viene a ser una manifestación de una mala solución al conflicto.

De esta manera, la atención justa a la situación tan violenta en el país tiene que ser orientada hacia la transformación de los conflictos como el camino hacia la paz. Y esto hay que hacerlo atendiendo al triángulo de la violencia: las violencias directas, las violencias estructurales y las violencias culturales. Las violencias que tenemos en el país, las nacionales, regionales y locales van a ser superadas cuando se transformen los conflictos que les dieron lugar. De otra manera, las condiciones que dieron lugar a estas violencias permanecerán para generar otras nuevas.

Atendiendo al esquema de Galtung, en México se están haciendo cosas buenas relacionadas con la violencia estructural, como es el caso de la lucha contra la corrupción, pero hay otras cosas como el tema de la impunidad, que sigue teniendo un gran rezago. Hay mucho que hacer en este sentido porque las estructuras siguen siendo generadoras de violencias, tanto las políticas como las económicas. Y en cuanto a la atención a las violencias directas, el discurso oficial se empeña en decir que les hace frente, pero las estrategias no han funcionado para reducirlas o prevenirlas. Sigue creciendo el número de víctimas de asesinatos, desapariciones, extorsiones y desplazamientos forzados.

Quiero poner ahora la atención en la violencia cultural, en la que se hacen algunas cosas que considero son aún mínimas, como las campañas contra el bullying en las escuelas, las acciones relacionadas con las violencias contra las mujeres y contra la diversidad sexual. Creo que en este campo hay un monumental déficit. Las violencias directas han dejado un país enfermo, con muchos miles de víctimas. Hay abundante dolor acumulado desde hace dos décadas, hay rabia, rencores y odios masivos. Hoy nos encontramos en una creciente polarización política y social que afecta las relaciones humanas y sociales y va dejando una estela de frustraciones. Hay que añadir la desconfianza hacia lo público, la desesperanza y la resignación masiva. Vamos, se ha ido instalando una subcultura que hace difícil la convivencia social.

Esto significa que es fundamental una intervención cultural para poner las condiciones subjetivas para la paz. La violencia cultural es uno de los obstáculos más importantes para mejorar las condiciones de vida de los mexicanos, ya que nos coloca como parte del problema y no como parte de la solución. Y la gran herramienta para los cambios culturales es la educación. Es cierto que a lo largo de la historia se ha hecho un uso ideológico y político de la educación con el fin de ocultar los conflictos y de justificar las situaciones de violencia y de injusticia. Y la educación en México ha sido utilizada para domesticar las conciencias y para evitar que las personas piensen por sí mismas. Hay que entender que la educación no es neutral ante la realidad: o la justifica o la transforma; o promueve la resignación o prepara para la transformación de todo lo que es inhumano.

Aún así, tenemos que apostar por la educación. Una educación que desarrolle, de manera integral, a las personas y a las comunidades, que despierte esperanzas y que abra caminos de empatía para mirar el dolor y genere solidaridad. Esa educación la necesitamos todos, en todas partes e incluye los ámbitos de la educación formal como las escuelas y las universidades y, también, los ámbitos informales, como la familia, la religión, la economía, la organización social, porque en todos los ámbitos se educa, ya para la solidaridad o para la indiferencia.

Todos tenemos que desaprender tantas cosas, como la apatía, el individualismo, el consumismo, la politiquería, y otras cosas más, al tiempo que tenemos que aprender otras diferentes, como la solidaridad, la inclusión, el servicio, la empatía y tantas cosas más que necesitamos para favorecer relaciones constructivas. La grave descomposición social que padecemos, sobre todo en las ciudades, sólo puede ser abatida mediante procesos educativos, para que desde la sociedad podamos ser protagonistas en la construcción de la paz. Hay que entender que la paz se alcanza mediante una alianza estratégica entre sociedad y gobiernos. Estos, por si solos, solo pueden ofrecer seguridad pública y social. Pero la paz es obra de todos.

Lo que sí es urgente es que haya políticas públicas que establezcan la educación como un factor fundamental para la construcción de la paz. Pero como una política de Estado y no solo de gobierno. Es más, el tema es tan trascendental que bien haría una ley específica que regulara este asunto, que facilite las cosas para que la educación formal en escuelas y universidades la desarrollen y para que haya procesos educativos en todos los ámbitos de la sociedad que ayuden a reconstruir las relaciones.

Hay que entender que se trata de una educación integral, que contemple a las personas en todas sus relaciones. Los modelos educativos que prevalecen aún son demasiado pragmatistas y no suelen tener este referente necesario, pues se orientan hacia la racionalidad del conocimiento de las ciencias y de las tecnologías, pero tienen vacíos importantes en la formación cultural, artística y humanista, que promueve dimensiones humanas básicas para las relaciones humanas y sociales.

Es necesario un modelo educativo que desarrolle capacidades, actitudes, hábitos y comportamientos que humanicen a las personas en su entorno. La cultura y el arte conducen hacia un mejor desarrollo integral de las personas y despejan un gran potencial para la convivencia social. Si a través de la educación pudiéramos promover la imaginación, la creatividad, la inteligencia emocional y espiritual y abrir el horizonte de la ética que fortalezca la capacidad de pensar, el sentido de autonomía y la libertad de pensamiento, estaríamos ante un gran potencial en el que el principal recurso para construir la paz seríamos los seres humanos.

Sencillamente, reconociendo nuestra realidad afectada por tantas violencias, seríamos tan creativos como para imaginar que “otro México es posible”; pero como tenemos cercenada la imaginación vivimos atorados por la dolorosa realidad y no tenemos la capacidad humana y espiritual para imaginarnos un México en paz que heredar a las siguientes generaciones. Para responder a la violencia cultural necesitamos una cultura de paz que se construye mediante la educación.