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Humberto Musacchio

Dilemas del poder y el movimiento

Hay signos ominosos en torno al movimiento de los profesores. La proximidad del 15 de septiembre anuncia una confrontación entre los que mantienen el plantón en el Zócalo y quienes pretenden liberar la Plaza de la Constitución para la ceremonia del Grito, pues en lugar de hacerlo en Dolores, como ocurre una vez cada sexenio, se empeñaron en efectuarlo aquí, a cualquier costo.
Hay en el gobierno corrientes que proponen la represión de los maestros, sin considerar que el movimiento ya se extendió a la mayoría de los estados y que lanzar a la fuerza pública contra los manifestantes, lejos de resolver el conflicto, acabará por incrementarlo y en un descuido incendiará al país. Por otra parte, el activismo magisterial, lejos de contar con apoyo en la ciudad de México, ha concitado la animadversión de los capitalinos, que ven severamente alteradas sus rutinas con las marchas, plantones y bloqueos.
La proximidad de las fiestas de independencia pone al gobierno en un predicamento: si no se realiza la ceremonia del Grito en el Zócalo dará una muestra de evidente debilidad; si obliga a los docentes a levantar el campamento tendrá que hacer uso de la violencia. En ambos casos las decisiones tienen costos que las autoridades no querrían pagar.
La contraparte seguramente está sopesando las opciones que tiene el gobierno y evalúa si las autoridades se atreverán a retirar las carpas. Para la CNTE existe por supuesto la posibilidad de la retirada táctica, pero ésa también tiene costos que ninguno de los líderes estará dispuesto a pagar.
En la decisión de los profesores tiene un gran peso el radicalismo alimentado durante años y especialmente en estos días, además de que en todo movimiento de masas –el de la CNTE lo es– confluyen las más diversas tendencias, intereses dispares, orientaciones contradictorias y personalidades que se disputan el mando.
Algunos izquierdistas arrepentidos aprovechan esas contradicciones para descalificar el movimiento y de paso a toda la izquierda, pues censuran la mediación que tan mal ha intentado el PRD y celebran que la CNTE se deslinde de Andrés Manuel López Obrador. Esos mismo críticos arremeten contra los “educadores que se resisten al cambio”, lo que, a la vez que pretende descalificar el movimiento magisterial, intenta santificar una reforma legislativa defectuosa, insuficiente y muy probablemente causante de males mayores.
Todo gran movimiento social –y el de los profesores lo es– tiene apariencias restauradoras y su defensa de derechos inevitablemente conlleva aristas indeseables. Pero esa es sólo la superficie del problema. En el fondo se gesta siempre el futuro, el cambio verdadero, que es muy distinto de las modificaciones cosméticas que pretenden atropellar derechos legítimamente adquiridos.
Oficialmente, el viejo régimen terminó en el año 2000. Los antiguos mecanismos de control dejaron de operar y la ideología “de la revolución mexicana” fue arrojada a la trastienda. Pero en la política hay muertos que todavía caminan, por la izquierda y por la derecha. Ver al país con nuevos ojos corresponde a quienes encabezan los grandes despliegues sociales, pero, ante todo, es deber de los que gobiernan quitarse las antiparras del pasado y olvidarse de toda pretensión restauradora. Hoy lo que corresponde es levantar un nuevo complejo de relaciones sociales, políticas y económicas. Pero eso requiere de grandes y muy bien elaborados consensos, no de acuerdos en lo oscurito entre el gobierno federal y los partidos “de oposición”.

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