Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Silvestre Pacheco León

¿Dónde quedó la bolita?

En solidaridad con los damnificados de las inundaciones del 15 de septiembre. No llueve más que antes, pero el agua que cae del cielo ahora viaja con mayor velocidad porque la vegetación que la detiene y ayuda a infiltrarla en el subsuelo se está acabando. Por eso las crecientes de los ríos son más desastrosas. La tragedia se produjo porque los asentamientos humanos han invadido zonas vulnerables, unas veces a pesar de las autoridades, otras porque ellas lo promueven y la mayoría de las veces porque lo permiten y lo toleran. Pero en los desastres naturales nuestra responsabilidad comienza en la falta de previsión y porque las autoridades que nos damos nunca están a la altura de su encomienda.
Abad es de las pocas personas abstemias que conozco. Aparte de que no toma, tampoco es de andar en las fiestas, y aunque ya es un adulto formado en el rudo trabajo de la albañilería tampoco es aficionado a los juegos de azar, más bien se interesa por prepararse y hacer mejor lo que sabe.
Abad se ha empeñado  en ser un aliado de la justicia, de manera que nunca le falta algo que hacer por los demás. Si lo ves en la calle en horas de trabajo es posible que ande realizando alguna gestión, ya para organizar a su gremio o para conseguir alguna mejora para sus vecinos: un lote para vivienda, la revisión de un medidor porque llegó caro el recibo de luz; el servicio médico para algún conocido que está enfermo, o ayudando en una mudanza.
Tiene ahora la idea de que puede ayudar a sus compañeros a enfrentar la falta de empleo estableciendo una fábrica de block donde muchos trabajen y se abatan costos produciendo más barato.
Bueno, el caso es que en esos trámites andaba Abad el medio día del jueves en el centro de Zihuatanejo cuando le llamó la atención un grupo de gente reunida en la banqueta de la avenida Benito Juárez, muy cerca del mercado por donde él debía caminar.
Cuando iba llegando cerca del grupo descubrió que se trataba del famoso juego  ¿”dónde quedó la bolita”?.
Abad que ya conoce la historia truculenta de ese juego que ha derivado en el dicho popular de que “las bolitas son para robar” dice que su pensamiento fue pasar de largo para hacer su mandado, pero que justo cuando llegó a la bolita, miró que una señora de edad avanzada tenía puesto el dedo en una de las tapas donde el tahúr esconde la bolita, al tiempo que pedía a la concurrencia que por favor le cambiaran un billete de a 500 pesos que sostenía en su mano levantada.
Sólo un muchacho entre la gente respondió a la señora que no podía cambiarle porque él traía nomás otro billete de la misma denominación y lo mostraba como prueba de su buena voluntad.
Dice que tenía en la mirada la expresión de urgencia por apostar, como si hubiera descubierto dónde quedó la bolita, confiada en la agudeza de su vista e ignorante de la habilidad del jugador.
Dice Abad que fue la seguridad y la determinación de la señora lo que le movió para ayudarla. Se acordó que traía en su cartera precisamente esa cantidad en billetes de a 100 pesos, de manera que solícito le gritó a la señora “Yo se lo cambio, Seño” extendiendo los billetes para que los tomara, sólo que fue más rápido el tahúr que la señora, arrebatándole  de la mano los cinco billetes de a cien pesos que Abad le extendía mientras la señora se escabullía entre la gente guardando su billete.
Cuando Abad superó su desconcierto de que había dado su dinero sin recibir el billete a cambio le demandó al tahúr la devolución de su dinero, pero fue en vano su exigencia porque antes de que pudiera acercarse al ladrón, dos hombres de la primera fila le cerraron el paso al tiempo que lo amenazaban para que se alejara de la bolita.
Nuestro amigo temiendo por su integridad física optó por alejarse hasta el camellón de la avenida desde donde no dejaba de gritar que los de la bolita eran ladrones.
Como la gente que pasaba por la calle comenzaba a poner interés en los gritos de Abad, de la bolita se desprendieron otros dos jóvenes dirigiéndose a él con el ánimo de callarlo. Uno de ellos llamaba por su celular pidiendo quien sabe a quien que mandara refuerzos para acallarlo, acusándolo de que se negaba a retirarse y de que estaba atrayendo la atención de la gente afectando el trabajo de la “bolita”.
Cuenta Abad que curiosamente en seguida de aquella llamada apareció una patrulla de la policía municipal que en ese momento él la consideró como su salvación para poder recuperar su dinero.
Se acercó a los agentes y denunció el robo de que había sido objeto, pero ahora fue la respuesta de los policías la que lo desconcertó.
–¡Ah, ese es un juego!
–Sí pues, pero yo no estaba jugando.
–Sí, pero eso es un juego. No está prohibido, insistieron.
–¡Lo que estoy denunciando es que me robaron mi dinero arrebatándomelo de la mano!
–Sí, pero eso es un juego. No podemos ayudarte mano, mejor anda vete.
Como la patrulla no hizo nada contra la “bolita” y se fue tan rápido como llegó, Abad también agarró su camino, pero ahora pensando en que los incautos que caen en el fraude del juego “dónde quedó la bolita” son víctimas que carecen de garantías por parte de las autoridades.
Ya rumbo a su trabajo Abad recordó la propaganda oficial que llama a los ciudadanos a tener el valor de denunciar y entonces tomó la decisión de llamar a la Academia de Policía Municipal para quejarse, pero en los tres intentos que hizo no consiguió que alguien respondiera, por eso acudió al 066 donde en seguida tomaron su llamada pero con la misma respuesta que le dieron los agentes municipales de la patrulla.
Abad tuvo que armarse de más paciencia para conseguir que le permitieran explicar que le robaron sin haber jugado, que fue un asalto descarado frente a la bolita que veía el juego, que el tahúr le arrebató su dinero y sus cómplices lo corrieron y amenazaron.
Con amabilidad dice nuestro amigo que la telefonista le respondió que su denuncia estaba clara pero que no podían hacer nada para ayudarlo porque la llamada la estaban atendiendo en Acapulco, que lo único que podían hacer era darle un número telefónico de Zihuatanejo donde tomarían su denuncia.
–Cuando menos con ella sí me desahogué –cuenta Abad.
–Le dije que así como hay inspectores que acosan a los comerciantes ambulantes que trabajan por su cuenta en las banquetas apenas para ganarse la vida, así deberían de vigilar a los de la “bolita” para evitar que roben a la gente, porque de nada vale que la ley prohíba los juegos de azar si no hay quien vigile –dice que le dijo.
Después de la llamada, cuando Abad se cercioró de que el número que le dieron para que lo atendieran era el mismo de la Academia de Policía en Zihuatanejo, casi se dio por vencido.
Al otro día nuestro amigo recordó que conocía algunos periodistas locales y se encaminó al periódico más cercano donde consiguió que le tomaran la denuncia de lo ocurrido previniendo a la gente en su declaración contra esos asaltantes que gozan de impunidad en las calles.
Cuenta que fue el mismo periodista quien lo indujo a que se presentara ante el Ministerio Público para denunciar lo ocurrido porque le dijo que eso es lo único que puede ayudar a combatir la impunidad con la que actúan los delincuentes, pues le comentó que muchas veces los propios jugadores defraudados se inculpan reconociendo su torpeza y ambición de ganar dinero con facilidad y por ello se creen sin derecho a denunciar.  Le dijo que conocía de un caso parecido en Acapulco donde un defraudado puso su denuncia ante el Ministerio Público, lo cual tuvo consecuencias porque el denunciante señaló al defraudador que luego fue detenido y actualmente purga una pena de dos años de cárcel.
Así, alentado por aquel periodista, Abad dispuso de otro día de su tiempo para presentarse ante la autoridad a denunciar lo ocurrido y desde entonces espera, con una copia de la denuncia bajo el brazo, que algún día no lejano se le haga justicia.

468 ad