Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Tomás Tenorio Galindo

OTRO PAÍS

*Dos años ya sin la Plaza Pública

*Como si hablara de Granados Chapa, el periodista francés Jean Daniel, fundador de Le Nouvel Observateur, dijo que el mayor peligro que acecha a los periodistas es la fascinación por el poder, por lo que deben impedir que esa fascinación se convierta en complacencia, indulgencia
o corrupción.

Cuando Miguel Angel Granados Chapa empezó a publicar la columna “Plaza Pública” en el diario Cine Mundial, el 13 de julio de 1977, el culto al Estado resplandecía en el firmamento del sistema político mexicano. No había espacio de la vida pública del país que escapara al control que desplegaba el gobierno, por las buenas o por las malas: la disidencia política y social era aplastada o contenida, y los medios estaban sometidos a los intereses del poder. El silenciamiento mediante la censura y la autocensura eran rutinas asumidas con resignada normalidad en la prensa del país, y en la mayoría de los casos con complacencia. Aún se percibían las ondas expansivas de las matanzas de estudiantes del 68 y del 71, y apenas un año antes se había producido el golpe del presidente Luis Echeverría contra Excélsior, donde trabajaba Granados Chapa.
A pesar de que la reforma política se abría paso después de que José López Portillo había sido elegido presidente sin tener ningún contrincante, como todas las dictaduras, el régimen del PRI ejercía un rígido control de la prensa, a la cabeza la televisión. No existía entonces algo identificable como “libertad de expresión”, no desde luego como es concebida y practicada en la actualidad, y estaba vigente todavía –vigente y vigoroso— el evangelio según el cual la crítica no podía tocar la inmaculada figura del presidente de la República.
En amplias zonas del país, particularmente en el estado de Guerrero, se desarrollaba con toda su furia la guerra sucia emprendida por el gobierno echeverrista contra los grupos guerrilleros y los movimientos sociales, que habría de arrojar un saldo de centenares de muertos y desaparecidos. Acababa de salir México de una crisis económica, y ya se encaminaba a la de 1982. En ese contexto nació la Plaza Pública, que llegó a su fin el 14 de octubre de 2011, dos días antes de la muerte de Granados Chapa.
Las cosas no eran radicalmente distintas en el México de octubre de 2008, cuando a través del Senado de la República el Estado entregó a Granados Chapa la medalla Belisario Domínguez de reconocimiento al valor civil. Bajo el segundo gobierno del PAN, por esas fechas el país se desangraba en una desconcertante guerra contra el narcotráfico, que empezaba a arrojar escalofriantes cifras de muertos hasta llegar a los cien mil al término del sexenio. Una parte considerable de esas estadísticas correspondía a inocentes abatidos en el fuego cruzado o directamente a manos de efectivos gubernamentales, soldados, marinos y policías federales, víctimas por las que la Plaza Pública alzó la voz. Al mismo tiempo, crecía en el país la cifra de ataques contra periodistas y contra medios de comunicación, hasta alcanzar la cifra de 82 colegas asesinados durante el gobierno de Felipe Calderón, el número más alto para cualquier sexenio. Todo eso, materia habitual de la Plaza Pública, fue motivo del discurso que Granados Chapa leyó en el Senado, en el que en presencia de Calderón, censuró la intolerancia del gobierno y su tendencia a criminalizar los movimientos sociales.
Como si hablara de Granados Chapa, el periodista francés Jean Daniel, fundador de la revista Le Nouvel Observateur, dijo hace cuatro años que el mayor peligro que acecha a los periodistas es la fascinación por el poder, por lo que deben impedir a toda costa que esa fascinación se convierta en complacencia, indulgencia o corrupción. (El País, 18 de enero de 2009).
El autor de Plaza Pública jamás cedió frente al poder y mantuvo a cualquier costo su libertad. Dada la naturaleza presidencialista del sistema político, con frecuencia enfilaba su columna hacia los actos y decisiones del presidente sin que el chirrido de una sola frase ofensiva rompiera nunca la profundidad de su crítica.
Fue tal su determinación, que al atardecer del domingo 16 de octubre de 2011 ofreció una formidable lección de integridad al morir en la privacidad familiar, en la más absoluta discreción, sin permitir que los poderes a los cuales criticó durante 34 años suavizaran, con su sola presencia en las exequias, la independencia de su legado. No hubo funerales. Como se recordará, sólo se despidió de sus lectores, sin melodrama alguno y con la certidumbre del deber cumplido.
Es difícil encontrar columnas en las que Granados Chapa hable de sí mismo, y en las pocas ocasiones en que lo hizo pidió ser disculpado por el lector. Una de esas ocasiones fue el 13 de julio de 2007, cuando la Plaza Pública cumplió 30 años. A pesar de que había hecho lo mismo en los 20 años, en el 2007 Granados Chapa abrió su alma a los lectores. En un escape al que no pudo resistirse, porque dijo que su intención era describir las transformaciones experimentadas en el mundo de la política, ofrece en ese texto un inusitado y conmovedor recuerdo de su origen y de su madre, el modelo de honradez y trabajo del que extrajo la norma que aplicó en su vida. “Fui formado en una familia donde imperaban la laboriosidad y el respeto a los compromisos: ‘hay que dar cumplimiento’, predicaba mi madre ante los deberes que la vida iba imponiendo”, escribió. Y recuerda los angustiantes apuros económicos que enfrentaba su familia en la Pachuca de mediados del siglo pasado, a los que hacían frente su madre y su hermano mayor Horacio.
A dos años de la muerte de Granados Chapa, todavía se resiente el hueco que la ausencia de la Plaza Pública dejó en los diarios en los que se publicaba, entre ellos El Sur. Se extraña la solidez de su análisis, el ejemplar manejo del lenguaje y, sobre todo, la enorme autoridad moral y ética que se hallaba detrás de cada columna. Dos años ya.

Respuesta a Ríos Piter

En la carta del senador Armando Ríos Piter, publicada ayer aquí en respuesta a las notas que publiqué el lunes pasado, se queja de mi “obsesión” en su “contra” y de mi “afán” por “desacreditarlo”. No hay tal cosa, él solito se desacredita sin ningún tipo de ayuda. Y por otra parte, no soy agente del ministerio público para “presentar” pruebas de mis dichos. En ese caso en particular, y en el ejercicio de mi soberana libertad de expresión, cuantas veces sea preciso aludiré a los acontecimientos en los que un adversario político de Ríos Piter, Armando Chavarría, fue privado de la vida en el 2009 para eliminarlo de la puja por la candidatura del PRD a  gobernador y despejarle el camino al precandidato del entonces gobernador Zeferino Torreblanca, de nombre Armando Ríos Piter. Hechos públicos que fueron sometidos a una gigantesca manipulación por parte del gobierno bajo el control del grupo político al que pertenece Ríos Piter, para mantener el crimen en la impunidad, como sigue a la fecha. Si hubiera una sola mentira en mi columna, nada le impide al señor Ríos Piter señalarla y obtener la satisfacción de avergonzarme ante los lectores. Pero en su carta elude toda referencia a la esencia de mi artículo. Asimismo, es por completo censurable que se escude en otras personas, quizás empleados suyos, para insultarme vía correo electrónico con mensajes insidiosos, como el que ayer envió a esta columna alguien de nombre “Rair Martínez”.

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