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Federico Vite

Caminar hacia la rockola con un libro en la cabeza

Como una muestra de que la literatura y la música son vasos comunicantes o líneas que se tocan en un vértice, algunos compositores han rendido tributo a obras, que por la intensidad de la prosa, derivaron en resonancias melodiosas.
Pensaba en la poderosa reinterpretación de El extranjero (1942) que hizo The Cure con la canción Killing an arab. La letra de esta rola nace, de acuerdo con las palabras de Sir?Robert Smith,?justamente durante la lectura de la novela más famosa de Albert Camus. “Fue creciendo como un intento poético para condensar los momentos clave de esa novela”, explica Smith. Basta escuchar ese single para entender que sí, hay una impronta del escritor francés ahí.
Un caso cercano a la geografía nacional es el de Café Tacuba, obviamente me refiero a la Las batallas, inspirada por el pulso creativo del ya finado José Emilio Pacheco, autor de Las batallas del desierto (1981).
En los binomios anteriores, no me parece que las canciones deriven nada más para concretar un impulso intertextual, sino que nacen de una valía estética, transforman esa emoción en un canto que, de la misma manera que las novelas referidas, se contagia y conmueve.
Otro ejemplo, quizá el más explícito, es el de Soda Stéreo, grupo que hace una caravana a Edgar Allan Poe con Corazón delator, canción homónima de un cuento poderoso, publicado por primera vez en 1843. El creador de El cuervo narra la historia de un hombre obsesionado con el ojo enfermo de un anciano. Decide asesinarlo, despedaza y esconde el cadáver bajo la duela de la casa. El asesino termina por confesar el crimen, pues cree que el corazón del viejo late bajo las tarimas.
Por supuesto que no hablo de influencias, sino de vasos comunicantes notorios, porque de lo contrario entraría en barbaridades como las del doctor Pitbull, no porque esté en desacuerdo con su ritmo, sino con la banalidad de citar la obra de autores que evidentemente no entran en el proceso creativo de este caballerito fino y educado.
Sin duda alguna, el clásico de Óscar Chávez, Macondo, es una ilustración musical de la novela más conocida de Gabriel García Márquez: Cien años de soledad. Definitivamente encuentro algunas paráfrasis musicales poco afortunadas, como Rosario Tijeras, de Juanes, melodía basada en la novela, del mismo nombre, de Jorge Franco; Los renglones torcidos de Dios, de Mago de Oz, canción que no le hace nada bien al libro homónimo de Torcuato Luna de Tena o El fantasma de la ópera, un verdadero canon de la mala lectura, en voz del gran Camilo Sesto. ?También hay libros que nacieron de la música. La novela La importancia de llamarse Daniel Santos, de Luis Rafael Sánchez (1988), es un ?homenaje a ese hombre que sintonizó los sentimientos marginales en gran parte de Latinoamérica. Rafael Sánchez exalta la figura del bolerista y hace un recuento de sus logros y equivocaciones, logra imbuir la novela de esa importantísima esencia musical que nació de Daniel Santos: el desasosiego, producto del amor astillado.
El tijuanense Luis Humberto Crosthwaite saca la cara por el norte del país con Idos de la mente. La increíble y (a veces) triste historia de Ramón y Cornelio (2001) en la que dos tótems de la música nacional muestran la universalidad del culto y delirante sentimiento cantinero.
En Guerrero, tenemos el libro Deudas de fuego (Instituto Tamaulipeco para la Cultura y las Artes, 2013), de Paul Medrano, novela que nace del corrido Pedro El Chicharrón, de Los Donnys.
Por supuesto que hay algunos tributos literarios a emblemáticas figuras del canto, como la antología Rigo es amor (Tusquets, 2013) y se cuenta que empiezan por ahí a darle forma a un libro similar en honor al poeta de América, Marco Antonio Solís, El Buki.
No sobrará decir que yo tengo una deuda con La Luz Roja de San Marcos, así que desde ahora voy preparando la versión libérrima, en honor a estos músicos que han marcado latitudes lejanas y la geografía de mi corazón con una joya que comienza así: “Si de veras me quieres, debes tenerme fe”. Que tengan un gran martes.

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