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Juan Angulo Osorio

El jogo bonito debe regresar

La humillante derrota 1-7 de Brasil ante Alemania es la culminación de un largo proceso de desmantelamiento del jogo bonito que caracterizó a los equipos nacionales del país sudamericano, y que lo llevó a conquistar los campeonatos mundiales de 1958 en Suecia, de 1962 en Chile y de 1970 en México, y la admiración mundial.
El proceso comenzó tras los consecutivos fracasos en los mundiales de 1982 en España, y de 1986 en México, torneos a los que Brasil llegó con una pléyade de estrellas que hacía recordar a las que ganaron la tercera copa en 1970.
La conclusión a la que llegaron los directivos y los clubes brasileños es que lo que importaba no era jugar bien, sino ganar. Que el futbol ya no era solamente un juego, sino un deporte de alto rendimiento que requería de atletas fuertes capaces de correr los 90 minutos de cada partido y más, y que esta condición debía prevalecer sobre las capacidades técnicas y la inventiva del jugador.
Las conquistas de los campeonatos de 1994 en Estados Unidos –en la tanda de penalties tras 120 minutos de un 0-0 ante Italia; y de 2002 de Corea-Japón ante una Alemania sin su estrella Ballack y un errático líder Oliver Kant en la portería, ocultaron la crisis del futbol brasileño post jogo bonito.
Pero se trataba de un proceso irreversible que llevó, con el paso de los años, a la dramática situación actual en que las estrellas del futbol brasileño que son titulares indiscutibles en los equipos de élite de Europa juegan en la defensa. Ya no más jugadores como Pelé, Garrincha, Tostao, Gerson, Rivelino o Jairzinho de los 70. Ya no más los Falcao, Zico, Sócrates de los 80. Ya no más los Romario, Bebeto, Ronaldo, Rivaldo de los 90. Ahora las estrellas que brillan en el Bacelona, el Real Madrid, el Chelsea, el Paris Saint Germain o el Bayern Munich no es ningún delantero, sino los defensas Dani Alves, Marcelo, David Luiz y Thiago Silva.
Adicionalmente, el futbol que se juega en los clubes brasileños es uno de fuerza pura, con una gran rudeza y con jugadores o muy jóvenes o muy viejos. El ineficaz delantero Fred –que deambuló en el ataque brasileño en este Mundial– es una clara muestra del futbol que se juega en su país. Es fuerte y torpe, como fuerte y torpe es su sustituto Jo. Ajenos a cualquier floritura y a la creatividad e inventiva –y capacidad de improvisación– de sus brillantes antecesores en el puesto de centro delantero.
Luis Felipe Scolari solamente le puso el último clavo al ataúd del jogo bonito. El espejismo que significó la conquista de la Copa Confederaciones hace un año lo llevó a la soberbia de no convocar a Kaká y lo hizo que se casara con un sistema donde lo que prevalecía era la fuerza. Así como cocieron a patadas a Iniesta en el engañoso 3-0 a España preparó a su equipo Scolari para el Mundial. Con el plan de que su euqipo cometiera hasta 20 faltas por partido con la esperanza fundada de que los árbitros solamente les marcaran 10.
Así lo hicieron con la selección chilena de Alexis Sánchez, a la que solamente la selección de Scolari pudo vencer en penales; y así lo hicieron con la Colombia de James Rodríguez.
Pero los alemanes –que jugaron al ras del suelo, como si fueran sudamericanos– ni siquiera dieron lugar a la rudeza de los brasileños, cuyo equipo llegó al partido de ayer como el que más foules había cometido en la competencia.
El jogo bonito debe regresar.

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