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Vendedores informales en las playas ofrecen más variedad de productos que los establecidos

Karla Galarce Sosa

La señora Isabel González de Jesús gana hasta 300 pesos diarios vendiendo pulpas de tamarindo que elabora en su casa del poblado de Tres Palos, en la zona rural de Acapulco, pero una buena parte de ellos va a dar a los manos de los líderes del ambulantaje.
Ella gasta todos los días 100 pesos en pasajes para poder llegar a las playas del Morro o Tamarindos, y ofrecer –recorriendo más de un kilómetro de playa– sus productos porque si no lo hace todos los días, estos líderes le impiden continuar con esta actividad que le permite mantener a sus cuatro hijos.
Isabel está inscrita en el programa federal Oportunidades, que entrega dinero por número de hijos a las mujeres más pobres del país.
“Ándale amiga no he vendido nada”, expresa a la primera mesa de clientes sentados en playa Papagayo, donde comenta que vende más que en cualquier otra.
Manuel es otro vendedor ambulante. Él ofrece velas aromáticas a los turistas y las vende a 10 pesos cada una junto con caballitos tequileros o caracoles importados a manera de base.
Manuel llegó a Acapulco hace cuatro años y se internó en un albergue para personas con adicciones, se recuperó y ahora está casado y tiene un niño de cuatro años; él es uno de los cuatro jóvenes que ofrecen ese tipo de productos a los turistas. Es desconfiado a quien le ofrece asiento o comida sin comprarle nada.
Pero Matías es un artesano nahua que vive en Acapulco desde hace seis años. Ofrece máscaras de jaguar esculpidas en madera. Los productos de Matías y los barcos de madera (cuyo precio es de 500 a mil 600 pesos cada uno), son piezas que desde lejos llaman la atención de los bañistas aunque su precio no está al alcance de cualquier bolsillo en playa Papagayo.
Los visitantes no terminan de decir “no” a un vendedor cuando otro llega. Algunos insisten y se quedan parados junto al visitante para obligarlos a que vuelvan la mirada, pero quienes se dan cuenta de que son ignorados o los despiden con el “no gracias”, siguen su camino a la mesa o sombrilla siguiente, para continuar así por toda la franja de arena.
En esa playa sólo los restaurantes establecidos ofrecen el servicio “gratuito” de sanitarios con el consumo de algún producto, sin embargo los visitantes adquieren una infinidad de productos alimenticios, golosinas o ropa, por lo que cualquier otro servicio de restaurante u hotel queda rebasado por la amplia gama de productos que se ofrecen de manera informal en la playa.

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