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Federico Vite

Un polaco, dos novelas

(Primera de dos partes)

Hay pocos textos en los que la enfermedad y el mal, vistos como una extensión de la vida, son glorificados; por ejemplo, El bosque de los abedules, de Jaroslaw Iwaszkiewicz, excéntrico escritor polaco.
Fue poeta, novelista, dramaturgo, cuentista, así como crítico literario y musical que publicó en 1933 este libro, por primera vez.
La novela muestra con elegancia el proceso de aniquilación de Stanislaw. Este hombre tiene el anhelo de morir en el bosque de abedules, justo donde su hermano posee una casa. Viaja desde París hasta las nocturnidades de un sitio siniestro, pero vital. Llega enfermo y débil a la nueva residencia mientras el vigoroso y pesimista Boleslaw padece la muerte de su esposa, y la hija, Ola, se vuelve testigo de una batalla familiar extraña y delirante. Esa confrontación entre hermanos, afilada por el pesimismo que cada uno de ellos ejercita, dota de singularidad a la obra de Iwaszkiewicz, quien fuera un afamado poeta en la primera mitad del siglo pasado.
La casa en el bosque resulta muy silenciosa para Stanislaw, acostumbrado a las fiestas en los grandes salones de la aristocracia francesa. Así que decide conseguir un piano para aligerar el tiempo y agrandar su pasión por la fiesta. Compra el instrumento a una pareja de ancianos que no verán llegar el invierno.
Con los conciertos de Stas, Boleslaw se vuelve aún más huraño. Se inventa una rutina para escapar de los valses y polkas de su hermano. Afianza su melancolía y solitario, vaga por el bosque; finaliza sus paseos a la orilla de la tumba de su esposa. Iwaszkiewicz logra hacer del paisaje un catalizador de las emociones de los personajes.
En 2010, la editorial de la Universidad Veracruzana publica El bosque de los abedules, traducción a cargo de Mario Muñoz y Bárbara Stawicka. En este documento, Muñoz explica que gran parte de la valía del autor fue la ruptura con los cánones literarios de su tiempo. “A diferencia de las evidentes asociaciones que hacía el romanticismo decimonónico entre el ambiente y los sentimientos, en El bosque de abedules la naturaleza alcanza dimensiones cósmicas por ser el ámbito donde la vida y la muerte constituyen una síntesis en continuo movimiento”, explica y agrega que esa fue la mayor labor de la traducción, dotar de esa frescura a la novela en la versión al castellano.
Pienso en Boleslaw, un intransigente vital. Ola no comprende lo que ocurre en su casa, entre su padre y su tío. La música de Stanislaw no la deja dormir y se acerca a que éste le cuente una historia; él le habla suavemente de los eclipses, de las estrellas, de los valles y los arroyos; de pronto, se pregunta: “Frente al gran juego de los elementos, ¿qué significa la vida?”. Ella lo ve, un tanto asustada; él se alista para el fin. La muerte de Stanislaw ocurre un día soleado, ideal para salir de paseo.
Casi al final del libro, Iwaszkiewicz va cerrando los hilos de la novela y con una frase nos revela cómo volverá el antagonista de El bosque de los abedules a su cotidianidad, sin la música, con el silencio y los días en penumbra: “Boleslaw advirtió que la muerte de Stas le había resuelto la vida”. Es decir, tenía todo el tiempo para gozar de su daño, su desesperanza y pesimismo.

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