Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Fernando Lasso Echeverría

Petróleos Multinacionales, SA (antes Pemex)

Hasta 1938, el petróleo que se extraía de nuestro subsuelo pertenecía a compañías extranjeras, específicamente norteamericanas (Standard Oil) e inglesas (Royal Dutch Shell), que desde las concesiones dadas por el porfiriato se caracterizaban por ser empresas soberbias, abusivas y prepotentes con nuestro gobierno y la población, por el respaldo armado que le daban los gobiernos de sus países; de hecho, menospreciaban a nuestro país y a todo lo que México significaba como nación; pagaban al gobierno mexicano una verdadera limosna de sus ganancias como impuesto; tomaban –con la complicidad de las autoridades– las tierras que codiciaban sin importar los medios, llegando al asesinato de los dueños que se negaban a vender, apoyándose en si-carios protegidos por las policías locales y jefes de zona militar que trabajaban encubiertamente para las compañías. Por otro lado, a las empresas petroleras no les importaba la contaminación del medio ambiente local, pues evitarla o disminuirla implicaba reducir ganancias; asimismo, el obrero petrolero mexicano estaba muy mal pagado en comparación con lo que ganaba este tipo de trabajadores en Estados Unidos y otros países petroleros, y por supuesto con lo que percibían los empleados extranjeros de cualquier nivel que se desempeñaban en las compañías.
No obstante lo anterior, en el Plan Sexenal de Gobierno de don Lázaro Cárdenas no aparece la expropiación petrolera como uno de los proyectos políticos a cumplir; ella se fue gestando a través del sexenio cardenista, obligada por los abusos y las injusticias de toda índole cometidas por las codiciosas y mezquinas empresas petroleras que, además negaban a los obreros un contrato colectivo, mejores condiciones de vida y un aumento de salario, peticiones reiteradas desde la época porfirista; por otro lado, hubo un importante factor que facilitó la expropiación petrolera: la inminente Segunda Guerra Mundial que se vislumbraba tras lomita, hecho que hacía imposible una intervención armada en México por parte de cualquiera de los países involucrados con la compañías petroleras, situación que cuando se dio la expropiación provocó que éstas se vieran solas en su lucha contra el embargo petrolero. Su exigencia de que las fuerzas armadas de sus países invadieran México no tuvo eco. Era obvio, pues Estados Unidos e Inglaterra no se expondrían a que un México ya germanófilo, en su mayoría, le diera facilidades a Alemania, para una probable invasión a Norteamérica.

Obstáculos de todo tipo tras la expropiación

El proceso de expropiación fue largo y lleno de obstáculos legales y legaloides que interpusieron las compañías petroleras, secundadas por un tsunami de calumnias contra el gobierno mexicano, publicadas en la prensa extranjera y apoyadas asimismo con graves medidas económicas contra México y su nueva empresa, Petróleos Mexicanos (Pemex): bloqueos de ventas de petróleo a otros países; suspensión de la venta a Pemex de maquinaria, equipo y refacciones; retiro de sus técnicos petroleros; embargos de crudo que había sido enviado a países europeos; salida de grandes capitales al extranjero, hecho que provocó una devaluación del peso frente al dólar; boicot turístico orquestado en todo el mundo; financiamiento de un levantamiento ar-mado encabezado por el general Cedillo en el norte del país contra el gobierno mexicano; y como una protesta local de las clases pudientes minoritarias la formación de un nuevo partido político conservador, clerical y de extrema derecha, el PAN, fundado por Manuel Gómez Morín en 1939. En la situación descrita, Pemex, con el apoyo de sus trabajadores se esforzaba en la organización de su nueva empresa petrolera, y se ayudaba y auxiliaba al país efectuando trueques, exportaciones petroleras que le eran pagadas con otros productos comerciales. Su primer director fue el ingeniero Vicente Cortés Herrera.
Sin embargo y pese a todo lo descrito, el régimen del presidente Cárdenas soportó las presiones externas y se mantuvo firme en su gran decisión de reconquistar nuestros recursos petroleros con el apoyo popular de todo el país. La nación, como una sola persona se incorporó entusiasta y decidida a respaldar solidariamente la medida tomada por su gobierno. La nacionalización de nuestro petróleo constituía una base formidable para acelerar el proceso de desarrollo económico de México y daba voz internacional al país para tratar con las potencias mundiales, aún cuando la dependencia de Estados Unidos no fuera rota o anulada. El gobierno mexicano terminó firmando con las compañías expropiadas un acuerdo para pagar en efectivo y durante 10 años el adeudo con ellas, capital que surgió de las utilidades de la producción petrolera y sus derivados. Desde los años 1950, Pemex fue convirtiéndose paulatinamente en la principal industria del Estado; su crecimiento fue lento pero persistente.
A partir de esas fechas, nuestro petróleo ha sido una riqueza codiciada permanentemente por las depredadoras potencias ex-tranjeras, y al parecer nos habíamos salvado porque, en primer lugar los gobiernos mexicanos estaban encabezados por gobernantes nacionalistas, impuestos por su antecesor –no por poderes extranjeros como sucede ahora–, que mantenían hasta donde po-dían su distancia de los gobiernos estadunidenses; en segundo lu-gar, estos gobiernos no conocían a ciencia cierta –o habían ocultado hábilmente– el verdadero volumen de sus reservas petroleras; y en tercer lugar, la Guerra Fría que enfrentó durante tantos años a Estados Unidos con la Unión Soviética, y obligaba a los gobiernos norteamericanos a obrar diplomáticamente con sus aliados.
Es importante mencionar también que con el sistema económico llamado desarrollo estabilizador, establecido por Ruiz Cortines y continuado por López Mateos y Díaz Ordaz, basado en la austeridad presupuestal, la sensatez en el gasto público y un control férreo de los salarios y de la inflación, el país mantenía crecimientos anuales del PIB superiores a 5 por ciento, con Pemex aportando del 40 al 50 por ciento del presupuesto gubernamental; estos gobiernos nunca desatendieron al campo, y México producía lo que su población requería para comer a pesar de que el sistema dio mayor importancia al desarrollo industrial, tratando de sustituir las importaciones, aunque siempre frenado por nuestros vecinos porque no querían otro Japón a su lado. Esto se reflejaba en una deuda externa mínima que nunca superó los 5 mil millones de dólares, y el país vivió durante muchos años en una situación de paz social y un estado de desarrollo económico envidiados en toda Latinoamérica.
Pero luego llegó a la presidencia Luis Echeverría, un individuo megalomaniaco y desquiciado que, según dijo su antecesor, “no lo conocía, y por eso lo puse”, que quiso hacer en cinco años lo que no se había hecho en 50, y para ello elevó el gasto público en forma irrefrenable e imprudente, consumiendo los recursos que las arcas del gobierno no tenían, aumentando la deuda externa del país a 26 mil millones de pesos, con tasas de interés desmedidas; multiplicando el déficit fiscal y el de la balanza de pagos; generando una espiral inflacionaria que aumentó los precios 22 por ciento anualmente; y provocando la devaluación del peso ante el dólar en más del 50 por ciento (26 pesos por dólar), cuando nuestro peso, había sido una moneda estable que disfrutó de la confianza internacional durante 30 años. No omito comentar que durante ese sexenio Pemex duplicó su producción petrolera, hecho que obviamente contribuyó (con sus exportaciones) a que el país no acabara de hundirse.
Después llegó al poder José López Portillo, un hombre que parecía –además de inteligente y carismático– sensible y capaz de resolver los graves problemas económicos dejados por su antecesor, y que en su toma de posesión pidió humildemente comprensión y paciencia al pueblo, para enderezar el barco; la población lo acogió con confianza, y todo iba bien hasta que en su tercer año se confirmaron grandes yacimientos petroleros en el país, hecho que volcó a la agiotista banca internacional –manejada por las grandes potencias mundiales– a ofrecer al gobierno mexicano el dinero que quisiera con la producción petrolera como aval… y así nos fue.
Don Pepe se engolosinó y cayó en la trampa tendida por las potencias, comprometiendo gravemente al país; con dinero prestado por la oportunista banca mundial (sin límites de crédito y con ¡tasas de interés fluctuante!), el presidente reforma su prudente Plan Nacional de Desarrollo original e instala otro totalmente temerario e irreflexivo que provoca que el gasto publico “se fuera a los cielos” y lleva a la quiebra absoluta las finanzas del país, pues la deuda externa ascendía cuando finalizó el sexenio a 83 mil millones de dólares, totalmente impagables bajo las condiciones aceptadas por nuestras autoridades. A partir de esta época, nuestra economía se petrolizó, sin embargo no había producción petrolera que alcanzara para pagar la deuda. Esa fue la trampa de Estados Unidos, quitarnos nuestro petróleo a cuenta de los intereses de la deuda.

Presidentes norteamericanos nacidos en México

A don Pepe lo sucede en el poder presidencial de México Miguel de la Madrid, “el primer miembro de la generación de norteamericanos nacidos en México”, según dijo acertadamente don Horacio Flores de la Peña; este gris y anodino mandatario fue uno de aquellos ilustres funcionarios que han adquirido sus rumbosas maestrías y doctorados en distinguidas universidades del primer mundo, en donde han recibido una formación académica que les ha hecho perder su nacionalismo y la visión real de su país. Don Miguel puso a México en un estado de austeridad absoluta, hecho que tenía como objetivo fundamental, el pago de la deuda externa a toda costa, aun del bienestar de sus gobernados, pues el precio del petróleo continuaba muy bajo –porque era controlado en el exterior– e implantó un deslizamiento permanente de la moneda que provocó una inflación galopante que llegó a tres dígitos, lo que aunado a un firme control de salarios afectó terriblemente a los obreros; en este pavoroso sexenio –de crecimiento económico nulo– la población de clase media sufrió el crack de la Bolsa, engrosando notablemente el número de familias pobres. El dólar costaba 925 pesos y la deuda externa llegó a 102 mil millones.
Finalmente, llega a la Presi-dencia de la República –mediante un inolvidable fraude electoral- Carlos Salinas de Gortari, otro estadunidense nacido en México; quizá el más importante de ellos porque sigue hasta la fecha moviendo los hilos de la política económica del país, a favor de intereses económicos externos. Don Carlos continuó las políticas financieras de su antecesor, pero corregidas y aumentadas. Instaló el Tratado de Libre Comercio propuesto por Bush, que a 20 años no ha revertido (ni lo hará nunca) la pobreza de la mayoría de la población como lo aseguraba don Carlos, y aunque siguió adelgazando al Estado con francas privatizaciones como la de Telmex, la Banca, la minería y múltiples empresas paraestatales de importancia estratégica, nunca se atrevió a hacerlo abiertamente con Pemex; sin embargo, él y sus sucesores –a quienes ya no menciono por falta de espacio– se encargaron antipatrióticamente de debilitar en forma paulatina a esta empresa mexicana para finalmente privatizarla con toda franqueza en la actual administración, como parte de un gran proyecto geoestratégico de Estados Unidos y sus asociados para apoderarse de nuestro petróleo sin necesidad de intervenciones armadas, como lo han hecho en los países árabes.
Este proceso se inició en el gobierno de Salinas fraccionando a Pemex en cuatro subsidiarias que desarticularon la producción y causaron un aumento abusivo en el número de plazas de confianza; luego, fueron descapitalizando a la empresa, dejaron de invertir en campos estratégicos para su desarrollo y le quitaron todo el dinero que ingresaba por exportaciones, situación que tiene el propósito de hacer ver a Pemex –la más rentable de México– como una empresa fracasada y poco redituable; abandonaron en forma criminal la industria de la petroquímica, a pesar de que existen complejos petroquímicos útiles (Tula, Camargo, Escolín, Cosoleacaque e Independencia), con cientos de trabajadores inactivos pero cobrando nóminas millonarias; desde hace 30 años dejaron de levantar refinerías en forma inexplicable, situación que obliga al gobierno mexicano a importar gasolinas de Estados Unidos en volúmenes que fueron creciendo año con año; abandonaron la investigación científica, así como el desarrollo de tecnología propia en el Instituto Mexicano del Petróleo; se ha propiciado el despido o jubilación anticipada de cientos de técnicos experimentados de la empresa, de los que muchos han emigrado al extranjero para trabajar en petroleras interesadas en sus servicios; de la flota de 20 buques (siete propios y 13 rentados), 12 están fuera de servicio; de las pipas para el transporte (mil 371 propias y 2 mil 639 rentadas), más de la mitad tiene 10 años y más de uso, hecho que las convierte en verdaderas carcachas, con un funcionamiento caro, deficiente y peligroso; los oleoductos y poliductos tienen cerca de 30 años instalados, y un 40 por ciento están saturados con múltiples fugas y tomas clandestinas; se reformó la Ley General de Deuda Pública para que los directivos de Pemex contraten directamente deuda (sin aprobación del Congreso) para la construcción de obra y contrato de servicios que favorecieron el tráfico de influencia entre los íntimos del presidente en turno (remember los Sahagún y Oceanografía). Aún así, Pemex es la más importante empresa productiva de México que ocupa –a nivel internacional- el segundo lugar en utilidades antes de pagar impuestos; el octavo lugar mundial como productor de crudo que aporta el 40% del presupuesto necesario para que México funcione, y es por eso precisamente que se privatiza, por ser rentable; es por eso que vuelven las codiciosas empresas petroleras a posesionarse de Pemex, maniobra facilitada por un gobierno sin nacionalismo con una reforma energética que parece haber sido hecha y firmada por legisladores norteamericanos.
Nadie puede negar que Petróleos Mexicanos –a pesar del saqueo y la mala administración de la cual ha sido víctima por décadas de parte de nuestras autoridades– le ha servido al país para mantenerse a flote. Es de cuestionarse en dónde estaríamos de no contar con esta redituable industria que ha funcionado durante años en forma invaluable como salvavidas, a pesar de la pésima administración, la corrupción y la sobreexplotación.

* Presidente de Guerrero Cultural Siglo XXI.

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