Tomás Tenorio Galindo
Amarga Navidad… para el PRI
Lo que ha hundido al Partido Revolucionario Institucional ahí donde ha perdido el poder, es su increíble incapacidad para ver lo obvio. Generalmente, lo obvio es la negativa calificación de la sociedad a los gobiernos surgidos del PRI y la avidez del electorado por un cambio en el ejercicio gubernamental. Es por eso que el PRI ha dejado ir una vez tras otra las oportunidades que se le han presentado para renovarse y cambiar. Porque no ve lo obvio. En Guerrero le ocurre lo mismo. En las elecciones de 1999, la sociedad le hizo una advertencia al PRI. Que se repitió en las de 2002. Pero el PRI no entendió los mensajes y gobernó como lo había hecho siempre: como si fuera dueño del poder y haciendo uso de los recursos con una ofensiva discrecionalidad. Aún sabiendo que iba en caída libre, no contuvo la célebre frivolidad de su gobernador, ni frenó los apetitos de las camarillas que merodean el presupuesto estatal. No hay sorpresa alguna en los datos, porque el PRI ha construido ladrillo a ladrillo la derrota que le espera el 6 de febrero. Más aún: en la dirigencia priísta nacional empieza a aceptarse ya como inevitable esa derrota. Y es que es imposible eludir a la realidad. Las encuestas realizadas en el estado en los últimos meses, absolutamente todas –y aquí incluimos las tres más recientes mandadas a hacer por el propio PRI– establecen una clara ventaja de Zeferino Torreblanca sobre Héctor Astudillo.
Y es demasiado tarde para que el PRI pueda recuperarse. Expertos encuestólogos vaticinan que el triunfo de la coalición encabezada por el PRD se dará por un margen que puede ir de cinco a diez puntos porcentuales, dependiendo del comportamiento final que adopte en las urnas un segmento siempre volátil del electorado.
La solidez de los vaticinios de las encuestas está respaldado además por la
evolución claramente favorable al PRD en las elecciones recientes, evolución que en las locales de 2002 le permitió rebasar en número de votos al PRI. Pero también están sustentados en otros factores, como en la evaluación que en esta coyuntura se hace del actual gobierno. Esta evaluación, negativa, es congruente con el resto de los elementos en juego. En resumidas cuentas, el actual gobierno hizo descender el apoyo social al PRI.
Las encuestas documentan por otra parte un fenómeno que concilia igualmente todos los demás datos: la esperanza de un cambio. Este sentimiento estatal es el que el electorado ha estado manifestando desde por lo menos 1999, y que el PRI no quiso ver o entender. En el PRD y su candidato está depositada hoy esa esperanza de cambio.Con mes y medio de campaña todavía por delante, es realmente imposible que el PRI pueda modificar las tendencias. Lo que no hizo en años –por ejemplo un buen gobierno– no lo hará en 45 días. Si ni la movilización del aparato del gobierno logró mover los resultados de las encuestas, menos lo hará una estrategia emplazada en la desesperación y la guerra sucia –ya podría el PRI ir pidiendo a sus consultores la devolución de su dinero. A veces lo obvio es lo más difícil de ver, si juzgamos por la experiencia priísta. El PRI no pudo advertir que su existencia como brazo político del gobierno no iba a ser eterna. Ni siquiera por los sucesivos avisos que se le fueron poniendo enfrente antes del 2000. La idea más fina que logró articular, pero que tampoco puso en práctica, es que tenía que cambiar para que no lo cambiaran. Pero ni siquiera la aplicación de esa fórmula le habría servido de nada, pues partía de la hipótesis de que era posible o necesario permanecer en el poder, cuando un principio universal de toda democracia es la aceptación de que el poder es temporal. En el PRI de Guerrero no parece haber habido nunca una reflexión seria en torno a la posibilidad de perder el gobierno. Ni reflexión, pues es mucho pedir. Absortos en el ejercicio impúdico del poder, los priístas no se percataron del momento en que perdieron el control político del estado, antesala de la pérdida del gobierno. El hecho es que el PRI se encuentra hoy al borde del abismo. Cuando el 6 de febrero se confirme su derrota, no se irá del poder solamente un gobierno priísta: con él se irá también del gobierno el brazo político de ese gobierno, el
PRI. Pero… ¿aceptarán irse?
Por el periodo vacacional de fin de año, enviaremos nuestro artículo para su publicación el 9 de enero.