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Renato Ravelo Lecuona

   María Sabina, mujer espíritu

Esta película de Nicolás Echeverría de 1979 se exhibe ahora en la Muestra Internacional de Cine, después de 25 años de filmada y no sabemos porqué, pero dada su naturaleza no parece haber envejecido nada, quizá por ser el registro de una anciana indígena que recogió una tradición milenaria y quien, según nota preliminar, fue “descubierta” por un antropólogo estadunidense por los años cincuenta y luego fue motivo de curiosidad y culto por una juventud adicta a la mística pachequil que solía ponerla en sus altares junto a John Lenon. En este caso fue el trance místico alucígeno no su sentido de la espiritualidad lo que le dio fama.

La primera virtud de la película es haber logrado que María Sabina se haya dejado filmar en sus rituales en toda su complejidad. Suponemos que todos los “soy”: el agua, la sabiduría, la luna, el sol, la tierra, el cosmos, etcétera que la acompañan con voz en off masculina, mientras la cámara la registra fumando puros o cigarrillos y bebiendo cerveza, responden más que a una carta de presentación personal o los créditos de chamana, es la enunciación de todas la entidades naturales con las que ella entraba en sintonía espiritual, a través de la ingestión ceremonial de hongos; fuerzas y seres a los que invocaba para curar los males de los mortales. Esa invocación la hacía ante un crucifijo y numerosas veladoras mientras encendía el copal.

Para esos seres o fuerzas naturales que eran animados por la sintonía con el espíritu humano, presentes en la cosmovisión indígena, no tenemos otra palabra que dioses en el español para designarlos y el mismo ritual se yuxtapone con la imagen de Cristo y quizá algún otro santo milagrero, para sincretizar la comunicación ritual con otro reino.

María Sabina se dejó filmar en toda la sencillez y pobreza de su vida cotidiana y en su humilde casa de Huautla, Oaxaca, cuyo entorno geográfico de aridez resulta muy embellecido en la imagen, con escasos cerros poblados de árboles pero que con frecuencia cubiertos de nubes que le ponen una nota mágica al ambiente natural con el que ella entraba en sintonía espiritual a través de la ingestión de hongos a los que daba el trato de seres vivos y animados. En algún momento menciona que ella los probó desde jovencita y los encontraba rodeando su casa sin romantizar su búsqueda en recóndidas montañas ni como herencia cultural.

La segunda virtud de este documental sobre María Sabina, es la sobriedad de su vida y su comunicación permanente con todos los seres y fuerzas naturales a quienes invocaba para que actuaran a través del espíritu de sus pacientes: “Todos los males son del espíritu” les decía a ellos y los ponía en trance místico: “Si no creen en ellos no llegarán a curar su males”. El detallado registro cinematográfico del hábitat y las ceremonias de Sabina y la vida cotidiana de su familia, es de un gran respeto y no se siente que profane ni violente una intimidad y, por el contrario, hace sentir que esa parafernalia ritual, ese mundo místico de enlace a lo natural y a una vida en el más allá, es algo inscrito en la tradición, y ligada de manera sencilla a la vida cotidiana, que no cabe la mitificación casi turística que se dio con ello. Comentando la gran cantidad de fotógrafos y gente que llegó a visitarla en vida y estampar su fotos “en sus papeles esos”, aclaró también que los hongos son sagrados, no son para el goce de esos jóvenes que llegaban en su búsqueda para tomarlos en cualquier hora y circunstancias. Su ritual era una velación precedida por preparativos a quienes lo querían, entre los que estaba la abstinencia sexual de dos días previos y de evitar el acudir a velorios para que su cuerpo no se contaminara con la descomposición de muerto, como parte de una purificación. El registro de esta mujer, aunque al parecer no proporcionó mayor comunicación sobre sus cosmovisión, tiene un valor cultural además del estético

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