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Humberto Musacchio

BCS, entre Odile y la imprevisión

Baja California Sur padece los estropicios del huracán Odile, pero sobre todo los abusos, la corrupción y la ineptitud de sus gobernantes. Es inconcebible que Los Cabos, situado en un punto que lo expone anualmente al rigor de los huracanes, no contara con reservas de agua y alimentos.
No es la primera ocasión en que las fuerzas de la naturaleza se ceban sobre la punta de la península de Baja California, pero ni así se cuenta con planes rigurosos de construcción que eviten la destrucción de edificios que deberían servir de refugio. Las normas de edificación, la corrupción o ambas cosas permitieron la edificación de hoteles que perdieron no uno u otro vidrio, sino la fachada completa.
Dicho de otro modo, la infraestructura hotelera puso en riesgo de muerte a los turistas. Por fortuna, lo único que funcionó, y hay que felicitarnos por ello, fueron las medidas dispuestas para refugiar a la gente en otro lado, lo que evitó desgracias conocidas y redujo al mínimo la pérdida de vidas.
Sorprende que en Los Cabos, un sitio para el llamado “turismo de clase mundial”, esto es, para gente muy adinerada, no se disponga de planes para una contingencia como la vivida después del paso de Odile, cuando masas de personas que lo habían perdido todo –la destrucción material fue considerable–salieron en busca de agua y alimentos.
Primero sin vigilancia de la fuerza pública y después en presencia del Ejército, la multitud se lanzó a saquear los establecimientos comerciales, sobre todo las grandes tiendas de autoservicio, de donde la turba desesperada extrajo no sólo agua y alimentos, sino televisores, lavadoras y todo lo que pudiera ser de valor, incluidos los anaqueles donde se expone la mercancía.
Cualquiera se explica que en los primeros momentos domine el pasmo y la vigilancia se relaje, pero cuando ya la fuerza pública está en las calles no hay razón para que los uniformados permanezcan ajenos al saqueo con el peregrino argumento de que una actuación enérgica podía resultar contraproducente.
No menos vergonzoso es que el alcalde de Los Cabos se presentara ante sus gobernados muchas horas después de que pasara el fenómeno natural, cuando ya el huracán humano estaba en pleno furor saqueador, dirigido no sólo contra grandes establecimiento, sino en general contra el pequeño comercio y los hogares que en ese momento se hallaban indefensos.
Pero ni las desgracias ni la ausencia de autoridad hacen retroceder el infundado optimismo gubernamental. Los voceros del poder prometen que todo volverá a estar como estaba en sólo un trimestre. La señora Claudia Ruiz Massieu, secretaria federal de Turismo, no tiene más que repetir el cuento porque, según dice, los daños no son “estructurales”.
La secretaria de Turismo señala que el huracán dañó “cancelería, mobiliario, la parte exterior (de los edificios), palapas, estructuras superpuestas”, pero que no hubo “destrucción de inmuebles”. Para la funcionaria, recuperar la infraestructura permitirá que se abran los comercios y que haya liquidez con la normalización de la vida económica. Sí, pero el turismo no volverá de inmediato. Quizá pasen años antes de que el número de visitantes sea igual al de 2014. La razón es que pocos querrán volver o ir por primera vez a Los Cabos después de esta amarga experiencia.
Para estos momentos, Los Cabos tiene más policías y soldados que habitantes. Llegaron tarde, pero llegaron muchos. Su presencia, suponemos, está calculada para que se restablezca la demanda, porque el turismo…

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