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Arturo Santamaría Gómez

Las lecciones de Los Cabos

He comentado que el primer huracán que tocara tierra en Mazatlán lo iba a devastar debido a que nuestro puerto prácticamente ya no cuenta con defensas naturales para mitigar un fenómeno de tales dimensiones. No fue entre nosotros, pero sí con nuestros vecinos al otro lado del mar de Cortés, donde tal elemental predicción se cumplió inmediatamente.
En efecto, Los Cabos, en apariencia más sólido económica y urbanísticamente que Ma-zatlán, ha sufrido un brutal embate de la naturaleza que ha destruido gran parte de su infraestructura; pero no sólo eso, sino algo más grave, el huracán sirvió como detonador para que se revelaran enormes problemas sociales que permanecían ocultos para los que no vivían ahí.
San José del Cabo y Cabo San Lucas, más que un dueto forman un solo destino turístico que lo convierten en la segunda joya más importante del turismo de playa mexicano. Con Cancún, se ofrecen como las ventanas turísticas más relucientes para el mercado internacional. Y por lo mismo, son dos importantísimas fuentes de divisas internacionales.
A pesar de lo anterior, Los Cabos, con las desgracias de Odile, desnuda las eternas debilidades y desigualdades que existen en la sociedad mexicana. Así es, Baja California Sur como estado, y Los Cabos como municipio, para México aparecen como ricos, si comparamos su ingreso con el de la mayoría de los estados y municipios del país. Con todo y ello, y que en promedio sus habitantes meten más dinero a sus bolsillos, las carencias continúan siendo muy grandes.
Cabo San Lucas se ha presumido como uno de los centros integralmente planeados más exitosos de México, particularmente por su oferta hotelera, su promedio de ocupación, el porcentaje de turistas internacionales de altos ingresos que lo visitan y un crecimiento sostenido a lo largo de varios años que, sin embargo, no debe ser, no puede ser ni es el mismo.
Esta joya turística, aunque ya no crece al mismo ritmo que en los noventa, debe meter el freno a su expansión. No puede crecer mucho más porque no tiene los recursos naturales para hacerlo y está ubicada en una zona de alto riesgo, expuesta a constantes huracanes, los cuales, según vemos y advierten algunos científicos, son cada vez más intensos y peligrosos.
La disputa del agua y del espacio entre la industria turística y la población local es intensa porque no son recursos abundantes y son caros. Un destino turístico maduro como Los Cabos inevitablemente provoca conflictos entre la población local y los turistas por la disputa de recursos naturales y sociales. Tragedias naturales como la presente los hacen más evidentes. Para proteger el mercado y la imagen, los tres niveles de gobierno optan, y así es siempre, por favorecer a los turistas, sobre todo a los internacionales. Los habitantes locales lo saben perfectamente, lo ven y lo resienten, sobre todo los que están socialmente más desprotegidos.
Los Cabos, en definitiva, ya rebasó los límites de un crecimiento sustentable. Ya no es, de ninguna manera, un destino planificado. La idea original de la sustentabilidad y de los planes de la planificación integral ya son una broma.
Una de las grandes debilidades de los llamados centros integralmente planeados es que la inmensa mayoría de sus habitantes y empleados no nacieron ahí, por lo que la identidad cultural es difusa, los lazos sociales están muy segmentados, la movilidad demográfica es alta y los capitales de inversiones no son locales.
Casi todas las decisiones de ese municipio son tomadas por las élites empresariales y políticas. Esta situación que en determinado momento puede ser muy funcional, cuando emergen crisis naturales o sociales, como la que ahora contemplamos, los débiles lazos sociales y de identidad se revelan con toda su crudeza. El saqueo, los asaltos y la rapiña de cientos, quizá miles de pobladores, no se explican sólo por la carencia de víveres y la actuación de pandillas organizadas, sino por la ausencia de identidad con la ciudad que les da de comer y por la debilidad, la fragmentación y el desarraigo de los lazos sociales.
Otro aspecto evidente de esta crisis es que no hay estrategias definidas previamente para contrarrestarla. Un centro turístico de importancia debe contar con planes y estrategias en varios planos para enfrentar emergencias y graves contingencias.
Se menciona que la infraestructura hotelera podría restaurarse en mes y medio, pero la imagen turística podría tomar mucho más porque no hay una estrategia de comunicación que, desde este mismo momento debería estar actuando. Las imágenes de una ciudad saqueada por sus habitantes hablan muy mal de ella, por lo que la propaganda positiva debería estar en pie.
Mazatlán, como principal destino turístico sinaloense, y el centro integralmente planificado de Teacapán a futuro, deben sacar lecciones de Los Cabos para estudiar y anticipar estrategias en diferentes planos y tiempos.

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