Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Federico Vite

Habla también tú

Pongámoslo así: la banalidad del mal es un término acuñado por la teórica política Hannah Arendt para referir que algunas personas actúan dañando a otras por mandato de un sistema. Ellos no conocen las crisis éticas. Acatan órdenes: lastiman. La tortura y la ejecución de humanos, para estos actantes, sólo forma parte del trabajo. Bajo esa óptica, un personaje, ya sea escrito por un africano o un guerrerense, se limita a su contexto, al enramaje dispuesto por el autor que indaga en los latidos oscuros del ser humano el asunto de lo destruido. Asesinos, políticos, drogadictos, desplazados por la violencia, policías corruptos, prostitutas e infractores menores de la ley, eso es nuestro caldo de cultivo si se apuesta por la restitución del orden. Entonces, ¿la literatura representa un peligro lúdico para quien se adentra en los géneros noir y policiaco?

George Bataille le confesaba al periodista Pierre Dumayet, en una entrevista que fácilmente se encuentra en youtube, que es esencial enfrentarse al peligro en la literatura. “Sólo se es hombre cuando se enfrenta el peligro; creo que en la literatura nos damos cuenta de las perspectivas humanas restituidas bajo su luz más transparente, porque la literatura no nos deja vivir sin hacernos notar el comportamiento humano en la perspectiva más violenta. Que se piense en la tragedia, en Shakespeare, hay una cantidad de aspectos del mismo tipo, es también la literatura la que nos permite ver lo peor y hacerle frente, saber superarlo, en resumen, ese hombre que juega, encuentra en el juego la fuerza para superar el horror que el juego trae consigo”, sentencia el escritor francés a propósito de su libro La literatura y el mal.

Pensaba en los africanos y en su interés por cultivar el género negro para brindar una explicación de su geografía. Moussa Konaté, autor de El asesino de Banconi (Almuzara, 2008), argumenta, al hablar de su novela, que la intriga policial sólo es un pretexto para gritar la rabia con la que se lidia día con día en Malí. En este documento de 160 páginas se muestran —nada nuevo, pero bastante bien hecho— las diferencias de clase, el peso ideológico de la religión y, en especial, la violencia y la corrupción de una ciudad. Retrata su urbe, en la que los derechos humanos son violados por todas las instancias legales. Esta novela es un canto a la dignidad perdida.

Para Abasse Ndione, autor de Ramata (Rocaeditorial, 2008, 346 páginas), es imprescindible escribir de su entorno. “No hay géneros ni subgéneros, sólo literatura cuando se habla de Senegal. Esta ciudad es violenta. No hay mucho que inventar para entender qué necesitas contarle a un lector”, señala. Su apuesta es fervientemente por el realismo. Ramata es la historia de una mujer, hermosa y rica, que padece la ablación que sufrió de niña. Narra cómo es la vida de Senegal en una relación curiosa: una mujer de alta sociedad que se siente plena con un delincuente. La única posibilidad de hermanar esos dos mundos ajenos fue por medio del amor que condensa, bien lo refiere Bataille en La literatura y el mal, la tranquilidad sensual y rotunda de la muerte.

En estos dos libros, el mal seduce a la literatura desde la realidad. Son un tamiz las novelas, un espectro que palpita desde los cimientos de la razón. Hay una maquinaria más grande y compleja que resguarda el mal radical (Immanuel Kant habló de este concepto en La religión dentro de los límites de la mera razón para referir una propensión de la voluntad a desatender imperativos morales de la razón). Y el mal, visto como un discurso, también posee una gramática bien definida, basta mencionar la matanza en Iguala para tener una idea de esa estructura con reglas y principios claros que impone la noción de lo oscuro entre nosotros.

Siguiendo la línea de pensamiento de Bataille, sería necesario hacerle frente a lo siniestro desde diversos flancos. Hoy abogo desde las palabras, porque en ellas he afincado el espectáculo de la esperanza. Aunque duela, el horror también pasa por el arco reflejo de lo humano y si las rugosidades en el corazón son infinitas, pienso que después de Auschwitz continuamos celebrando la vida con la danza, el vino y la poesía. Hoy, tal vez siendo un poco irrespetuoso, uso la voz de Paul Celan para señalar esa atrocidad: “La muerte es un maestro venido de Guerrero […] Mira en torno: ve cómo alrededor todo se hace viviente. ¡En la muerte! ¡Viviente! Dice la verdad quien dice sombra”. Para finalizar, exijo que se castigue ejemplarmente a los responsables de la matanza en Iguala. Que tengan buen martes.

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