Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Siguen turistas y residentes la fiesta y el recalentado en Revolcadero y Papagayo

Karla Galarce Sosa y Mariana Labastida

Un ambiente de fiesta se vivió ayer, el primer día del año, con cientos de turistas y acapulqueños que llegaron a la playa Revolcadero, donde la zona federal marítimo terrestre de nueva cuenta sirvió como un amplio estacionamiento muy cerca de la playa.
Ollas y recipientes con pozole, pierna rellena, mole rojo, verde, tortas o sándwiches de ensalada de pollo fueron parte de “la botana” que disfrutaron los bañistas en la playa “más democrática de Acapulco”, como lo comentaron los turistas originarios de Puebla.
Los enormes contrastes se observaron desde la entrada al balneario, donde caravanas de vehículos de lujo y camiones urbanos repletos que avanzaron a vuelta de rueda
Quienes llegaban a la playa caminando por el acceso de los restaurantes de Revolcadero eran recibidos con el llamado a consumir cocos locos, cocos con ginebra, naturales, con vodka, micheladas, cervezas frías o refrescos helados. Los más acalorados pasaban a refrescarse con alguna bebida o buscando acomodo en las zonas más cercanas a la playa.
Aquellos que llegaban en coche y no caminaban tanto tuvieron que esperar de 15 a 20 minutos hasta hallar acomodo en el estacionamiento en que se convirtió la franja de arena, donde los “acomodadores” de coches ofrecían una carta con variedad de cocteles de mariscos y bebidas frías.
En el acceso a la laguna, donde ahora existe una barda perimetral, los conductores pagaron 20 pesos para tener derecho a un pedacito de playa donde dejar sus vehículos.
Muchos fueron colocados en el área más cercana a la laguna, donde los lugareños construyeron un dique de arena para impedir que flujo del agua de la laguna Negra de Puerto Marqués y permitir el paso de los vehículos.
Allí, el agua de la laguna y el mar que logró filtrar, formó un pequeño lago, donde decenas de pequeños lo disfrutaban.
Esa era la zona más concurrida y de mayor algarabía, la de mayor tráfico de vehículos, cuatrimotos, coches y hasta camionetas y camiones; era la de la mayor cantidad de bañistas, visitantes y acapulqueños, pues las placas de los vehículos indicaban que eran de la ciudad o el estado de México, Puebla, Querétaro y Guerrero principalmente.
El jolgorio era animado por un conjunto musical que recién había comenzado sus actividades pasado el mediodía, hora en que la mayor cantidad de turistas llegaban a la playa “urgidos de la frescura del mar”, explicaron los meseros, quienes presurosos llevaban tragos y bebidas preparadas a los primeros en ocupar alguna palapa.
El conjunto tocaba tropical e invitaba a los bañistas a consumir “chelas bien frías para la cruz del año nuevo”. La festividad del Año Nuevo apenas comenzaba para la familia Genaro Valle, a quienes les sorprendió la llagada del año en plena Escénica, pues no habían contado con el tráfico esa noche. Ellos llegaron en una Urvan para hospedarse en un pequeño hotel de la zona Diamante, del cual no recordaron el nombre. Coincidieron en que playa Revolcadero ofrece precios accesibles en sus restaurantes o entre los vendedores ambulantes, pues llegaban hasta sus lugares – muy cerca de la playa pues fueron de los primeros en llegar – desde helados, hasta ropa o paseos a caballo, cuatrimotos o motos acuáticas.
Grupos de jóvenes, familias completas, a bordo de camionetas del servicio público, privadas o en camión poco a poco llenaron la amplia zona de playa, donde había familias completas y soltarios bañistas o amorosas parejas que fueron llenando las tradicionales palapas para disfrutar “todos juntos” el primer día del año.
La pareja conformada por Juan y Estela Domínguez, dos maestros jubilados que llegaron a Acapulco en noviembre, dejaron su coche en la avenida Las Palmas. Ellos fueron de los “suertudos” en hallar un espacio cerca del acceso entre el parián Princess y ese hotel. Bajaron de la cajuela una hielera, una sombrilla, dos sillas plegables y botanas; un tuperware con el recalentado de la cena y una bolsa con panes de la Comercial Mexicana. “Pasamos a comprar lo que vamos a comer y a tomar porque es una playa muy grande y siempre hay espacio para todos”, comentó Estela.
A diferencia de los acapulqueños que bajaron de camiones o camionetas, bajaban zarapes o petates para sentarse en ellos, los huéspedes del hotel Pierre Marqués disfrutaban del sol sobre camastros y sillas, bajo toldos color beige que de poco servían para mitigar el calor del sol.
Una solitaria turista originaria de la ciudad de México bebía una naranjada que había pedido del bar para que la llevaran hasta su camastro en la playa. Ella era una de las cuatro personas que descansaban con un libro en las manos; los otros tres eran integrantes de familias de cinco, seis y cuatro miembros. Todos, eran huéspedes del hotel Pierre Marqués y hasta allí no llegaban los vendedores ambulantes, pues los vigilantes les impedían el paso.
Enrique Vázquez, de la ciudad de México, fue el anfitrión de sus amigos la noche de Año Nuevo, pues vive en Acapulco hace un par de meses. Ayer pasó unas horas en la playa y se limitó a decir que el ambiente “está muy bien”.
Frente a él pasaban policías federales e integrantes de la Gendarmería en espacios cortos de tiempo, media hora o menos, también veía los juegos de los niños en la arena, los paseos en la motos acuáticas y el anclaje de algún yate de lujo.

Siguen visitantes de fiesta

Hieleras, bolsas y cajas van y vienen con los turistas y residentes que se desbordaron ayer en la playa Papagayo para seguir la fiesta, algunos incluso con todo y el recalentado de la cena de la noche anterior para pasar el día cerca de mar.
Algunas familias llegaron por la mañana a la playa, otras no lo planearon, solamente después de la hora de la comida decidieron empacar cosas y encaminarse allí.
El tránsito en playa Papagayo era constante, entraba y salía gente, y en el Asta bandera continuamente había grupos de cinco a 10 personas tratando de pasar la avenida Costara.
Carlos Jiménez y su familia llegaron a las 4 de la tarde y bajan de su automóvil bolsas. “Salió espontáneo”, dijo al preguntarle si era tradición ir el primer día del año a la playa siendo acapulqueños.
Un pequeño asador redondo, dos bolsas con contenedores con rábanos y cebollas, y una hielera, es con lo que llegaron los Jiménez a la playa; ellos llevan carne asada que fue lo que comieron la noche de fin de año.
Al llegar a las escalinatas del Asta Bandera para bajar a la playa no encuentran un espacio donde acomodarse pues las sombrillas y toldos están ocupados.
Después de unos minutos se aventuran a bajar y perderse entre las sillas y mesas buscando un lugar.
A un lado de donde los Jiménez bajan a la playa, un grupo de jóvenes bromea y en su mesa se ven envases de cerveza. Ellos son los Rubio, Ortiz, Guerrero y Delgado, cuatro familias que se juntaron para festejar el año nuevo y a las 4:30 de la tarde la fiesta aún no termina.
Solo una de las familias no es de Acapulco, sino que vino de Querétaro a celebrar el inicio del 2015; al principio bromean con que no se conocen, que se encontraron en la playa, pero la verdad es que llegaron antes del mediodía sin dormir.
Javier Rubio, que es parte del grupo de turistas, comentó que se animó a viajar a Acapulco porque le prometieron que tenían cuatro “M1” (rifles) para defenderlos; sonríe diciendo que es broma y que viajaron con tranquilidad.
Javier y su familia junto con las otras suman 30 personas que celebraron el año nuevo juntos y comieron pozole.
El ambiente de las cuatro familias no decayó por no haber dormido, ni los adultos ni los jóvenes dejaban de bromear y seguir la fiesta, así lo demostraron al repetir cuatro veces las primeras estrofas de Las Mañanitas para celebrar el cumpleaños de uno de ellos.
Los Ramírez están en otra mesa, son 20 personas y de la cena solo trae el pan, fruta y botana; el pozole espera por ellos cuando regresen a casa, pero mientras compraron mayonesa y jamón para darle a los menores algo para comer; los adultos se entretienen con cerveza y quesadillas de las que venden en la playa.
Fuera de la playa, sentada en la banqueta estaba María Luisa Nava con sus dos nietos pues no encontró al resto del grupo con el que iba, así que decidieron cambiarse a otra playa donde los niños pudieran nadar porque Papayago estaba “muy llena”.
Lleva botana y algunas bebidas, de la cena de la noche anterior no quedó nada, por eso es que compró su hija algunas cosas por si los niños tienen hambre mientras están en la playa.
Más tarde buscarán que cenar, dijo María Luisa, que viajó de Iztapalapa para pasar la fiesta del nuevo año en Acapulco.

468 ad