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Lorenzo Meyer

AGENDA CIUDADANA

*Predicar con el ejemplo

*Se dice, y con razón, que Julio Scherer tuvo “una pasión por lo imposible”. Así fue, pero esa pasión fue tal, que logró convertirla en posibilidad.

Reconocimiento. Ignacio Solares, citando a Lamartine pero refiriéndose a Julio Scherer, dice que éste contrajo una “pasión por lo imposible”. Lo imposible, es su caso, fue ejercer la libertad de prensa dentro del autoritarismo (Revista de la Universidad de México, Julio, 2007, p. 41). Y la prédica de lo imposible se hace real cuando va acompañada del ejemplo.
Scherer fue una figura pública que practicó lo que predicó cuando esto no sólo parecía imposible sino rayano en suicida para quien, como él, conocía bien las reglas no escritas del autoritarismo priista y presidencial. Al informar sobre la muerte del periodista, The New York Times dijo: “[Fue] creador de una escuela de periodismo crítico que desenmascaró la corrupción política de México y ayudó a preparar el terreno para la transición democrática de ese país”. (10 de enero). Finalmente, la transición a la democracia no se logró, pero el periodismo crítico mexicano sobrevive y Scherer se ganó a pulso el derecho a ser reconocido como el periodista y editor que en nombre de su libertad y la de los mexicanos desafió con éxito la censura y brutalidad de su época.
Scherer pagó por su atrevimiento –perdió a Excelsior en 1976 como resultado de una maniobra de Luis Echeverría– pero sobrevivió, mantuvo su empeño y logró abrir para otros ese espacio de relativa libertad de prensa que hoy tenemos. No fue él el único que se empeñó en ser un periodista libre, pero sí el más efectivo a nivel nacional. Y ese empeño se consolidó a través de Proceso pese a los intentos del gobierno por ahogarlo (“no pagamos para que nos peguen”, dijo José López Portillo al negarle publicidad) e intentar repetir, pero sin éxito, la maniobra que había destruido a Excelsior, dividir al medio y capturarlo. Al inicio de su sexenio, Carlos Salinas le hizo a Vicente Leñero la pregunta que contenía la invitación a una traición. “¿Cómo podría Proceso trascender a Julio Scherer, Vicente?”. Más tarde, Scherer escribiría: “Algo habría dado yo por sentir en las yemas de los dedos la arteria femoral del poder. Fue imposible. El presidente, rechazado por Vicente, me apartó hasta la agonía de su sexenio trágico”. (Scherer, Salinas y su imperio, Océano, 1997, pp. 11 y 12).
Llegaron y se fueron presidentes, pero hasta su muerte Scherer se mantuvo activo, intenso, sin modificar su conducta y sin perder su sitio como el adelantado de la prensa anti autoritaria mexicana. Su tipo de periodismo sigue sin ser el dominante pero ya echó raíces.
El ejemplo. En sus libros, Scherer dejó en claro la forma cómo inició eso que resaltó The New York Times, la “escuela de periodismo” que busca sacar a la luz el mayor de nuestros males políticos: la corrupción. En mayo de 1968, en Los Pinos, Scherer recibió “un sobre abultado” de manos del secretario de la Presidencia y de inmediato lo devolvió pese a que se le advirtió que con eso “ofendería al presidente”. No tardó en sentir la presión, y cuando le pidió al presidente conversar sobre el 2 de octubre, Díaz Ordaz respondió: “Sólo una pregunta: ¿continuará en su actitud, que tanto lesiona a México? ¿Continuará en su línea de traición a las instituciones, al país?”. Ante la insistencia del periodista de discutir el tema, el presidente respondió: “Es inútil”. (Los presidentes, Grijalbo, 1986, pp. 27-28).
Scherer fue honrado pero no ingenuo. En esa coyuntura decidió explotar en su defensa las divisiones de la clase política: logró que, cuatro meses antes de su muerte el general Cárdenas le diera una entrevista y se tomara una foto con él para la primera plana. Ese fue su salvoconducto para transitar hasta el final del sexenio, pero caducó. Con Cárdenas muerto, el autoritarismo de Echeverría le ganó la partida. Pero sólo a medias, pues la coyuntura del cambio sexenal le permitió movilizar un apoyo precario pero crítico y fundó Proceso. Cuando el inevitable choque con el nuevo presidente se volvió a dar y el gobierno le quitó toda su publicidad al semanario, la semilla plantada por Scherer dio frutos y justo a tiempo; los lectores compraron la revista al punto que ésta pudo vivir de sus ventas. Esta vez el salvoconducto provino de una sociedad que reconocía y respaldaba a la crítica. (Julio Scherer, Vivir, Grijalbo, pp. 32-57).
Nunca estuvo solo. La hazaña de Scherer no hubiera sido posible en solitario; en varios sentidos, fue colectiva. En ella estuvieron quienes compraron las acciones de la revista en julio de 1976 y en quienes le secundaron en su empresa: reporteros salidos de Excélsior más Leñero, Miguel Ángel Granados Chapa, Miguel López Azuara, Rafael Rodríguez Castañeda, Carlos Marín y plumas con mucho capital propio: Octavio Paz, Elena Poniatowska, Carlos Monsivais, José Emilio Pacheco y más. Los cien mil ejemplares del primer número se agotaron; una parte de México reconoció y cobijó así a quien hablaba en su nombre.
Hoy, Díaz Ordaz, Echeverría, López Portillo, Salinas, son ya parte de la rica historia de la infamia de la política mexicana; en contraste, Scherer es parte de la otra historia, de la que ha salvado y aún puede salvar a México.

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